lunes, 26 de agosto de 2019

EL CURDA


Crónicas desde la Contigüidad del Cosmos


Templo de la Vera Cruz, en O Carballiño, Ourense. Se trata de una construcción del siglo pasado, imaginativa mezcla de distintos estilos artísticos.


No es frecuente, pero tampoco imposible la irrupción de un elemento discordante en la atmósfera apacible del restaurante La Contigüidad del Cosmos de Poldemarx. Se trata de un establecimiento retirado, protegido de la indiscreción de los flashes mediáticos por su ubicación en una anfractuosidad del continuo espaciotemporal, por lo general liso y tridimensional. La anomalía genera un campo de poderosa actividad geomagnética a cuyo arrimo medra una colonia de cormoranes negros gracias al desconcierto de algunos bancos errantes de sardinas, que pierden la orientación de su gps particular debido a la interferencia.

Ayer se presentó en la amplia sala del comedor de la C del C, de improviso y a la hora crítica del almuerzo, una especie distinta de sardina desnortada: un caballero entrado en años, bien vestido aunque descorbatado, con la barba ya más blanca que gris y la mirada chispeante debido al consumo inmoderado del zumo de los jardines de Baco.

Apenas se oía en la sala un leve murmullo de conversación. Quienes nos encontrábamos allí reunidos discutíamos un asunto trascendente: si Valverde debía o no hacer debutar al jovencísimo guineano Ansu Fati, perla de la cantera blaugrana, en el primer equipo y contra el Betis, esa noche. Las intervenciones a favor y en contra, mientras dábamos cuenta de un arroz con conejo de monte, eran apasionadas; pero bajábamos todo lo posible el diapasón porque sabíamos que, en el interior del reservado, JCJ (Jean-Claude Junker) y UVL (Ursula Von der Leyen) intentaban llegar a conclusiones constructivas en lo referente al Brexit planteado por el Pájaro Loco británico con el respaldo del Pato Donald americano.

En esa quietud cargada de tensión y de geomagnetismo irrumpió el curda con la siguiente carta de batalla, voceada a pleno pulmón: «¡Viva el vino!»

Nos volvimos hacia la puerta, a mirarle con reprobación. Nadie tenía nada en contra del fondo del asunto, pero aquel griterío a destiempo podía perjudicar los destinos de Europa, y en Poldemarx los miembros más bien escasos de la progresía cualificada nos sentimos acendradamente europeístas.

El recién llegado interpretó mal nuestra reprobación silenciosa.

─ Va a resultar que sois de esos intelectuales que me critican a todas horas porque me gusta el vino. Pues bien, si alguien cree que me refiero a alguien, debo decir que tiene razón.

No tuve más remedio que ponerme en pie y afrontar la crisis en nombre de todos:

─ Don Mariano, nos gusta el vino tanto como a usted, pero baje el tono por sus muertos, que aquí se están debatiendo asuntos de la mayor trascendencia. (No tenía en mente en ese momento a JCJ y UVL, sino el paso hacia el futuro estrellato, corto para sus largas piernas pero inmenso para la comunidad futbolera, que había de dar esa noche Ansu Fati, más o menos a partir del minuto 78 de partido y con el marcador ya decidido.)

─ Maravillosos años los que pasé en O Carballiño, donde mi padre era juez ─ insistió en su voceo el curda ─. Allí nadie se metía conmigo.

─ Don Mariano ─ insistí yo a mi vez con firmeza ─, los aseos están al fondo a la derecha.

Cruzó por entre las mesas el intruso, con paso tan vacilante como precipitado, y desapareció detrás de la puerta de los servicios. Un estruendo lejano sugirió que había tropezado en el pequeño escalón de la entrada y dado, probablemente, con su cuerpo en tierra.

Desinteresados de su suerte, los comensales volvimos nuestra atención a la paella colocada en el centro de la mesa y empezamos a rascar con el cucharón la parte del socarrat pegada al fondo metálico.