jueves, 8 de agosto de 2019

BLOQUEO CIUDADANO



El culo, con perdón, del tráiler francés, bloqueando la calle Consolat de Mar, en el centro de Poldemarx.


El verano en Poldemarx está resultando bastante más accidentado de lo habitual. Aquí suele reinar la placidez, o como dicen los autóctonos el panching, expresión popular catalana intraducible que viene a significar, si Álex Grijelmo no me desmiente, que cada cual va como mucho a su bola, sin ocuparse de las ajenas; y de preferencia a ninguna bola, ni siquiera la propia.

Ha habido por consiguiente cierto revuelo cuando alguien se dedicó a producir pintadas en las formaciones rocosas a flor de agua que adornan las calas vecinas a la Roca Grossa. Se trata de lugares en los que se suele practicar inveteradamente el nudismo; eso por un lado. Por otro, los escollos que asoman de las aguas límpidas son el hábitat de una nutrida colonia de cormoranes negros, cuya fotogenia viene dando pie a muchos selfies de guiris venidos por lo general de Calella de los Alemanes.

A algunos les pareció una salvajada pintar unas formaciones calizas en forma de esquistos que tienen la calificación de patrimonio protegido atascada desde hace años en alguna oficina subalterna de nuestra egregia Generalitat. Otros han temido que los cormoranes se molestaran por el tono radical de ciertas frases pintarrajeadas con espray. Respecto a este último extremo me tranquilizó el portavoz del comité de empresa de los cormoranes: «Mire usté, nosotros somos apolíticos, y puestos a hilar fino, también enmerdamos la roca de vez en cuando, esto va así.»

Todavía no nos habíamos repuesto del susto cuando un camión con tráiler fue a incrustarse en la estrecha calle de Consolat de Mar, con el morro puesto en la plaza de los Quatre Cantons. Cualquier vecino, por no hablar de la guardia municipal, podía haber dicho al conductor que por ahí no cabía; pero se trataba de un camionero francés, que circulaba a las cinco y media de la madrugada y seguía a ciegas las instrucciones de su GPS, el cual le indicó el trayecto como un atajo idóneo para acortar en dirección Girona.

Poldemarx había sido tomada por asalto en la guerra del Francés, y las casas de pescadores del frente marítimo fueron incendiadas por el invasor en aquella efemérides. Es un precedente, señalarían los juristas. No se ve muy bien, de otro modo, qué razón habría para que un agente enviado por los servicios secretos de una potencia amiga y sin embargo envidiosa, haya causado deliberadamente destrozos en la frágil infraestructura de una población pequeñita en la que abundan los recovecos.

Tal vez doña Elvira Roca Barea, autora de “Imperiofobia”, nos ilumine en este aspecto con la deducción de que la leyenda negra sigue viva y la teoría de la conspiración antiespañola funciona a marchas forzadas.

Por aquí, sin embargo, no acabamos de creérnoslo. La playa sigue poblándose todas las mañanas de mamás con niños y premamás con bombos, de nacionalidades variopintas. Desde el camping situado a medio camino de la Vallalta bajan riadas de bañistas armados con sombrillas, sillas plegables y flotadores enormes en forma de flamencos rosas. Como los cormoranes, nosotros vivimos y dejamos vivir. Si algún camión apresurado se queda bloqueado en las angosturas de nuestro casco viejo, el único remedio que se nos ocurre es guiarlo en marcha atrás e indicarle, una vez llegados a la rotonda, el camino correcto y claramente indicado en varios letreros.

A cualquiera puede sucederle, pensamos, eso de quedarse atascado en un recoveco. Así pues, hoy por ti y mañana por mí.

Todo antes que ir a ciegas a nuevas elecciones.