─ Aquí ─ nos
explica Leontxo delante de un tablero gigante ─ ,“nuestros amigos inhumanos”
recomiendan tal cosa, pero ningún jugador vivo se atrevería a adentrarse en los
vericuetos consecuentes a la respuesta tal otra.
Los amigos
inhumanos están llevando el ajedrez de alto nivel a un impase. En estos días se
celebra el campeonato del mundo. Está previsto a doce partidas, y en las diez
primeras se ha dado el mismo resultado: tablas. Hubo un momento de revuelo
cuando en un vídeo sobre el aspirante una captura de pantalla permitió ver el
listado de aperturas a las que el jugador había dedicado una atención especial
en su preparación. Se dijo que aquello daba una ventaja sustancial a su
oponente, porque entre toda la inmensidad de movimientos posibles a lo largo
de, digamos, las quince primeras jugadas de la partida, este podía limitarse a esperar
la aparición de tan solo unos pocos sistemas de apertura.
Otros
comentaristas, abiertamente partidarios de la teoría de la conspiración,
insinuaron que el pantallazo chivato era una sofisticada trampa del aspirante,
que desviaba al contrincante hacia el estudio de unas cuantas líneas que no
pensaba utilizar, por lo que le restaba un tiempo precioso para preparar lo que
efectivamente iba a aparecer en el tablero.
Ya tuviesen razón
los unos o los otros, el match siguió su curso sin alteraciones perceptibles y
los dos competidores, la más alta expresión del ajedrez humano en el momento presente,
siguieron haciendo tablas de forma invariable. Cada cual cuenta con su propia
mente, pero los amigos inhumanos que les auxilian en la elección de jugadas son
los mismos. Son infalibles. Dos infalibilidades se anulan recíprocamente.
El título se
decidirá probablemente en las partidas rápidas. Con menos tiempo para pensar, y
superado el escollo inicial de unas aperturas superanalizadas, uno u otro de
los dos campeones cometerá en algún momento un error. Errare humanum est. Lo que nos lleva a la conclusión de que la
esencia del ajedrez no está en la mejor jugada sino en el error más garrafal.
La idea no es
nueva. Hace más de un siglo, cuando los amigos inhumanos estaban aún en el
limbo de los futuribles, alguien, no recuerdo quién, sentenció que en ajedrez
gana siempre quien comete el penúltimo error.