La conmemoración
del 1-O se ha celebrado en Cataluña con un forzamiento de los discursos
paralelo a un descenso de la ciudadanía movilizada.
“Lo volveremos a
hacer”, “No hay excusas”, “Estamos en la fecha fundacional del republicanismo”.
La hinchazón retórica oscurece una realidad escuálida. La receta que ofrece la
dirigencia más o menos establecida contra una previsible sentencia condenatoria de los políticos del
1-O se reduce a la consigna de celebración de “asambleas abiertas” y a la “desobediencia
civil”. Dos medidas de manual que tienen el defecto de exigir una alta movilización
permanente de la ciudadanía organizada, en un momento en el que la ciudadanía
─como tal y sin adjetivos─ tiende más bien a no comparecer.
He buscado una reflexión
de Vittorio Foa, político, sindicalista y maestro, que tenía apuntada en alguna
parte. Creo que pertenece a Il cavallo e
la torre, su libro de memorias; pero no consta en mi apunte. En todo caso,
se refiere al referéndum de 1984-85 sobre la escala móvil, forzado de forma
voluntarista por el PCI en una coyuntura económica marcada por la devaluación
de la lira. Fue uno de los grandes fracasos de Enrico Berlinguer, apenas
disimulado por la oleada de cariño y de adhesión que despertaba el líder. Las
palabras de Foa son muy duras, y fácilmente trasplantables a la situación
catalana actual y a la operación en la que están empeñados sus principales
líderes.
Esto es lo que
dice:
«Pienso en la responsabilidad ética de una
organización hacia sus organizados, en la inclinación al autoengaño que lleva a
engañar al prójimo; pienso en la costumbre de hacer pasar por intransigencia la
falta de ideas, en el vicio de valorar las derrotas como victorias… En un plano
estético, pienso en la pobreza de una repetición infinita de movimientos y
contramovimientos siempre iguales.»
Berlinguer estaba
respaldado por una clase obrera organizada y combativa, en tanto que nuestros
próceres cuentan solo con retazos de clases medias fragmentadas, desorganizadas
y dubitativas. La ANC, el Omnium o los CDR no son aglutinantes de esas clases,
sino grupos ideologizados con un divisor común muy bajo y aleatorio.
La proporción de
autoengaño crece día a día en el movimiento independentista. La tentación de una
violencia “controlada” (pero ¿quién puede controlar el grado de violencia una
vez puesta en marcha, una vez lanzada la consigna “apreteu, apreteu”?) en un entorno retóricamente pacifista empieza
a perfilarse desde un segundo plano y en un nivel subliminal de la conciencia.
La repetición se consagra como la ceremonia última de un fracaso no reconocido.
Son elementos muy preocupantes.
La respuesta adecuada de las instituciones no puede consistir simplemente en la
aplicación del artículo 155 de la Constitución o de la Ley de Seguridad
Nacional.
Pero el gobierno en
funciones sigue en el trance de desperdiciar meses y más meses sin acabar de
tomar los problemas en sus manos. Se trata de un gobierno decidido a ir segregando
su propia “realidad”, entre comillas, al margen de esa otra realidad que tiene
la inmensa virtud de existir ya desde antes.