Theodor Kallifatides
Me ha atrapado un
libro de Theodor Kallifatides, Otra vida
por vivir (Galaxia Gutenberg, 2019, traducción del griego de Selma Ancira).
No conocía de nada a Kallifatides. Es un griego nacido en 1938 y emigrado a
Suecia en 1964, que ha hecho su carrera literaria en el norte y en lengua
sueca, pero que se ha esforzado en no perder en el camino su país, su lengua y su cultura de origen.
Él mismo da dos versiones de su apellido, según el auditorio. Cuando da una
conferencia, dice que su nombre significa “el que habla bien”; cuando está con
trabajadores, es “el que calafatea barcos”.
Su libro no es una
lectura “de verano”, de evasión; más bien cabe calificarla de literatura de ayuda
(ojo, no de autoayuda).
Cuando Theodor cumplió
75 años, le dijeron que a esa edad una persona debía dejar de escribir. Él no
pudo. Durante un tiempo, hasta que consiguió superar el bloqueo, ni podía
escribir ni dejar de escribir. Se sentaba delante del ordenador, perseguía
ideas, dejaba las frases a la mitad, volvía a empezar.
Yo cumplo los
setenta y cinco el mes que viene. No tengo planes. Es posible que deje de
escribir. No sé qué haré, entonces, dado que escribir es una forma de vivir.
Un amigo de Theodor
tenía un pequeño comercio y trabajaba en él sin parar. Theodor le aconsejó que
intentara librarse de aquella maldición de Sísifo. El hombre no sabía quién era
Sísifo: “¿Es de por aquí? No me suena.”
Sísifo, le explicó
Theodor, fue condenado por Zeus a empujar una gran roca hasta la cima de un monte.
Al llegar arriba, la roca se desequilibraba y caía por la ladera. Sísifo tenía
que volver a empezar, una y otra vez.
El amigo de Theodor
intentó evitar el problema: delegó parte de sus quehaceres, se tomó unas pequeñas vacaciones, procuró ver las cosas desde otro punto de vista. Al cabo de unos
días fue a ver al escritor. “Theodor, estás equivocado. No fue una condena a Sísifo,
sino un premio. El hombre que no trabaja no es nada.”
Una lección de
antropología anti-neoliberal. El neoliberalismo sostiene, en efecto, que quien "no es nada" es el hombre que "sí" trabaja.
El libro contiene más lecciones útiles.
El libro contiene más lecciones útiles.
La abuela de
Theodor decía: “Las palabras no tienen huesos, pero los rompen.” Cierto, en
nuestra época la cultura consiste en muchos casos en romper los huesos de
otros. Theodor lo explica así (pp. 63-64):
«El derecho a la libertad de expresión no es
independiente de la estructura social. No todos pueden expresar su opinión ni
divulgarla. Pocos tienen ese privilegio y ese poder. El Otro ha de ser el
límite natural y el lindero de nuestros actos y nuestras palabras. No haces
cambiar a un cristiano presentándole a un Cristo homosexual. Ni un musulmán
deja de creer en Mahoma porque tú se lo presentes como un diablo enloquecido.
Más bien, al contrario. […] Una cultura no puede ser juzgada solo por las
libertades que se toma, también se juzga por las que no se toma. Hay cosas que
no se prohíben, pero eso no significa que se permitan.»
Dicho de otra
forma, no hay verdadera cultura sin una amplia inclusión de lo diferente. La
cultura excluyente es un oxímoron. No es cultura en realidad, en el viejo
sentido clásico de la palabra; no acerca a las personas sino que las divide; no
tiende puentes, sino que está atenta a romperle los huesos al forastero que se
acerque desprevenido al territorio sagrado de la tribu.