Lo que están viendo arriba es un icono pintado sobre tabla por Georgios Klontzas (1530-1608). Hice la fotografía en el Museo Bizantino de Atenas. Me excuso por la deficiente calidad técnica; se pueden encontrar reproducciones muy superiores buscando en Google.
Me gustan las
pinturas que cuentan una historia. Aquí San Jorge, montado sobre un caballo
blanco y con la capa púrpura envolviendo su cabeza como una aureola, irrumpe en el terreno yermo y requemado donde el Dragón se ha merendado ya a diversos
ciudadanos elegidos por sorteo y espera sin impaciencia hacer lo mismo con la hija
del rey, que se acerca ataviada con sus mejores galas y seguida por varias
doncellas solícitas.
Lo que me fascina
no son los elementos archisabidos dispuestos en el primer plano, sino el fondo.
Klontzas ha imaginado varias arquitecturas imponentes y no del todo
inverosímiles: a la derecha el palacio del rey, que se asoma a la terraza alta,
con su esposa y el pleno del funcionariado, para presenciar la lidia del dragón
sin perder detalle; tal vez con el designio de entregar después al vencedor las
dos orejas y el rabo del bicho como merecido premio.
A la izquierda, se
alza otro palacio imponente también repleto de espectadores del trance. Y entre
ambas arquitecturas, una doble fila muy nutrida de espectadores de a pie. El
alanceamiento ritual del dragón por el intrépido caballero en plaza está visto
como un acontecimiento memorable, sin duda anunciado por los heraldos en toda la
extensión del reino.
El hecho de que el
icono de Klontzas se exhiba en un museo de arte bizantino no significa que esté
incluido en el periodo estricto del imperio de este nombre. Bizancio
(Constantinopla) había caído en poder de los turcos en 1453, a más de setenta
años de distancia del nacimiento de Klontzas en Iraklion, Creta. Se trata por
consiguiente de una obra inspirada en una tradición ya extinta, y en cuyo
tratamiento se ha inmiscuido otra escuela pictórica más moderna, la veneciana. Venecia
había extendido por el Mediterráneo en los inicios de la Edad Moderna, no un
imperio político, pero sí algo parecido: una red de factorías y de fortalezas destinadas
a servir y proteger militarmente un intenso tráfico comercial con el Oriente
Próximo y Egipto. Creta era una de las bases de retaguardia de ese tráfico.
Es interesante
comparar la pintura de Klontzas con la de un contemporáneo nacido a escasos
años, once, y casi el mismo número de kilómetros
de su Iraklion natal; me refiero a Doménicos Theotokópulos, el Greco, nacido en 1541
en Fodele, también en la costa norte de Creta. El Greco fue un pintor de iconos en sus inicios, viajó luego a Venecia para ampliar sus horizontes técnicos, y fijó finalmente su residencia en España como consecuencia de un contrato tentador
ofrecido por Felipe II, que sin embargo amaba más el arte del Bosco y otros
artistas flamencos. Pintó no solo sobre tabla y al fresco, sino también al óleo sobre lienzo, una técnica que permite efectos
más vivos y profundos que la tabla; fue como Klontzas un colorista consumado, y
un hábil contador de historias; en algunas grandes composiciones se recrea,
como su compatriota, en la disposición de numerosas figuras en diferentes
planos.
El arte
del Greco, después de su paso por el taller de Tintoretto, abandonó en buena
parte las maneras y los temas característicos de la tradición bizantina. Una
composición como la del entierro del conde de Orgaz parece situada a siglos de
distancia de este San Jorge y el Dragón. Sin embargo, son casi contemporáneas.