Dice Pablo Casado
que la derogación de la ley Wert (la Lomce) condena a los jóvenes al paro
masivo. Es decir, que seguirán tal y como están ahora mismo. Él no lo
explica así, claro; dice, sin aportar estadísticas, que «durante el gobierno
del PP se ha logrado bajar mucho el paro juvenil», y que «se están poniendo palos
en las ruedas de las reformas educativas que tienen que hacer competitivos a
los trabajadores futuros.»
Ahí está el nudo
del problema. El propio Casado ha conseguido hacerse “competitivo” en el
mercado de cerebros mediante la ayuda de estudios universitarios y másteres
obtenidos en un prodigioso relámpago de tiempo. Pero la idea de que la
competitividad en el mercado depende del trabajador individual es en sí misma
una aberración. Los factores que contribuyen a la competitividad de una empresa o un producto en el mercado son mucho más complejos.
Si Casado supiera sobre la cuestión algo más de lo que sabe,
podría reflexionar sobre el hecho de que dar a los futuros dirigentes una
educación para dirigentes, a los administrativos una educación para
administrativos, y otro tanto a los trabajadores manuales, a las mujeres de la
limpieza o a los camareros de chiringuito, significa perpetuar el mundo como
es, en el peor sentido de la expresión “como es”. La selección de las elites a
partir del nacimiento y los medios familiares de fortuna, que es lo que subyace
en la propuesta Wert/Casado, conduce a una sociedad mediocre. Lo realmente
competitivo no es fiar a las universidades privadas la formación de las elites
designadas y abandonar a los/las demás a una formación profesional basada en
conocimientos sencillos y prácticos, sino dar a los talentos reales, sin
importar su género ni su extracción social, la oportunidad de alcanzar el lugar
preciso donde puedan dar más de sí. Eso significa igualar las oportunidades
desde la línea de partida de la carrera; y en consecuencia, proporcionar una
educación potencialmente “de elite” a todas las personas, sin más cortapisa que
la derivada de la falta de inteligencia, de interés o de constancia en el
aprovechamiento. Bajar el listón, suprimir la filosofía y minimizar las
humanidades en los planes de estudios, elementalizar las matemáticas o las
ciencias, explicar la historia con orejeras, enseñar la mecánica práctica de
los idiomas sin rozar la cultura implícita en esos idiomas distintos del
nuestro, son autopistas hacia el fracaso individual y colectivo del país. Educar es, en definitiva, ayudar a los jóvenes a comprender el mundo en todos sus entresijos. O dicho de otra forma más de moda, empoderarlos.
La cuestión del empleo
y el desempleo es diferente. El empleador tipo prefiere a sus trabajadores
dóciles, algo tontos, y sobre todo refractarios a la sindicación. No pretende
discutir con ellos de filosofía, entre otras cosas porque tampoco él sabe de
qué va eso. Mucha disciplina, mucha lealtad a la firma y poca exigencia en el
cobro de las incontables horas extra. Un anuncio solicitaba una secretaria con
idiomas y con disposición de compartir puntualmente la cama con el jefe; otro reciente
(en Marina d’Or si no recuerdo mal) ofrece 45 euros brutos por 10 horas de
trabajo diario.
Son las
oportunidades ofrecidas a la juventud por la ley Wert.