Por amabilidad, me
refiero a sus capacidades y sus méritos tanto para amar como para ser amadas.
Es algo fundamental en el mundo, básico desde el principio mismo de los tiempos
de vida en sociedad. Dicen los teólogos de la posmodernidad (lo dijo también Margaret
Thatcher, una excepción clamorosa a la regla arriba enunciada de la amabilidad)
que la sociedad no existe, solo individuos egoístas en pugna unos con otros. Se
diría que están pensando en Weinstein y en tantos depredadores del sexo, unos con
sotana y otros sin ella: esos “hombres que no aman a las mujeres” según título
de la novela de Stieg Larsson, y las utilizan como objeto de usar y tirar o como fetiche de un poder vicario. Contra ellos se despliega la poderosa y
justificada indignación del #metoo, el rechazo rotundo de las mujeres a que su
amabilidad consustancial sea utilizada en contra de ellas.
La vida, la
sociedad, la historia son otra cosa: una crónica demorada de la amabilidad que sostiene a
los “pobres amantes” si queremos decirlo con Vasco Pratolini. La construcción
paciente, más allá de los numerosos fallos y los resbalones repentinos, de una
fortaleza común a los géneros diferentes. Y hablo de fortaleza (los sentidos de las
palabras pueden traicionarnos a veces) en el sentido de fuerza, no en el de un
lugar amurallado contra las intrusiones de fuera. Una fortaleza en campo
abierto.
Me vienen a la
cabeza estas ideas al leer lo último (lo póstumo) publicado de Leonard Cohen.
Una larga reseña en Babelia (1) nos trae ecos supervivientes de un gran poeta y
cantautor ─por este orden─ que se enamoró de muchas mujeres, y les hizo daño, y
sufrió el daño que ellas le hicieron a su vez. La vida misma, sin supremacismos
estúpidos de género.
He dedicado antes
algunos posts a Cohen (2). Me veo ahora identificado con él, una vez más, en su
estremecimiento íntimo ante la amabilidad inmensa y desinteresada de una mujer:
«Una
joven me llevó de vuelta al hotel, / la flor y nata de la raza. / No
hablamos / y ni siquiera se planteó la cuestión / de que ella entrara
en el vestíbulo, o subiera a mi habitación. / Hace poco / recordé
aquel paseo de antaño, / y desde entonces, / necesito sentirme ingrávido /
Pero nunca lo consigo.»
Y me admira, una vez más, su humildad, el reconocimiento del
talento propio como azar y como esfuerzo casi siempre baldío. La composición
lleva por título «Mi carrera». «Tan poco que decir / Tan urgente /
Decirlo.»
"Poco que decir", pero no se puede decir más con menos palabras.
"Poco que decir", pero no se puede decir más con menos palabras.
(2) Ver http://vamosapollas.blogspot.com.es/2016/08/el-pajaro-en-el-alambre.html;
y también http://vamosapollas.blogspot.com.es/2016/11/leonard-cohen-desde-su-mausoleo.html