domingo, 20 de octubre de 2019

GASOLINA DE FUERA


«Los chicos de Barcelona ponen las cerillas, pero los adultos de Madrid suministran la gasolina.» Es una frase de John Carlin, hoy en lavanguardia. Una simplificación ingeniosa, pero con un fondo de verdad preocupante.

El problema catalán ha derivado, como advertía yo ayer en estas mismas páginas, hacia una cuestión de orden público. Es una devaluación, en efecto, pero además conlleva serios peligros colaterales: si el orden no se restaura en un tiempo corto, y todo indica que eso no va a suceder, entraremos en la campaña electoral con Cataluña en llamas.

Es una posibilidad no prevista suficientemente en las cuentas del gran capitán de Ferraz, y que una vez se ha hecho presente no interesa lo más mínimo a ninguna de las dos opciones que parten en la pole position para el 10N: Esquerra Republicana en Cataluña, y el PSOE en España. Un malestar agudo por parte de la ciudadanía pacífica, y una repetición en la pantalla amiga de imágenes dantescas a la hora de la sobremesa nocturna, es decir el prime time, pueden conformar tendencias de voto favorables a aquellas opciones políticas que, como le ocurría a Goethe hará un par de siglos, son condescendientes con la injusticia pero en cambio no transigen con el desorden.

Una porción significativa de voto podría emigrar en Cataluña, no hacia sectores moderados que colocan la secesión como segunda, o tercera, o ninguna, prioridad; sino (de nuevo) hacia sectores abiertamente beligerantes tanto con la secesión como con el diálogo; chafando así la guitarra de Quim Torra, cuya insensatez manifiesta y su dejación absoluta de autoridad han dado pábulo (gasolina) a los cerilleros que le han robado bonitamente el plano. Pero asimismo de los correligionarios de Gabriel Rufián, un hombre de partido cuyo moderantismo sobrevenido le ha llevado a ser acusado de traidor (el enésimo de la serie) y de botifler, desde el corazón de la protesta radical.

En el otro escenario, el nacional o estatal, Pedro Sánchez va a tener problemas crecientes por su derecha. Se le exige mayor dureza (ya está respondiendo a esa solicitación) pero también más eficacia en la represión, cuestión ardua en el corto plazo porque desmontar una guerrilla urbana tan solvente no se hace en cuatro días. En este contexto, la nostalgia de la paz del Caudillo, que justo ahora va a ser exhumado y en consecuencia va a volver a la primera plana de los telediarios, sería un ingrediente de riesgo añadido, más gasolina de fuera para la hoguera cuyo epicentro es Cataluña, pero que se extiende por todos los puntos de la rosa de la piel del toro.

Entramos entonces en una carrera paralela: de un lado las propuestas de endurecimiento legal (artículo 155) y puño de hierro con los pirómanos; de otro, los intentos de pacificación, diálogo intenso y medidas transitorias susceptibles de fructificar en una solución definitiva no antes del largo plazo.

No sería imposible que la mayoría de un electorado maduro y muy apremiado por las circunstancias, optase por la sensatez y el restañamiento de las heridas como cuestión prioritaria a dirimir en las urnas; pero habrá de luchar esforzadamente contra el tridente del Apocalipsis cum figuris: Casado, Rivera y Abascal. Con las trompetas, además, de Waterloo y de la CUP resonando en las cuatro esquinas de nuestro pequeño país.