jueves, 29 de noviembre de 2018

CORRIDA DE DRAGONES



Lo que están viendo arriba es un icono pintado sobre tabla por Georgios Klontzas (1530-1608). Hice la fotografía en el Museo Bizantino de Atenas. Me excuso por la deficiente calidad técnica; se pueden encontrar reproducciones muy superiores buscando en Google.

Me gustan las pinturas que cuentan una historia. Aquí San Jorge, montado sobre un caballo blanco y con la capa púrpura envolviendo su cabeza como una aureola, irrumpe en el terreno yermo y requemado donde el Dragón se ha merendado ya a diversos ciudadanos elegidos por sorteo y espera sin impaciencia hacer lo mismo con la hija del rey, que se acerca ataviada con sus mejores galas y seguida por varias doncellas solícitas.

Lo que me fascina no son los elementos archisabidos dispuestos en el primer plano, sino el fondo. Klontzas ha imaginado varias arquitecturas imponentes y no del todo inverosímiles: a la derecha el palacio del rey, que se asoma a la terraza alta, con su esposa y el pleno del funcionariado, para presenciar la lidia del dragón sin perder detalle; tal vez con el designio de entregar después al vencedor las dos orejas y el rabo del bicho como merecido premio.

A la izquierda, se alza otro palacio imponente también repleto de espectadores del trance. Y entre ambas arquitecturas, una doble fila muy nutrida de espectadores de a pie. El alanceamiento ritual del dragón por el intrépido caballero en plaza está visto como un acontecimiento memorable, sin duda anunciado por los heraldos en toda la extensión del reino.

El hecho de que el icono de Klontzas se exhiba en un museo de arte bizantino no significa que esté incluido en el periodo estricto del imperio de este nombre. Bizancio (Constantinopla) había caído en poder de los turcos en 1453, a más de setenta años de distancia del nacimiento de Klontzas en Iraklion, Creta. Se trata por consiguiente de una obra inspirada en una tradición ya extinta, y en cuyo tratamiento se ha inmiscuido otra escuela pictórica más moderna, la veneciana. Venecia había extendido por el Mediterráneo en los inicios de la Edad Moderna, no un imperio político, pero sí algo parecido: una red de factorías y de fortalezas destinadas a servir y proteger militarmente un intenso tráfico comercial con el Oriente Próximo y Egipto. Creta era una de las bases de retaguardia de ese tráfico.

Es interesante comparar la pintura de Klontzas con la de un contemporáneo nacido a escasos años, once, y  casi el mismo número de kilómetros de su Iraklion natal; me refiero a Doménicos Theotokópulos, el Greco, nacido en 1541 en Fodele, también en la costa norte de Creta. El Greco fue un pintor de iconos en sus inicios, viajó luego a Venecia para ampliar sus horizontes técnicos, y fijó finalmente su residencia en España como consecuencia de un contrato tentador ofrecido por Felipe II, que sin embargo amaba más el arte del Bosco y otros artistas flamencos. Pintó no solo sobre tabla y al fresco, sino también al óleo sobre lienzo, una técnica que permite efectos más vivos y profundos que la tabla; fue como Klontzas un colorista consumado, y un hábil contador de historias; en algunas grandes composiciones se recrea, como su compatriota, en la disposición de numerosas figuras en diferentes planos.

El arte del Greco, después de su paso por el taller de Tintoretto, abandonó en buena parte las maneras y los temas característicos de la tradición bizantina. Una composición como la del entierro del conde de Orgaz parece situada a siglos de distancia de este San Jorge y el Dragón. Sin embargo, son casi contemporáneas.