Cuando el otro día
les detallé las recomendaciones de lectura que hacía para Librotea el escritor
Eduardo Mendoza (1), me dejé una en el tintero: El mensaje imperial, de Franz Kafka.
Fue un lapsus
involuntario, pero seguramente también un lapsus significativo. No “amo”
particularmente a Kafka, por más que su lectura me parece imprescindible. Mendoza
dice que es quizá el escritor “más incisivo” del siglo XX. De acuerdo, pero el
calificativo “incisivo” puede interpretarse de muchas maneras. A mí la lectura
de Kafka me inquieta desde la primera línea, y si persevero en ella el tiempo
suficiente, acabo por sentirme desencajado y aterrorizado.
Me sucede con el
Castillo, el Proceso, la Muralla china. Muy especialmente con la Carta al padre.
A veces el vértigo me ataca ya con la primera línea, incluso con la única
línea, como en este aforismo: «La jaula fue en busca de un pájaro.»
El texto que
recomienda Mendoza es Un mensaje imperial.
Se trata de un cuento de apenas dos páginas, que, al menos en la edición
que poseo, está incluido en la colección de relatos “Un médico rural”. Se lo
resumo, si tal cosa es posible en un texto tan corto, tan milimétricamente
estructurado.
El emperador,
moribundo en el palacio de la capital, quiere enviarme antes de morir un
mensaje a mí, súbdito anónimo, que vivo en el límite más apartado del imperio.
Elige para trasladarme el mensaje al mejor de sus mensajeros, el más rápido y
el más fiable. El mensajero toma el mensaje y empieza a abrirse camino con movimientos enérgicos entre la
multitud que se agolpa para presenciar la agonía imperial. El mensajero cruza las salas, las
antesalas, los largos pasillos, los patios, forcejeando con la multitud
anhelante que le cierra el paso. Sale por fin del palacio y empieza a cruzar la
gran plaza central de la capital del imperio, pero esta también está abarrotada
de gentes venidas de los cuatro puntos cardinales. Cuando haya acabado de
cruzar la plaza inmensa todavía tendrá que avanzar por las largas avenidas, los
barrios periféricos, los suburbios hacinados, y salir a campo abierto, y
franquear cordilleras, y vadear ríos, y cruzar selvas, hasta llegar a la cabaña
humilde donde yo espero, también agonizante, el mensaje particular y sin duda
trascendental que el emperador me envía mediante el mejor y el más rápido de sus
mensajeros, mensaje que no hay la menor esperanza de que yo llegue a conocer.