Crónicas desde la Contigüidad del Cosmos
Templo de la Vera Cruz, en O
Carballiño, Ourense. Se trata de una construcción del siglo pasado, imaginativa
mezcla de distintos estilos artísticos.
No es frecuente,
pero tampoco imposible la irrupción de un elemento discordante en la atmósfera
apacible del restaurante La Contigüidad del Cosmos de Poldemarx. Se trata de un
establecimiento retirado, protegido de la indiscreción de los flashes mediáticos
por su ubicación en una anfractuosidad del continuo espaciotemporal, por lo
general liso y tridimensional. La anomalía genera un campo de poderosa
actividad geomagnética a cuyo arrimo medra una colonia de cormoranes negros gracias
al desconcierto de algunos bancos errantes de sardinas, que pierden la orientación
de su gps particular debido a la interferencia.
Ayer se presentó en
la amplia sala del comedor de la C del C, de improviso y a la hora crítica del
almuerzo, una especie distinta de sardina desnortada: un caballero entrado en
años, bien vestido aunque descorbatado, con la barba ya más blanca que gris y
la mirada chispeante debido al consumo inmoderado del zumo de los jardines de
Baco.
Apenas se oía en la
sala un leve murmullo de conversación. Quienes nos encontrábamos allí reunidos discutíamos
un asunto trascendente: si Valverde debía o no hacer debutar al jovencísimo
guineano Ansu Fati, perla de la cantera blaugrana, en el primer equipo y contra
el Betis, esa noche. Las intervenciones a favor y en contra, mientras dábamos
cuenta de un arroz con conejo de monte, eran apasionadas; pero bajábamos todo
lo posible el diapasón porque sabíamos que, en el interior del reservado, JCJ
(Jean-Claude Junker) y UVL (Ursula Von der Leyen) intentaban llegar a
conclusiones constructivas en lo referente al Brexit planteado por el Pájaro
Loco británico con el respaldo del Pato Donald americano.
En esa quietud
cargada de tensión y de geomagnetismo irrumpió el curda con la siguiente carta
de batalla, voceada a pleno pulmón: «¡Viva el vino!»
Nos volvimos hacia
la puerta, a mirarle con reprobación. Nadie tenía nada en contra del fondo del
asunto, pero aquel griterío a destiempo podía perjudicar los destinos de
Europa, y en Poldemarx los miembros más bien escasos de la progresía cualificada
nos sentimos acendradamente europeístas.
El recién llegado
interpretó mal nuestra reprobación silenciosa.
─ Va a resultar que
sois de esos intelectuales que me critican a todas horas porque me gusta el
vino. Pues bien, si alguien cree que me refiero a alguien, debo decir que tiene
razón.
No tuve más remedio
que ponerme en pie y afrontar la crisis en nombre de todos:
─ Don Mariano, nos
gusta el vino tanto como a usted, pero baje el tono por sus muertos, que aquí
se están debatiendo asuntos de la mayor trascendencia. (No tenía en mente en
ese momento a JCJ y UVL, sino el paso hacia el futuro estrellato, corto para sus
largas piernas pero inmenso para la comunidad futbolera, que había de dar esa
noche Ansu Fati, más o menos a partir del minuto 78 de partido y con el
marcador ya decidido.)
─ Maravillosos años
los que pasé en O Carballiño, donde mi padre era juez ─ insistió en su voceo el
curda ─. Allí nadie se metía conmigo.
─ Don Mariano ─
insistí yo a mi vez con firmeza ─, los aseos están al fondo a la derecha.
Cruzó por entre las
mesas el intruso, con paso tan vacilante como precipitado, y desapareció detrás
de la puerta de los servicios. Un estruendo lejano sugirió que había tropezado en el pequeño escalón de la entrada y dado, probablemente, con su cuerpo en
tierra.
Desinteresados de
su suerte, los comensales volvimos nuestra atención a la paella colocada en el
centro de la mesa y empezamos a rascar con el cucharón la parte del socarrat
pegada al fondo metálico.