sábado, 3 de agosto de 2019

LA IRRESPONSABILIDAD INTERMINABLE


Pedro Sánchez retiró a Nadia Calviño de la competición por la dirección del Fondo Monetario Internacional. Lo hizo a última hora, después de varios días en los que la prensa iba insinuando en todos los tonos que las posibilidades de nuestra ministra de Economía en funciones eran reales, y que su currículo para el cargo era más que brillante en comparación con la mediocridad de otros aspirantes.

Luego, de pronto, el gobierno la apartó de la votación decisiva con el argumento de que deseaba “favorecer el consenso”. No era una mentira, pero sí una mentirijilla. Era cierto que había una disputa cerrada para el cargo, pero entre los aspirantes situados en la pomada no estaba Calviño. Sí estaba, en cambio, Kristalina Georgieva, una economista búlgara de la que no conocíamos su currículo, y ni tan siquiera su nombre. Los medios barren para adentro.

Retirar a Calviño con una excusa más o menos airosa resultaba, así pues, preferible a la revelación pública de la falta de apoyos internacionales a la candidata española.

Aunque no “muy” preferible. La propuesta sobre la que se habían dibujado unas expectativas tan promisorias ha quedado, de todos modos, desairada.

Y, sobre todo, ¿qué se nos había perdido a los españoles en el FMI? ¿Qué beneficios no estrictamente honoríficos íbamos a sacar de esa nominación? Tuvimos en su momento a Rodrigo Rato en el puesto. ¿Cuál ha sido el balance de su gestión a efectos de peso de nuestra nación en el concierto de las potencias ─no hablo ya de provecho particular, en inversiones por ejemplo, o en puestos de trabajo─?

No es la primera vez que Sánchez da palos de ciego que acaban por tener resultados perjudiciales para él. En la elección para la Comisión Europea se anunció que íbamos a por tres puestos, que definirían la nueva posición de privilegio de la España socialista en la reconstrucción progresista de la Unión. Al final solo salió Borrell, el peor de los tres candidatos posibles.

Después, el fracaso resonante de la negociación para la investidura no solo ha debilitado el prestigio del gobierno, sino el de toda la izquierda plural, que se ha dejado muchas plumas en el trance. Ahora mismo es la derecha tríplice la que clama por unas nuevas elecciones, y ya piensa en recuperar por medio de una santa alianza el disputado voto de un electorado en shock.

Las cosas tienen un cariz cada vez más preocupante para el favorito de abril, el hombre que iba a traer el cambio, la estabilidad, el progreso y la firmeza para gobernarlo, todo junto y sumado.

Quizás lo que ocurre es que Sánchez está queriendo contentar a todos al mismo tiempo, y eso no es posible. Como en el dicho popular sobre la mentira, es posible contentar a todos una vez o contentar a unos todo el tiempo, pero no contentar a todos todo el tiempo. Es necesario elegir para quién se gobierna, y contra quién. Se trata de una elección muy exigente y de muy largo alcance, porque necesita fuerzas sociales concretas y poderosas que la respalden. El asunto no puede quedar en la indefinición ni en la alternancia: de lunes a miércoles para un lado, de jueves a sábado para el contrario.

Un problema parecido al de Sánchez viene a planteárseles de forma típica a tantos otros Peter Pan de la política que bajo ningún concepto se animan a crecer, porque crecer les significa asumir responsabilidades y ellos prefieren con mucho la irresponsabilidad interminable de disfrutar de aventuras siempre renovadas en su isla privada de Nunca Jamás.

Sería deseable una mayor madurez de actitud y de carácter en nuestros altos dirigentes. Les damos a cambio nuestro voto, que no es poco. No parece exagerado, entonces, exigirles un poquito de por favor.