Encajó un gol
temprano, pero se rehízo con épica y con estilo, y consiguió al final del
encuentro un marcador favorable: 15-13.
La Banca es
imbatible. No hay color.
Algunos ponen el
grito en el cielo y aseguran que, con esta rectificación de una sentencia
propia, nuestro Tribunal Supremo ha rodado hasta el fondo del precipicio.
Yo entiendo las cosas
de otra manera. Si precipicio había, el Supremo ─la fracción mayoritaria del
Supremo─ ya estaba en el fondo de él desde mucho antes. No ha cambiado, antes
bien ha ratificado, la doctrina jurisprudencial tradicional, a partir del
viejo axioma de que “La Banca siempre lleva la razón”. Hacía ya más de veinte años
que el cliente pagaba el impuesto de su hipoteca, y lo seguirá pagando igual
que antes. El empeño del alto tribunal se ha dirigido tan solo a corregir con
severidad una pequeña perturbación debida a los pujos igualitaristas de una
minoría de magistrados.
No nos rasguemos
las vestiduras, sobre todo quienes carecemos de recursos para costearnos un
traje nuevo. Celebremos más bien que haya habido “tanta” minoría en este caso,
y honremos como se merecen a los trece disidentes. Ellos nos representan y nos
salvaguardan. No han podido imponer su criterio esta vez, y lo lamentamos con
ellos y junto a ellos; pero sí han demostrado la existencia de una alternativa razonable,
compasiva, humana, que no había sido introducida (¿por error?) en los inputs que alimentan los
algoritmos del big data de los instrumentos financieros.
La Historia no se acaba
hoy.