La frase es de
Matteo Renzi. Ante el órdago del otro Matteo (Salvini), que rompió a la brava
el gobierno de coalición con la pretensión de ir a nuevas elecciones en las que
mejorar sus apoyos, el ex patrón del Partido Democrático italiano ha apoyado la
entrada del PD en el gobierno con un pacto de programa con el M5S (un mal menor
pero un mal de todos modos, como señala en su bitácora de aquí al lado JL López
Bulla [*]; o dicho de otra forma, un sapo que tragarse con mucha salsa barbacoa
y sin hacer demasiados ascos), dejando para más tarde la áspera controversia que
mantiene con Nicola Zingaretti por la dirección del maltrecho aparato del
partido.
El razonamiento de
Renzi es impecable, lo que no impide que siga siendo un cabrón con pintas.
Ocurre que en la política práctica nunca se produce una transfiguración como la
del Monte Tabor, donde Cristo se apareció a sus discípulos envuelto en el
esplendor de la gloria celestial y con Moisés a un lado y Elías al otro. Las
cosas, aquí abajo, siempre se dibujan en matices mucho más difuminados, de un gris más bien sucio, y
no dejan espacio para otra alternativa que la de optar por el mal menor. El
arte de la política tiene todo que ver con saber elaborar programas magníficos en
el laboratorio o el think tank, y luego,
en el trantrán de la vida cotidiana, seleccionar primero y adoptar después aquel
mal menor que se percibe intuitivamente como el menos malo de los posibles, el que
por lo menos no cierra puertas que se desean abiertas ni impide pequeños progresos
parciales (“microsoluciones” las llama Joan Coscubiela) capaces a medio plazo
de ampliar un poco el horizonte de las expectativas.
Me refiero a las expectativas
colectivas, sociales; no al listón particular que se marcan las ambiciones acrecidas
de los políticos, así las legítimas como las ilegítimas.
Tienen que trabajarse
mucho aún ese librillo del mal menor tanto Pedro Sánchez como Pablo Iglesias. No
es una receta recomendable dar por sentado que en el cotarro estoy en primer
lugar Yo, el macho Alfa, marcando tendencia y comportándome con modos de
autócrata, y en un lejano segundo plano un amplio coro de figurantes que no van
a tener más remedio que ir por donde Yo les indique.
Es posible ver
ahora mismo esa precisa concepción de la política en el otro órdago del
británico Boris Johnson, que se ha puesto el Brexit por montera arrastrando al
descrédito a la Queen, que es tan idiosincrática en ese país, y enfrentándose a
un único asalto con los conservadores moderados, los laboristas juiciosos, los
escoceses, los irlandeses, la iglesia anglicana y el sursum corda.
La democracia, en
un aprieto tan duro, se apresta en estos momentos a ocupar la última trinchera
de la legalidad, con la intención de defender las instituciones centenarias de
la embestida cerril del Pájaro Loco.
Puesto a hacer un
pronóstico de la situación, yo, que soy un optimista histórico, me inclino por
pensar que prevalecerá la democracia, y asistiremos sentados a la puerta de
nuestras casas al paso de las pompas fúnebres del niñato pijo británico que no quiso
crecer.
Lo mismo pasará tarde
o temprano con el órdago del furibundo Salvini. Y asimismo debería ser esa la
salida de las difíciles negociaciones entre Pedro y Pablo por una solución que
no será la que ninguno de los dos quería al principio.