Fotomontaje con la Torre Trump
de Nueva York plantada en las costas de Groenlandia. Tomado de un tuit del propio
Trump.
¿Por qué no
aprovechar las oportunidades novedosas que ofrece el cambio climático en curso
para hacer negocios apetitosos? Es lo que debe de haberse dicho Donald Trump,
que se ha sacado de la manga la idea de comprar a Dinamarca la isla de
Groenlandia, 2.166 millones de kilómetros cuadrados y menos de 60.000
habitantes. El presidente de Estados Unidos ha definido la propuesta de compra
como una operación inmobiliaria de alto interés estratégico. La primera
ministra danesa, Mette Frederikssen, ha respondido que supone que se trata solo
de una broma. Trump ha replicado con el fotomontaje que aparece sobre estas
líneas, y el texto: “Prometo no hacer esto con Groenlandia”.
Seguramente no lo hará,
pero los famosos gemelos Scott podrían ampliar su próspero negocio inmobiliario
y ofrecer a millones de estadounidenses de clase media segundas
residencias de ensueño en Groenlandia a precios módicos. Dos mil y pico
millones de kilómetros cuadrados dan mucho de sí a la hora de urbanizar. Y si
el calentamiento global prosigue su curso desenfrenado, el perímetro costero de
la isla podría llegar a estar más cotizado que el de Malibú, California.
Frederikssen
insiste en que Groenlandia es de los groenlandeses, pero el argumento es
peligroso: las fuerzas vivas podrían reclamar el ejercicio de su derecho a
decidir, plantear un Groenexit y venderse alegremente al dólar mediante un
referéndum de autodeterminación, incluso unilateral si preciso fuere.
Y en el caso de que
la compraventa política no prosperara, hay otros medios para llegar al mismo
fin. Ahí está el ejemplo de Neymar Jr., jugador de fútbol que no se sabe muy
bien a quién pertenece pero que está sin discusión en venta, sempiternamente ofrecido
en cualquier circunstancia al mejor postor.
Groenlandia podría
ser un segundo Neymar. El Reino de Dinamarca posee los derechos, de momento y en teoría;
pero la operación de venta sería viable, según normas consuetudinarias
internacionales desarrolladas en tratados bona
fide, en el caso de que el presidente Trump estuviera dispuesto a pagar la
cláusula de rescisión.
Así funcionan las
cosas en la aldea global. Como dijo a propósito de otra cuestión el ex ministro
y ex banquero Rodrigo Rato, “yo no tengo la culpa; es el mercado”.