La idea establecida
parecía ser que, a más elecciones primarias (internas), más democracia. Sin
embargo la ecuación no funciona, como se ha visto en multitud de ocasiones en
las que, a fuerza de bajar el listón, la popularidad tertuliana ha derrotado a la
competencia profesional. Un ejemplo paradigmático puede ser el caso de Pablo
Casado versus Soraya Sáenz de Santamaría, que degeneró en el éxito anunciado del
hiperventilado sobre la redicha.
El votante ni
siquiera se pregunta en estos casos cuál es el mal menor entre los que se
ofrecen a su elección, sino quién le cae más simpático/a. No se valoran los
programas de gobierno (vade retro tal invento diabólico) ni las intenciones, ni
el encaje del/de la candidato/a en el contexto político (por ejemplo, su conocimiento
de los problemas económicos y sociales, su capacidad para entenderse con las
fuerzas de la oposición, o su incidencia en el entorno europeo o internacional
a secas), sino meramente sus prendas personales reducidas por lo común a la presencia
física, la simpatía, el desparpajo ante las cámaras, la labia y los signos
externos de pertenencia a una clase (ropa, peinado, dicción, estudios
superiores materializados en másteres rimbombantes en universidades remotas).
El proyecto
político está de capa caída; es la epidermis lo que cuenta en la valoración del
pueblo soberano, como si de un concurso de belleza se tratara.
Todo esto era ya
archisabido, desde que expertos como Nadia Urbinati han analizado la democracia
demediada de las audiencias. Un paso más por el camino de reducir la selección democrática
de las elites a una maniobra de fontanería nos lo ofrece Podemos-Madrid, cuya dirección ha querido utilizar en beneficio de los “leales a la causa” la
previsible condición ganadora de la candidatura a la alcaldía de Manuela
Carmena, y colocar como peaje intermedio unas primarias trucadas en las que situar
a los unos en perjuicio de los otros.
Las elecciones
internas no ofrecen en ningún caso (repito, en ningún caso; tampoco en el mejor
de los casos posibles) un plus de democracia representativa, desde el momento
en que no apuestan por los contenidos de la política sino por las personas más
idóneas para llevar esos contenidos a la práctica. La representación que nos
ofrece el sistema democrático rectamente entendido no es la de unas personas
que se parezcan lo más posible a como nos vemos nosotros, sino la de las ideas
y las reivindicaciones que pretendemos impulsar.
Las primarias fueron
concebidas como una salvaguarda contra las decisiones del aparato, con la idea
de ampliar el campo de los elegibles a personas no crecidas dentro del aparato,
ni cooptadas por él, ni asimilables al mismo. En ese sentido, son beneficiosas.
El rebote llega cuando el aparato se dedica, no solo a blindar el núcleo inamovible
de dirección, sino además a promocionarlo a través precisamente del mecanismo
de unas primarias controladas con habilidad desde arriba.
La ampliación
perfectamente explicada y argumentada del suceso que comento, la puede
encontrar el lector en un artículo firmado por Asier Martiarena que aparece en la vanguardia de Barcelona hoy mismo: https://www.lavanguardia.com/local/madrid/20181114/452884095482/podemos-madrid-estalla-plena-precampana-carmena-candidatur-pablo-iglesias.html