martes, 13 de agosto de 2019

TEORÍA Y PRAXIS DE LA RESISTENCIA OFENSIVA



Soy un seguidor aplicado y entusiasta del blog “Según Antonio Baylos…” Su última entrega, que lleva el historiado título Neofascismos y el derecho de trabajo del enemigo (1), ha hecho sangrar una vieja herida. Yo en efecto, les ruego que anoten esto como una confesión formal y ante testigos, sobrellevo el recuerdo de mi etapa de sindicalista activo como una llaga abierta de forma permanente en el costado.

La razón de ese dolor agudo es un tema de bolero: es el arrepentimiento, después, de lo que pudo haber sido y no fue. Tal vez mi culpa personal en la forma de torcerse los acontecimientos no fuera particularmente grave, pero está inscrita en una culpa colectiva que sí lo es.

Me explico. El profesor Baylos reseña en su blog un libro colectivo, editado recientemente por Siglo XXI: Neofascismo. La bestia neoliberal. La aproximación en el título de los términos “neofascismo” y “neoliberalismo” es abiertamente sensacionalista, y debería ser convenientemente matizada en el texto. Al parecer (no he leído el libro), no lo es de forma suficiente para el comentarista, que introduce algunas salvedades consistentes. La principal de ellas, a mi entender, es que los jóvenes estudiosos responsables de los distintos trabajos agrupados en el volumen tienden a considerar el recorrido histórico cubierto por el neoliberalismo hasta la situación actual de oscurecimiento de la democracia tanto en sus formas representativas como participativas, no como una “posibilidad” finalmente realizada, sino como una “fatalidad” contra la que era imposible luchar.

Si fue inútil en un principio luchar contra la “bestia”, con mayor razón lo será ahora, que está crecida y más hambrienta que nunca, con tics neofascistas asomando las orejas en cada rincón. Pero una postura similar, derrotista a la larga, fue la que en los primeros años ochenta intentamos combatir desde algunas estructuras sindicales, mediante la consigna, repetida en todos los tonos y de forma incansable, de que el camino para oponerse a la utilización capitalista de las nuevas tecnologías de la producción no era la “resistencia” a secas, sino la resistencia acompañada por la “alternativa”. Es decir, una alternativa resistente, o una resistencia ofensiva, que es como la denomina Baylos en el siguiente párrafo extraído de su reseña:

«… el ciclo de luchas obreras en Europa entre 1968 y 1973 y el inicio de la reacción ideológica y política sobre la base de un disciplinamiento de nuevo tipo que tiene su inicio en la crisis del petróleo de 1975, es un momento histórico que posiblemente debe ser revalorizado como una etapa de ensayos emancipatorios sobre la base de llevar la democracia al espacio de la empresa y a disputar con el poder privado del empleador la organización del trabajo y de la producción. Una estrategia de resistencia ofensiva que pese a no realizarse, en esos debates y experiencias se podría quizá encontrar claves útiles para proyectos alternativos de regulación de las relaciones laborales, un complemento imprescindible de la denuncia de la degeneración democrática que trae consigo y promueve la más reciente fase del neoliberalismo…»

Los subrayados en azul son míos, y recogen la idea clave que, en efecto y por desgracia, no llegó a realizarse. 

Ha habido una incoherencia grave en la actividad histórica de los sindicatos, consistente en separar conceptualmente la burocracia sindical externa ─ lo digo sin ninguna intención peyorativa, es lo que siempre se ha llamado la “casa” sindical ─, de la organización autónoma de los trabajadores en la empresa, o si prefieren decirlo al modo de José Luis López Bulla, en el “ecocentro de trabajo”. Los dos sindicatos, el externo que ejerce funciones de mediación y de regularización, y el interno que es el “alma” de la clase organizada, deben necesariamente encontrarse y colaborar para resistir la iniciativa tumultuosa de un empresariado asilvestrado, pero no solo para resistir, sino también para esgrimir en cada conflicto concreto líneas válidas de alternativa. En definitiva, para ejercer de general intellect capaz de enderezar los procesos productivos hacia objetivos distintos de la ganancia privada o del crecimiento indiscriminado del PIB.

Es ese tipo de lucha trascendente el que acabó por olvidarse, dando una prioridad exclusiva a la reivindicación económica, a las cuestiones en definitiva de la distribución de la riqueza; al tiempo que se hacía dejación absoluta de las formas de creación y/o extracción de esa riqueza en manos de las mesnadas dirigidas por la multinacional Dinero SL.

Bruno Trentin estuvo presente como dirigente de las grandes luchas obreras en Italia del 68 al 73 (en España se prolongarían hasta el 77 o 78 por la interposición, en el proceso de cambio económico, de la coyuntura política del final de la dictadura y la transición a la democracia), avizoró la etapa que se abría con la presencia invasiva de nuevas tecnologías en la producción y en los servicios, señaló la importancia de conquistar un protagonismo (o coprotagonismo) obrero en la conformación del nuevo paradigma, y profetizó, en su libro La città del lavoro, la catástrofe que resultaría de una nueva revolución pasiva como la que había encadenado a los obreros a la máquina en la etapa del fordismo, que tantos entusiasmos equívocos despertó en el ámbito de las izquierdas más plurales y variopintas.

Si, como propone el profesor Baylos, resulta útil revalorizar aquella época de ensayos emancipatorios, de debates y de conflictos agudos enraizados en las fábricas, y recuperar muchas de las enseñanzas que aún se desprenden de ella, no sería ocioso comenzar ese enfoque nuevo con un estudio atento de la vida y la obra de Bruno Trentin.