Fuimos transportados hasta un lugar
separado tanto de la tierra como del agua, y accedimos a un laberinto de neón, con
muchos espejos, paredes de cristal, puertas, largos pasillos, asientos puestos
en hileras y pantallas luminosas.
Tras un largo peregrinaje por un paisaje que
solo metafóricamente se podría llamar laguna Estigia, nos presentamos ante la
Puerta de la Revelación, y allí hubimos de despojarnos de parte de nuestras
prendas de vestir para pasar bajo un arco con la leyenda «Lasciate l’equipaggio voi ch’entrate».
Sonaron timbres anunciando mi indignidad, y fui severamente cacheado por hieráticos
guardianes uniformados.
Las entrañas de las bestias sacrificadas dieron, de
todos modos, auspicios favorables, y recibí el Perdón de los Inmortales en la
forma de devolución de todas mis pertenencias y la indicación de la puerta
clave, entre todas las posibles, que nos conduciría a los cielos anhelados.
De todos modos hubimos de pasar de forma
previa por un largo período de purificación y espera, en antesalas augustas, mientras
ecos de sibilas pronunciaban por los altavoces profecías oscuras en diversas
lenguas. El divino brebaje del café ardiente nos ayudó en el trance terrible, y
así fue como al fin nos añadimos a una larga cola de pretendientes, y fuimos admitidos a la celebración de los misterios, y nos dejamos engullir dócilmente en
el vientre mecánico de un ave prodigiosa.
Allí, atados a nuestros asientos, oímos
inmóviles los cantos de las sirenas vestidas de azul que profetizaban
catástrofes e indicaban con gestos elocuentes la forma de escapar a la
aniquilación abriendo manualmente las compuertas del vientre de la Bestia e hinchando los
chalecos salvavidas que habían de ser nuestra única salvaguarda en el caso de una
eventual precipitación en el mar vinoso.
Luego nos elevamos hasta los cielos, y
allí nos fueron servidos alimentos varios que, tocados por la mano de
invisibles harpías, se deshacían en ceniza en nuestra boca. Cruzamos los aires
a velocidades increíbles, sobrecogidos de un pavor sagrado, desde uno a otro
lugar incierto, y cerrada ya la noche nos vimos arrojados a una playa
desolada, en la que ánimas anónimas y piadosas depositaron en una cadena
movediza nuestro equipaje perdido.
Por fin, rescatados de las furias nocturnas
por un Caronte urbano llamado Taxista, fuimos conducidos hasta nuestro destino,
y allí aparecimos como materializados desde otra dimensión delante de nuestros
familiares, y todos juntos celebramos en comunión nuestro Retorno del reino
oscuro.
Así sucedió, y así queda escrito.
Estamos en Atenas. Desde aquí, y vía Nube, aspiramos a seguir manteniendo el
contacto lejano con el hilo de nuestra anterior vida cotidiana.