jueves, 15 de noviembre de 2018

EL MENSAJE DE KAFKA


Cuando el otro día les detallé las recomendaciones de lectura que hacía para Librotea el escritor Eduardo Mendoza (1), me dejé una en el tintero: El mensaje imperial, de Franz Kafka.
Fue un lapsus involuntario, pero seguramente también un lapsus significativo. No “amo” particularmente a Kafka, por más que su lectura me parece imprescindible. Mendoza dice que es quizá el escritor “más incisivo” del siglo XX. De acuerdo, pero el calificativo “incisivo” puede interpretarse de muchas maneras. A mí la lectura de Kafka me inquieta desde la primera línea, y si persevero en ella el tiempo suficiente, acabo por sentirme desencajado y aterrorizado.
Me sucede con el Castillo, el Proceso, la Muralla china. Muy especialmente con la Carta al padre. A veces el vértigo me ataca ya con la primera línea, incluso con la única línea, como en este aforismo: «La jaula fue en busca de un pájaro.»
El texto que recomienda Mendoza es Un mensaje imperial. Se trata de un cuento de apenas dos páginas, que, al menos en la edición que poseo, está incluido en la colección de relatos “Un médico rural”. Se lo resumo, si tal cosa es posible en un texto tan corto, tan milimétricamente estructurado.
El emperador, moribundo en el palacio de la capital, quiere enviarme antes de morir un mensaje a mí, súbdito anónimo, que vivo en el límite más apartado del imperio. Elige para trasladarme el mensaje al mejor de sus mensajeros, el más rápido y el más fiable. El mensajero toma el mensaje y empieza a abrirse camino con movimientos enérgicos entre la multitud que se agolpa para presenciar la agonía imperial. El mensajero cruza las salas, las antesalas, los largos pasillos, los patios, forcejeando con la multitud anhelante que le cierra el paso. Sale por fin del palacio y empieza a cruzar la gran plaza central de la capital del imperio, pero esta también está abarrotada de gentes venidas de los cuatro puntos cardinales. Cuando haya acabado de cruzar la plaza inmensa todavía tendrá que avanzar por las largas avenidas, los barrios periféricos, los suburbios hacinados, y salir a campo abierto, y franquear cordilleras, y vadear ríos, y cruzar selvas, hasta llegar a la cabaña humilde donde yo espero, también agonizante, el mensaje particular y sin duda trascendental que el emperador me envía mediante el mejor y el más rápido de sus mensajeros, mensaje que no hay la menor esperanza de que yo llegue a conocer.