Los datos objetivos
son inequívocos; su interpretación, sin embargo, presenta puntos oscuros.
He aquí los hechos:
el misionero yanqui John Allen Chau, de 26 años, se propuso evangelizar la isla
Sentinel del Norte, en el grupo de las Andamán (India), a pesar de la
insistencia, por parte tanto de amigos y conocidos como de los pescadores
indios que le condujeron hasta la orilla, de que en miles de años ningún
extraño había vuelto vivo de la isla después de penetrar en ella. Allen Chau pisó
la playa y fue recibido casi de inmediato por una lluvia de flechas. Siguió
adelante a pesar de todo, hasta que cayó acribillado y su alma inmortal fue a
reunirse con el Padre, según sus creencias más acendradas. Su cuerpo exánime
fue enterrado en la arena por los nativos, y esta es la hora en que no ha
podido ser rescatado.
Si salimos ahora
del terreno de los hechos probados y entramos en el de la interpretación, nos haremos
la siguiente pregunta crucial: ese comportamiento secular de los sentineleses
con quienes les visitan, ¿es de derechas o de izquierdas?
Me explico mejor.
La actitud hostil de esos indígenas incultos y aislados tiene grandes puntos de
contacto con la del hombre más civilizado del mundo, el presidente Donald Trump.
Este ha dado orden a su guardia fronteriza de disparar a matar, si es
necesario, para detener la marcha de los hondureños que pretenden cruzar en caravana
la frontera de los Estados Unidos. Lo cual es perfectamente homologable con la
consigna del jefe de la tribu sentinelesa.
En el mismo orden
de cosas se inscribe la posición de Casado, Rivera y Abascal ante la
inmigración procedente del sur del Estrecho, según andan predicando en la
campaña electoral andaluza. Nada de contemplaciones, aquí esa gentuza no tiene
cabida. La práctica de las
devoluciones en caliente preconizada por sectores significados de la izquierda,
como la Francia insumisa de Mélenchon y el PSOE de Pedro Sánchez, les parece a
todos ellos cosa de maricomplejines.
Vistos desde esa óptica,
los sentineleses serían integrantes offshore
de la derecha más rancia.
Pero no se puede
descartar a priori la hipótesis de que los habitantes de la isla hayan formado
una comuna clásica en la que, además de abolir la propiedad privada y criar a
los hijos en común, sus miembr@s sientan un especial horror hacia los cantos de
sirena de la economía de mercado y hayan decidido pasar a las vías de hecho en
contra de sus representantes, ya sean estos misioneros, inspectores de hacienda,
influencers o banqueros.
Cabe incluso la
posibilidad ─ muy remota, lo reconozco, pero no del todo improbable ─ de que, en
el ejercicio de su derecho a decidir, hayan votado masivamente en referéndum la
aniquilación de los “otros”, quienes quiera que sean, por su punible pretensión
apriorística de modificar las pautas de vida, las creencias, los ritos y el
biotopo particular que ellos encarnan dentro de una deseable biodiversidad.
En tal caso, los
sentineleses pertenecerían de pleno derecho a las corrientes más radicales de
la izquierda antisistema.
Tanto en un caso
como en el otro, esos escasos centenares de indígenas, aislados desde milenios
atrás de las corrientes civilizadoras, no nos resultan enteramente
desconocidos. Visto un sentinelés, vistos todos.