Cosimo o Cosme de Medici,
retrato de Jacopo Pontormo.
Los Medici, patronos del Renacimiento, de Paul Strathern*, traza la historia pública de una
familia de banqueros que supo construir con prudencia y mucha paciencia un
contrapoder consistente a la oligarquía dominante en Florencia, compuesta notoriamente
por gibelinos como los Albizzi, los Uzzano y los Capponi, que ocupaban una
mayoría de puestos en la Signoria y
gobernaban la república con mano de hierro después de aplastada por la fuerza
la revuelta de los ciompi.
Giovanni di Bicci
Medici (“Bicci” era Everardo, el padre de Giovanni) dio los primeros pasos en
el fortalecimiento de la Banca Medici y en su expansión. No se llevaba mal con
la oligarquía, pero tampoco eran un secreto sus simpatías (recíprocas) con el
llamado popolo minuto, el pueblo
menudo, los trabajadores de la lana y los artesanos que sostenían la base de la
economía de la ciudad.
Ya seriamente
enfermo, es tradición ─ recogida por Maquiavelo en su Historia de Florencia, tachada de “medicista” por la oposición ─
que convocó a su lecho a sus hijos Cosimo y Lorenzo, y les aconsejó lo
siguiente: «No rondéis con mucha frecuencia el Palazzo della Signoria, aunque os
lleven allí los negocios. Id únicamente cuando os convoquen, y aceptad solo las
tareas que os asignen. No hagáis nunca alardes ante el pueblo pero, caso de que
no podáis evitarlo, no os excedáis más allá de lo estrictamente necesario.
Manteneos apartados de la mirada del público, y nunca os manifestéis en contra
de la voluntad del pueblo, a menos que esté en marcha un proyecto desastroso…»
Cosimo trató de seguir
a rajatabla esos consejos, pero además alargó sus tentáculos hasta convertir la
Banca Medici en una institución “demasiado grande” para desaparecer en caso de
crisis. Tenía veinticinco años cuando su padre le envió al concilio de Constanza
como banquero de uno de los pontífices en litigio en el Gran Cisma de la Iglesia: Baldassare
Cossa, electo con el nombre de Juan XXIII. Cosimo atendió con diligencia los
intereses de su cliente, pero además conoció en la ciudad imperial a
representantes de todas las grandes casas de banca lombardas y venecianas, e
incluso a los Fugger centroeuropeos, banqueros del emperador Segismundo. En los años siguientes, estableció oficinas de la firma en Brujas, centro europeo del comercio lanero, y Londres.
Cossa se vio en el
trance de huir de Constanza disfrazado de ballestero, para evitar su prisión
por cargos muy graves. Giovanni Medici le había hecho un préstamo personal de 12.000
florines, y Cosimo consideró que no debía desentenderse de la suerte de aquel cliente
tan especial. Huyó asimismo de Constanza, probablemente también disfrazado y llevándose
consigo la garantía de su préstamo al papa: un báculo pontifical de oro con
piedras preciosas engastadas. De regreso en Florencia, trabajó en favor de
Cossa, que había sido apresado y encerrado en Heidelberg. Toda su selecta
clientela quedó gratamente impresionada por aquella lealtad sin esperanza de
recompensa.
Sin embargo, Cossa
nombró a los Medici administradores de su herencia personal, y finalmente la
Banca pudo resarcirse en parte de las resultas de un crédito incobrable. El
nuevo papa, Martín V, resentido por el asunto del báculo, frustró las expectativas de Giovanni y eligió otra casa como
proveedora de fondos para sus negocios, pero acabó fatalmente por recurrir a los
Medici después de la quiebra de la firma que había preferido. Su sucesor,
Eugenio IV, mantuvo su confianza en la Banca Medici, y la prosperidad de los
negocios romanos de Cosimo ascendió en flecha.
Fue entonces, sin
duda demasiado tarde, cuando el gonfaloniere de la República de Florencia, Rinaldo degli Albizzi, quiso poner coto de forma
drástica al auge de los Medici. Encerró a Cosimo en la pequeña celda situada en
lo alto de la torre del Palazzo, justo debajo de las campanas: el llamado alberghetto.
Cosimo estaba
seguro de sus aliados, pero no de lo que podía suceder mientras tanto. Mantuvo
un ayuno riguroso durante tres días, hasta que su carcelero le ofreció
compartir todas sus comidas para garantizarle que no estaban envenenadas;
también sobornó Cosimo al jefe de la guardia, que hizo la vista gorda en cuanto
a visitantes y contactos con el exterior.
Ferrara, Venecia,
el Papado, el Imperio, Flandes y la Hansa se interesaron sucesivamente ante la Signoria por la
suerte del prisionero. Albizzi insistió en que había cargos fundados contra él por
traición y conspiración para establecer una tiranía; todos le dieron a entender
que aquello eran milongas. Convocó entonces una Badía (asamblea popular) con acceso restringido a sus propios
partidarios, para condenar a Cosimo a muerte; pero sus propios partidarios no
quisieron llegar tan lejos, y la sentencia fue de destierro por diez años.
Cosimo aún tuvo la prudencia de evitar salir en libertad en pleno día, para no
ser apuñalado a la vuelta de una esquina por sicarios de Albizzi. La liberación se llevó a
cabo de noche y con las calles guardadas por leales suyos.
Así, a partir de la
roqueña solidez de sus relaciones bancarias internacionales, se fraguó la posterior hegemonía
política de la familia, en Florencia y en Europa.
* Mi ejemplar en
lengua inglesa, regalo de hace pocos días de mi hijo Carles, es de Vintage
Books, Londres 2017; no he visto que exista aún una traducción al castellano,
pero ya llegará, Strathern no es ningún desconocido.