El culo, con perdón, del tráiler
francés, bloqueando la calle Consolat de Mar, en el centro de Poldemarx.
El verano en Poldemarx
está resultando bastante más accidentado de lo habitual. Aquí suele reinar la
placidez, o como dicen los autóctonos el panching,
expresión popular catalana intraducible que viene a significar, si Álex
Grijelmo no me desmiente, que cada cual va como mucho a su bola, sin ocuparse
de las ajenas; y de preferencia a ninguna bola, ni siquiera la propia.
Ha habido por
consiguiente cierto revuelo cuando alguien se dedicó a producir pintadas en las
formaciones rocosas a flor de agua que adornan las calas vecinas a la Roca
Grossa. Se trata de lugares en los que se suele practicar inveteradamente el
nudismo; eso por un lado. Por otro, los escollos que asoman de las aguas
límpidas son el hábitat de una nutrida colonia de cormoranes negros, cuya
fotogenia viene dando pie a muchos selfies
de guiris venidos por lo general de Calella de los Alemanes.
A algunos les
pareció una salvajada pintar unas formaciones calizas en forma de esquistos que
tienen la calificación de patrimonio protegido atascada desde hace años en
alguna oficina subalterna de nuestra egregia Generalitat. Otros han temido que
los cormoranes se molestaran por el tono radical de ciertas frases pintarrajeadas
con espray. Respecto a este último extremo me tranquilizó el portavoz del
comité de empresa de los cormoranes: «Mire usté, nosotros somos apolíticos, y
puestos a hilar fino, también enmerdamos la roca de vez en cuando, esto va
así.»
Todavía no nos
habíamos repuesto del susto cuando un camión con tráiler fue a incrustarse en
la estrecha calle de Consolat de Mar, con el morro puesto en la plaza de los
Quatre Cantons. Cualquier vecino, por no hablar de la guardia municipal, podía
haber dicho al conductor que por ahí no cabía; pero se trataba de un camionero
francés, que circulaba a las cinco y media de la madrugada y seguía a ciegas
las instrucciones de su GPS, el cual le indicó el trayecto como un atajo idóneo
para acortar en dirección Girona.
Poldemarx había
sido tomada por asalto en la guerra del Francés, y las casas de pescadores del
frente marítimo fueron incendiadas por el invasor en aquella efemérides. Es un
precedente, señalarían los juristas. No se ve muy bien, de otro modo, qué razón
habría para que un agente enviado por los servicios secretos de una potencia amiga
y sin embargo envidiosa, haya causado deliberadamente destrozos en la frágil infraestructura
de una población pequeñita en la que abundan los recovecos.
Tal vez doña Elvira
Roca Barea, autora de “Imperiofobia”, nos ilumine en este aspecto con la
deducción de que la leyenda negra sigue viva y la teoría de la conspiración
antiespañola funciona a marchas forzadas.
Por aquí, sin
embargo, no acabamos de creérnoslo. La playa sigue poblándose todas las mañanas
de mamás con niños y premamás con bombos, de nacionalidades variopintas. Desde
el camping situado a medio camino de la Vallalta bajan riadas de bañistas
armados con sombrillas, sillas plegables y flotadores enormes en forma de
flamencos rosas. Como los cormoranes, nosotros vivimos y dejamos vivir. Si algún
camión apresurado se queda bloqueado en las angosturas de nuestro casco viejo,
el único remedio que se nos ocurre es guiarlo en marcha atrás e indicarle, una
vez llegados a la rotonda, el camino correcto y claramente indicado en varios
letreros.
A cualquiera puede sucederle, pensamos, eso de quedarse atascado en un recoveco. Así pues, hoy por ti y mañana por mí.
A cualquiera puede sucederle, pensamos, eso de quedarse atascado en un recoveco. Así pues, hoy por ti y mañana por mí.
Todo antes que ir a
ciegas a nuevas elecciones.