Después del torpedeo
“desde detrás” de una renovación del poder judicial consensuada por las cúpulas
de nuestros dos partidos alfa (un parche bastante penoso, pero no más que la
llaga descarnada colocada a la vista de todos después de la sentencia
rectificada sobre las hipotecas), le ha llegado al parlamento, la sede oficial de
la soberanía de la nación, el turno de sufrir un asalto deliberado a bayoneta calada.
El hemiciclo se ha embarrado ─ más aún de lo que ya venía siendo habitual ─
como consecuencia de un ataque verbal desmelenado y desproporcionado del
diputado Gabriel Rufián al ministro Josep Borrell, y de la respuesta de este (“serrín
y estiércol es lo único que usted es capaz de verter”, ha dicho; y en pasillos
ha precisado que “no es un insulto sino una descripción”. Dicho de otro modo,
dos tazas si no quieres té.)
La presidenta Ana
Pastor ha expulsado a Rufián por insistir en su gesticulación, y todo el grupo de
ERC ha abandonado la cámara. Por el camino, puede haber habido un escupitajo, o
un gesto de escupir, de uno de los diputados al pasar delante del ministro.
Pastor ha hecho
borrar del diario de sesiones los calificativos cruzados de “golpista” y “fascista”,
que ya se están convirtiendo en hashtags
habituales en los debates parlamentarios; pero la medida no deja de ser un
parche más, previsiblemente con muy escaso efecto sobre los ímpetus de unos
diputados animosos que han optado sin rebozo por tirarse al monte con todas las
consecuencias. Mucho me temo que Sor Virginia sea impotente para reducir la
hinchazón virulenta del mal político que aqueja a un país cuyos representantes electos
consideran la agresión verbal y el desplante pinturero como el complemento más
adecuado del ejercicio de la soberanía y el mejor método para ejercer su
función.
Pedro Sánchez está en
curso de corrección a marchas forzadas de su pretensión de agotar la
legislatura para celebrar elecciones en un clima de mayor sosiego. No parece
que tal cosa sea viable. Se tantea ya la concreción de un superdomingo electoral
en el mes de mayo. Previsiblemente, el voto de castigo hará saltar chispas. La
imagen más apropiada para la situación de la que estamos siendo testigos
atónitos es la de esa cacería en el borde de un precipicio, en Herreruela
(Cáceres), en la que tanto el ciervo acosado como gran parte de la jauría
acosadora acabaron por caer al vacío.
Después de
semejante apoteosis institucional, vaya usted a reclamar al maestro armero.