domingo, 4 de agosto de 2019

DIALÉCTICA DE LOS SEXOS



Venus y Adonis, óleo del Veronés, Museo del Prado.

─ Adonis, pots ajudar-me un moment? ─ oigo decir a una bella vecina de toalla extendida en la playa de la Riera de Poldemarx. Y corrijo de inmediato mi audición defectuosa: ha dicho Antoni, no Adonis.

Una cosa lleva a la otra. Primero mi mente distraída me lleva a la composición Venus y Adonis, de Paolo Caliari il Veronese. Yo siento una preferencia absoluta por las mujeres desnudas pintadas por Veronés, muy por delante de las de Botticelli, para referirme a un extremo de la línea, y de las de Rubens, en el otro lado. Aunque gustarme, me gustan todas, por todas siento (aún) la carne trémula.

Pero prefiero, en general y atendidas toda clase de excepciones, los formatos amplios, las líneas curvas, el despliegue ordenado de los miembros suavemente redondeados “como un ejército desplegando sus banderas para la batalla”, para citar las palabras, oficialmente inspiradas por Dios, del Cantar de los Cantares.

Todo ello desde la posición, casta solo en apariencia, del observador playero.

Salto desde la primera a otra asociación de ideas distinta, un verso de Antonio Machado que el poeta prefirió no atribuir a su propia pluma, y que colocó bajo la responsabilidad del aristón poético o máquina de rimar.

Es este: «Dicen que un hombre no es hombre / hasta que no oye su nombre / de labios de una mujer. / Puede ser.»

Y puede ser que no, claro está. La dialéctica de los sexos suele ser contemplada desde una doble polarización: hay de un lado una idea de predestinación (“estaba escrito que habíamos de encontrarnos y amarnos, desde la eternidad”), y de otra, mucho más concreta, la de posesión (“eres mía y yo soy tuyo”).

El versillo del aristón se inclina peligrosamente de este último costado. Sería impresentable desde el punto de vista de la corrección política escribirlo en el sentido contrario (“dicen que una mujer no es mujer hasta que no oye su nombre de labios de un varón”), y en cualquier caso el abanico de opciones es más amplio, tanto para ellos como para ellas.

Sin duda es reductor considerar la sexualidad como la cuestión decisiva en la definición de la personalidad. Pero sí es un ingrediente importante en la constelación que compone cada persona humana. La dialéctica de los sexos está anclada en dos realidades distintas y hasta cierto punto contrapuestas: el instinto y la libertad. Ninguno/na seguimos en todo y ante todo a nuestro instinto; ninguno/na nos sentimos tampoco libres de ataduras para hacer cualquier cosa en el terreno sexual.

Los momentos de acuerdo íntimo y de expresión natural de nuestro instinto y nuestra libertad son quizá breves, pero mágicos. Observen ustedes el cuadro del Veronés, con Venus amparando en su regazo a Adonis dormido, bendecidos los dos por un amorcillo que juguetea con el perro de caza, satisfecho de sí mismo.

A eso me refiero.