Crónicas desde la Contigüidad del Cosmos
Rosita, la patrona
del restaurante La Contigüidad del Cosmos, de Poldemarx, me dio aviso por
teléfono.
─ Los tengo en el
reservado. Los dos llevan un pedo de pronóstico.
─ ¿Y qué puedo
hacer yo, Rosita?
─ Pruebe a llevárselos de
aquí, don Paco. Usted tiene buena mano con los VIPs.
De modo que me
llegué hasta el restaurante. A la entrada colgaba un cartel: «Cerrado por
defunción de un familiar.» No obstante, Rosita entreabrió la puerta y me hizo
seña de que entrara. Una vez en la sala vacía, me llevó junto a la puerta acristalada del
reservado. Dentro se oían voces.
─ Yo no querría a
Georrgieva parra Fondo Monetarrio ─ sonaba una voz femenina marcando mucho las
erres ─. Forrbes me ha elegido como mujer más poderrosa del mundo, ¿sabes,
Marriano? Porr undécima vez consecutiva. Y sin embarrgo, no me han hecho caso…
─ Kristalina es una
buena elección ─ respondió un caballero culto, con voz nasal y acento levemente
gallego ─. Dará una gran transparencia a la institución.
─ Yo querría a Dijsselbloem
─ protestó ella. Y él sentenció:
─ Diselblón es un
cabrón. Y Calviño no es nadie.
─ Nadia ─ corrigió
ella.
─ Nadie ─ insistió
él.
─ Tú tampoco nadie
ya, Marriano ─ se puso melancólica la voz femenina.
─ Bueno, quién
sabe. Dado el actual bloqueo de la izquierda canalla, si Pablo da un paso al lado y Sánchez se abstiene, yo podría renovar el
equipo con gente nueva y dar aún mucho juego. Veo brotes verdes. ¿Sabes que
tenemos con nosotros a Hazard?
Elegí ese momento
para entrar. Sobre la mesa vi una botella de güisqui casi vacía y una jarra de
sangría demediada, dos vasos medio llenos, un recipiente con cubitos de hielo
casi derretidos del todo, y otro objeto al que luego me referiré.
─ Don Mariano ─ dije
en tono respetuoso ─, el taxi le está esperando fuera.
Miró
instintivamente el Rolex que relumbraba en su muñeca.
─ Cielos, ahora
recuerdo que tengo entradas para un festejo taurino en San Feliú de Guíchols.
Habrá banda de música y tocarán “Que viva España”. Me temo que llego tarde.
¿Por dónde se va a los aseos?
Se dirigió tambaleante hacia el
fondo del establecimiento. Quedamos Angela y yo frente a frente. Yo la miré,
acusador. Ella me sostuvo la mirada. Temblaba, pero esa reacción podía deberse
simplemente a sus recientes molestias musculares.
─ ¿Qué es esto que
veo aquí? ─ pregunté, señalando el “otro” objeto colocado sobre la mesa.
─ Un joyerro Louis
Vuitton ─ me respondió en tono frívolo.
─ ¿Suyo, por
supuesto, cancillera?
─ No mío. Se lo
mangué a la Lagarrte.
─ Lagarde ─
corregí.
─ Lagarrte ─
insistió ─. Siemprre quise hacerrlo. Yo mujerr
más poderrosa del mundo, según Forrbes. Porr undécimo año.
─ Cancillera, vamos
a ver cómo podemos arreglar esto ─ dije, con un suspiro. Siempre me tocan a mí
estos papelones ─. ¿Me da el número de móvil de madame Lagarde, por favor?
─ No quierro ─ se
cruzó de brazos. Y añadió despectiva ─: Tú no erres nadia, quierro decirr nadie.
Recordé que tenía
en la memoria de mi móvil el número de Christine; ella me lo había dado en cierta
ocasión en que también le robaron el joyero. Mientras apretaba el botón, Angela cruzada de brazos
temblaba de forma espasmódica.