domingo, 4 de noviembre de 2018

LA AMABILIDAD DE LAS MUJERES


Por amabilidad, me refiero a sus capacidades y sus méritos tanto para amar como para ser amadas. Es algo fundamental en el mundo, básico desde el principio mismo de los tiempos de vida en sociedad. Dicen los teólogos de la posmodernidad (lo dijo también Margaret Thatcher, una excepción clamorosa a la regla arriba enunciada de la amabilidad) que la sociedad no existe, solo individuos egoístas en pugna unos con otros. Se diría que están pensando en Weinstein y en tantos depredadores del sexo, unos con sotana y otros sin ella: esos “hombres que no aman a las mujeres” según título de la novela de Stieg Larsson, y las utilizan como objeto de usar y tirar o como fetiche de un poder vicario. Contra ellos se despliega la poderosa y justificada indignación del #metoo, el rechazo rotundo de las mujeres a que su amabilidad consustancial sea utilizada en contra de ellas.
La vida, la sociedad, la historia son otra cosa: una crónica demorada de la amabilidad que sostiene a los “pobres amantes” si queremos decirlo con Vasco Pratolini. La construcción paciente, más allá de los numerosos fallos y los resbalones repentinos, de una fortaleza común a los géneros diferentes. Y hablo de fortaleza (los sentidos de las palabras pueden traicionarnos a veces) en el sentido de fuerza, no en el de un lugar amurallado contra las intrusiones de fuera. Una fortaleza en campo abierto.
Me vienen a la cabeza estas ideas al leer lo último (lo póstumo) publicado de Leonard Cohen. Una larga reseña en Babelia (1) nos trae ecos supervivientes de un gran poeta y cantautor ─por este orden─ que se enamoró de muchas mujeres, y les hizo daño, y sufrió el daño que ellas le hicieron a su vez. La vida misma, sin supremacismos estúpidos de género.
He dedicado antes algunos posts a Cohen (2). Me veo ahora identificado con él, una vez más, en su estremecimiento íntimo ante la amabilidad inmensa y desinteresada de una mujer: «Una joven me llevó de vuelta al hotel, / la flor y nata de la raza. / No hablamos / y ni siquiera se planteó la cuestión / de que ella entrara en el vestíbulo, o subiera a mi habitación. / Hace poco / recordé aquel paseo de antaño, / y desde entonces, / necesito sentirme ingrávido / Pero nunca lo consigo.»
Y me admira, una vez más, su humildad, el reconocimiento del talento propio como azar y como esfuerzo casi siempre baldío. La composición lleva por título «Mi carrera».  «Tan poco que decir / Tan urgente / Decirlo.»
"Poco que decir", pero no se puede decir más con menos palabras.