Soy un seguidor
aplicado y entusiasta del blog “Según Antonio Baylos…” Su última entrega, que
lleva el historiado título Neofascismos y
el derecho de trabajo del enemigo (1), ha hecho sangrar una vieja herida.
Yo en efecto, les ruego que anoten esto como una confesión formal y ante testigos,
sobrellevo el recuerdo de mi etapa de sindicalista activo como una llaga
abierta de forma permanente en el costado.
La razón de ese
dolor agudo es un tema de bolero: es el arrepentimiento, después, de lo que pudo haber sido
y no fue. Tal vez mi culpa personal en la forma de torcerse los
acontecimientos no fuera particularmente grave, pero está inscrita en una
culpa colectiva que sí lo es.
Me explico. El
profesor Baylos reseña en su blog un libro colectivo, editado recientemente por Siglo XXI:
Neofascismo. La bestia neoliberal. La
aproximación en el título de los términos “neofascismo” y “neoliberalismo” es
abiertamente sensacionalista, y debería ser convenientemente matizada en el
texto. Al parecer (no he leído el libro), no lo es de forma suficiente para el comentarista,
que introduce algunas salvedades consistentes. La principal de ellas, a mi
entender, es que los jóvenes estudiosos responsables de los distintos trabajos
agrupados en el volumen tienden a considerar el recorrido histórico cubierto
por el neoliberalismo hasta la situación actual de oscurecimiento de la democracia tanto en sus formas representativas como participativas, no como una “posibilidad” finalmente realizada, sino
como una “fatalidad” contra la que era imposible luchar.
Si fue inútil en un principio luchar contra la “bestia”, con mayor razón lo será ahora, que está crecida y
más hambrienta que nunca, con tics neofascistas asomando las orejas en cada rincón. Pero una postura similar, derrotista a la larga, fue la que en
los primeros años ochenta intentamos combatir desde algunas estructuras
sindicales, mediante la consigna, repetida en todos los tonos y de forma
incansable, de que el camino para oponerse a la utilización capitalista de las
nuevas tecnologías de la producción no era la “resistencia” a secas, sino la resistencia acompañada
por la “alternativa”. Es decir, una alternativa resistente, o una resistencia
ofensiva, que es como la denomina Baylos en el siguiente párrafo extraído de su reseña:
«… el
ciclo de luchas obreras en Europa entre 1968 y 1973 y el inicio de la reacción
ideológica y política sobre la base de un disciplinamiento de nuevo tipo que
tiene su inicio en la crisis del petróleo de 1975, es un momento histórico que
posiblemente debe ser revalorizado como una etapa de ensayos emancipatorios
sobre la base de llevar la
democracia al espacio de la empresa y a disputar con el poder privado del
empleador la organización del trabajo y de la producción. Una estrategia
de resistencia ofensiva
que pese a no realizarse, en esos debates y experiencias se podría quizá
encontrar claves útiles para proyectos alternativos de regulación de las
relaciones laborales, un complemento imprescindible de la denuncia de la
degeneración democrática que trae consigo y promueve la más reciente fase del
neoliberalismo…»
Los subrayados en azul son míos, y recogen la idea clave
que, en efecto y por desgracia, no llegó a realizarse.
Ha habido una
incoherencia grave en la actividad histórica de los sindicatos, consistente en
separar conceptualmente la burocracia sindical externa ─ lo digo sin ninguna
intención peyorativa, es lo que siempre se ha llamado la “casa” sindical ─, de la
organización autónoma de los trabajadores en la empresa, o si prefieren decirlo
al modo de José Luis López Bulla, en el “ecocentro de trabajo”. Los dos sindicatos,
el externo que ejerce funciones de mediación y de regularización, y el interno
que es el “alma” de la clase organizada, deben necesariamente encontrarse y
colaborar para resistir la iniciativa tumultuosa de un empresariado
asilvestrado, pero no solo para resistir, sino también para esgrimir en cada conflicto
concreto líneas válidas de alternativa. En definitiva, para ejercer de general intellect capaz de enderezar los
procesos productivos hacia objetivos distintos de la ganancia privada o del
crecimiento indiscriminado del PIB.
Es ese tipo de lucha trascendente el que acabó por olvidarse, dando una prioridad exclusiva a la reivindicación económica, a las cuestiones en definitiva de la distribución de la riqueza; al tiempo que se hacía dejación absoluta de las formas de creación y/o extracción de esa riqueza en manos de las mesnadas dirigidas por la multinacional Dinero SL.
Es ese tipo de lucha trascendente el que acabó por olvidarse, dando una prioridad exclusiva a la reivindicación económica, a las cuestiones en definitiva de la distribución de la riqueza; al tiempo que se hacía dejación absoluta de las formas de creación y/o extracción de esa riqueza en manos de las mesnadas dirigidas por la multinacional Dinero SL.
Bruno Trentin estuvo presente como dirigente de las
grandes luchas obreras en Italia del 68 al 73 (en España se prolongarían hasta
el 77 o 78 por la interposición, en el proceso de cambio económico, de la coyuntura
política del final de la dictadura y la transición a la democracia), avizoró la
etapa que se abría con la presencia invasiva de nuevas tecnologías en la
producción y en los servicios, señaló la importancia de conquistar un
protagonismo (o coprotagonismo) obrero en la conformación del nuevo paradigma,
y profetizó, en su libro La città del
lavoro, la catástrofe que resultaría de una nueva revolución pasiva como la
que había encadenado a los obreros a la máquina en la etapa del fordismo, que
tantos entusiasmos equívocos despertó en el ámbito de las izquierdas más
plurales y variopintas.
Si, como propone el profesor Baylos, resulta útil
revalorizar aquella época de ensayos emancipatorios, de debates y de conflictos
agudos enraizados en las fábricas, y recuperar muchas de las enseñanzas que aún se
desprenden de ella, no sería ocioso comenzar ese enfoque nuevo con un estudio atento
de la vida y la obra de Bruno Trentin.