Dolores Cospedal ha
causado baja en combate, víctima de fuego amigo. La baja es relativa, puesto
que, si bien renuncia a su cargo en el partido, mantiene en cambio su escaño en
el Congreso; pero todo indica que, en próximos comicios más o menos inminentes,
su nombre caerá de las listas y se consumará la ruina definitiva de su carrera
política.
Son gajes del
oficio, dirán algunos. Otros, que quien a hierro mata a hierro muere. La
aportación de Cospedal al patrimonio de la historia política del país no ha
sido muy relevante, contado y resumido todo a beneficio de inventario. Quedarán
tal vez en el recuerdo el mote de Dama de Hierro, robado a Margaret Thatcher;
el lapsus del finiquito en diferido para explicar la situación del ex tesorero
Bárcenas, y el canto del Novio de la muerte, entonado en Málaga al paso de una compañía
legionaria y coreado por varios ministros del PP igualmente olvidables.
Es gracioso, con
todo, que después de que la ha pillado, la ha pillado, el carrito del helado,
se defienda con el doble argumento de que ella siempre dijo la verdad, y por
tanto no desmintió sus contactos con el policía Villarejo para espiar tanto a rivales
como a vecinos; y de que al obrar así estaba cumpliendo con su deber, en tanto
que secretaria general de su formación.
Solo le faltó
añadir que todo vale en el amor como en la guerra. Porque nuestra ex ministra
de Defensa tiene del todo interiorizado el concepto de que la política es guerra
sin cuartel. O, invirtiendo el famoso axioma de Clausewitz, de que la política
es la continuación de la guerra por otros medios.
Según Cospedal, su
deber de dirigente política responsable era estar informada, y para eso intentaba
acumular toda la información disponible. Lo cierto es que fue mucho más allá
del cumplimiento estricto de ese deber. La información que buscaba eran
grabaciones comprometedoras para otras personas (Javier Arenas, Alfredo Pérez Rubalcaba a través de su hermano), con el fin de someterlas a un chantaje sibilino que sirviera de
paraguas protector a su partido, tal vez, y muy en particular a ella misma, una
de las receptoras más destacadas y reiteradas de sobres en B.
La misma que pagaba
por grabaciones de otros obtenidas ilícitamente, fue grabada ilícitamente a su
vez. Hay una justicia poética en el caso, y un ejemplo nítido del peligro que comporta
tener tratos clandestinos con agentes dobles, triples o cuádruples que tienen
sus negociados ubicados permanentemente en las cloacas del Estado.
Como no es posible
poner coto racional a una situación que muchos han convertido en una fuente de
negocios pingües, quizá valga la pena tramitar ante la Unesco la petición de
que nuestras cloacas estatales sean declaradas patrimonio de la humanidad y
visitadas con guías adecuados por el turismo de masas internacional.