miércoles, 7 de agosto de 2019

CULTURA ROMPEHUESOS



Theodor Kallifatides

Me ha atrapado un libro de Theodor Kallifatides, Otra vida por vivir (Galaxia Gutenberg, 2019, traducción del griego de Selma Ancira). No conocía de nada a Kallifatides. Es un griego nacido en 1938 y emigrado a Suecia en 1964, que ha hecho su carrera literaria en el norte y en lengua sueca, pero que se ha esforzado en no perder en el camino su país, su lengua y su cultura de origen. Él mismo da dos versiones de su apellido, según el auditorio. Cuando da una conferencia, dice que su nombre significa “el que habla bien”; cuando está con trabajadores, es “el que calafatea barcos”.

Su libro no es una lectura “de verano”, de evasión; más bien cabe calificarla de literatura de ayuda (ojo, no de autoayuda).

Cuando Theodor cumplió 75 años, le dijeron que a esa edad una persona debía dejar de escribir. Él no pudo. Durante un tiempo, hasta que consiguió superar el bloqueo, ni podía escribir ni dejar de escribir. Se sentaba delante del ordenador, perseguía ideas, dejaba las frases a la mitad, volvía a empezar.

Yo cumplo los setenta y cinco el mes que viene. No tengo planes. Es posible que deje de escribir. No sé qué haré, entonces, dado que escribir es una forma de vivir.

Un amigo de Theodor tenía un pequeño comercio y trabajaba en él sin parar. Theodor le aconsejó que intentara librarse de aquella maldición de Sísifo. El hombre no sabía quién era Sísifo: “¿Es de por aquí? No me suena.”

Sísifo, le explicó Theodor, fue condenado por Zeus a empujar una gran roca hasta la cima de un monte. Al llegar arriba, la roca se desequilibraba y caía por la ladera. Sísifo tenía que volver a empezar, una y otra vez.

El amigo de Theodor intentó evitar el problema: delegó parte de sus quehaceres, se tomó unas pequeñas vacaciones, procuró ver las cosas desde otro punto de vista. Al cabo de unos días fue a ver al escritor. “Theodor, estás equivocado. No fue una condena a Sísifo, sino un premio. El hombre que no trabaja no es nada.”

Una lección de antropología anti-neoliberal. El neoliberalismo sostiene, en efecto, que quien "no es nada" es el hombre que "sí" trabaja.

El libro contiene más lecciones útiles.

La abuela de Theodor decía: “Las palabras no tienen huesos, pero los rompen.” Cierto, en nuestra época la cultura consiste en muchos casos en romper los huesos de otros. Theodor lo explica así (pp. 63-64):

«El derecho a la libertad de expresión no es independiente de la estructura social. No todos pueden expresar su opinión ni divulgarla. Pocos tienen ese privilegio y ese poder. El Otro ha de ser el límite natural y el lindero de nuestros actos y nuestras palabras. No haces cambiar a un cristiano presentándole a un Cristo homosexual. Ni un musulmán deja de creer en Mahoma porque tú se lo presentes como un diablo enloquecido. Más bien, al contrario. […] Una cultura no puede ser juzgada solo por las libertades que se toma, también se juzga por las que no se toma. Hay cosas que no se prohíben, pero eso no significa que se permitan.»

Dicho de otra forma, no hay verdadera cultura sin una amplia inclusión de lo diferente. La cultura excluyente es un oxímoron. No es cultura en realidad, en el viejo sentido clásico de la palabra; no acerca a las personas sino que las divide; no tiende puentes, sino que está atenta a romperle los huesos al forastero que se acerque desprevenido al territorio sagrado de la tribu.