domingo, 18 de noviembre de 2018

UN LARGO, LARGO, VIAJE A ÍTACA


Leo en Público una entrevista a Pere Aragonés. Dice el número dos de Esquerra Republicana y responsable de las Finanzas en el govern de la Generalitat: «No me asusta la perspectiva de que la independencia [de Catalunya] se pueda alargar más en el tiempo de lo que querría.»
Dice bien. Ítaca como república independiente es una birria; lo único que presenta algún interés para sus devotos es el viaje en sí, la trepidación de la aventura. Esa realidad se transparenta en toda la estrategia de la tensión montada en torno al procés. Hace tiempo que una independencia brumosa e irreal ha dejado de mover algún resorte en el Palau de Waterloo y sus aledaños de Sant Jaume. El punto en el que se hace hincapié es el “sentiment”, la respuesta digna a la ofensa, como si las instituciones catalanas hubieran sido agredidas unilateralmente por el Estado central, sin ninguna razón concreta, mientras ellas se ocupaban de inocentes asuntos de rutina tales como la desconexión unilateral. Todo el mundo “indepe” cree que el problema real no es la desconexión, sino la agresión de que ha sido objeto Cataluña desde Madrid a partir de un hecho tan sencillo y cotidiano.
Coincide en las páginas de Público la entrevista con una noticia, firmada por Cristina Casero, sobre la posición de los museos británicos en contra del Brexit. Cito un párrafo en el que hablan los responsables de la National Gallery: «Es crucial que los museos y galerías del Reino Unido sigan compartiendo colecciones y experiencias tanto a nivel nacional como con otros museos europeos. Los museos del Reino Unido se han beneficiado enormemente de ambiciosas exposiciones conjuntas, procesos simplificados para el préstamo de obras de arte y proyectos de investigación transfronterizos financiados conjuntamente.»
¿Ha pensado alguien en el problema parecido que generaría una frontera colocada entre Cataluña y España, sumada a la certeza de que tal circunstancia situará a Cataluña fuera de la comunidad de la UE, y tal vez de la moneda común? Calculan los promotores culturales británicos que los nuevos impuestos les supondrían una factura de más de 28 millones de euros. Hay poco margen para generar irradiación cultural a ese precio. El “espléndido aislamiento” secular de la Gran Bretaña será bastante menos espléndido, desde el momento en que no tiene capacidad para imponer sus condiciones a la contraparte.
La situación resultaría todavía más angustiosa en Cataluña. No solo en el terreno de la cultura, menos importante desde el momento en que los procesistas se comportan como talibanes al negar todo lo que no se genera en el seno árido de una endogamia rígida. (Ejemplo, la inasistencia institucional a las honras fúnebres y los homenajes a Montserrat Caballé, una cantante que no era “de los nuestros”, era sencillamente universal. Ejemplo, la falta de respaldo oficial e incluso de presencia física en los recitales de adiós de Raimon, hasta hace pocos años uno de nuestros buques insignia.) Todo el imaginario sobre la república catalana virtual está construido a partir del presupuesto de que todo seguiría funcionando igual que antes, solo que con independencia. Los flujos comerciales con España seguirían igual, pero sin impuestos que abonar a Madrid; las relaciones con la Unión Europea seguirían igual, a pesar de que todo habría cambiado. El dinero seguiría depositado en unos bancos catalanes imbuidos de patriotismo, sin emigrar a otras latitudes más promisorias. Nos ahorraríamos gastos militares, nosotros tan pacifistas, porque el paraguas de la OTAN nos cubriría igual dado que España, que no nos representa, seguiría pagando la factura.
¿Ha hecho Pere Aragonés un estudio serio del coste que todo este trastrueque supondría para la república potencial? Seguramente sí, y seguramente también lo tiene guardado en un cajón bajo llave, para que nadie se entere.
Esa sería la razón última de su declaración de que “no le preocupa” que se demore la tan deseada independencia.