Juan Carlos
Escudier entrevista en Ctxt al ex ministro del PP José Manuel García Margallo, y las
respuestas de este tienen todo el perfume de un cóctel muy particular de
soberbia y quiebro torero para hurtar el cuerpo:
«¿Se
siente cómodo con esta deriva del partido a posiciones muy de derechas?
─ Todavía nadie me ha explicado en qué se manifiesta o de
dónde se deduce que haya una deriva a la derecha.
Mano
dura con la inmigración, volver a la ley del aborto de 1985, ilegalizar a los
partidos independentistas…
─ En esos temas lo que ha hecho el partido es volver a
sus posiciones tradicionales.»
Lo cual implica que las posiciones tradicionales del PP
son las de una derecha pura y dura. La de Fraga, la de Aznar, la que Rajoy
intentó disimular por su apocamiento de carácter.
La campaña electoral de Andalucía muestra a un Pablo
Casado ─ el preferido de Margallo frente a Santamaría una vez descartado él
mismo, que también se presentó a las primarias para la sucesión de Rajoy y
obtuvo un resultado insignificante ─ que da por perdidos los votos de centro y compite
con su energía y zafiedad habitual para que Vox no le arrebate escaños
residuales en varias provincias (hasta cuatro, según los sondeos).
Competir con Vox por cuatro escaños: he aquí un objetivo
miserable, si los hay, en unas elecciones.
Eludir la cuestión sobre si Vox es ultraderecha o derecha
a secas: un expediente para desviar la cuestión cuando el partido regresa a sus
“posiciones tradicionales” e incluso más allá, y utiliza los mismos argumentos consabidos
contra los inmigrantes, contra “los de los lazos amarillos” y contra quienes
quieren “romper” una España hecha ya pedazos por una cerrazón mental y una
intransigencia que niegan la españolidad de quienes sostienen cualquier opción
diferente.
Margallo culpa al gobierno de Sánchez de no haber pujado
con más fuerza por la devolución de Gibraltar como botín a ganar en el acuerdo
del Brexit. “Era una ocasión histórica”, dice. Pero no explica en qué se
manifiesta ni de qué se deduce que Gibraltar estuviese en oferta en tal
almoneda. Javier Maroto, el flamante vicesecretario de Organización del nuevo
PP, coge a beneficio de inventario ese rábano por las hojas: acusa a Sánchez de
«ridículo histórico» en el acuerdo sobre Gibraltar, y lo emplaza a una
comparecencia urgente ante el Congreso para explicar «su incapacidad para
defender a España fuera de nuestras fronteras.»
Mi impresión personal es que tales sobreactuaciones resultan
a la larga y también a la corta perjudiciales para sus performers. El riesgo grande no solo es provocar la incredulidad,
sino ser tomados por el pito del sereno por parte del electorado.
«Si alguien en Andalucía quiere un cambio, la opción
segura es el PP», ha dicho Maroto con mucho énfasis. Pero dudo de que alguien en
Andalucía desee “ese” cambio precisamente. Casado, Maroto y Margallo corren el
riesgo de ser confundidos por la ciudadanía con un remake de los payasos de la tele.