martes, 8 de octubre de 2019

CENSURA POR ELEVACIÓN


La moción de censura presentada por Ciudadanos al Govern de Quim Torra ha seguido su curso previsible. Se supone que eso debería de significar un triunfo de Torra y un fracaso de la formación censuradora, que no ha conseguido aprontar más que los cuatro votos del PP, además de los propios.

Nada de eso. La censura no iba en realidad contra quienes iba, sino que estaba dirigida a minar la posición del PSC de Miquel Iceta de cara a las próximas elecciones generales. Era una censura a Pedro Sánchez por elevación. Su verdadero resultado, entonces, es aún una incógnita, que solo se resolverá en el recuento final de la jornada del 10N.

Los socialistas catalanes se abstuvieron en la moción. Era no solo lo previsible, sino incluso lo anunciado. De modo que los distintos argumentarios tuvieron tiempo suficiente para cargar de metralla sus baterías artilleras, y llovió sobre Iceta un nutrido fuego cruzado desde las dos trincheras teóricamente enfrentadas, las cuales se olvidaron la una de la otra para concentrar su bombardeo en el centro equidistante. Maravillas de la nueva política.

«Son ustedes los socorristas del procés», acusó Lorena Roldán, de Cs. Sergi Sabrià, de ERC, replicó desde la trinchera opuesta: «Su abstención de hoy no le sirve para taparse las vergüenzas.» Miquel Iceta ha constatado: «Parecía que la moción iba contra mí.» En efecto, Quim Torra siguió el debate con la somnolencia invencible que caracteriza toda su in-acción de gobierno. Torra viene a ser una especie zoológica protegida, en proceso de hibernación; solo despierta cuando la ANC y los CDR tocan a sometent.

La conclusión posible del extraño evento es que ciertos populismos están decididos a utilizar los mecanismos parlamentarios como teatrillo electoral. La tendencia no es nueva, pero sí es muy peligrosa. El abuso programado de las apariciones tonantes en los hemiciclos, no para convencer al rival sino para aplastarle con frases tempestuosas susceptibles de convertirse en titulares de prensa, puede acabar a la larga o incluso a la corta con los populismos, y de paso con los parlamentos. No hay peor combinación que la del estrépito y la furia aplicados al vacío de proyecto político. Los grandes acontecimientos parlamentarios suelen ser televisados por las cadenas de televisión públicas, pero muy otra cosa es la cifra de las audiencias. Después de la desaparición de “Pasapalabra”, los huérfanos del programa prefieren por lo general apagar la tele a soportar las arias de bravura de nuestros tenores y nuestras sopranos en un hemiciclo donde cada vez menos se decide nada, en términos de los intereses de una ciudadanía escamada.

La guinda del pastel la ha puesto Juan Carlos Girauta, no en el parlamento al que ya no concurre, sino en Twitter, el foro virtual al que se está trasladando cada vez más el debate político de altos vuelos. Girauta ha acusado al PSC de ser «un partido de lameculos paniaguados mezclados con ladrones pijos. Traidores, acomplejados, inmorales y nacionalistas.»

Nada nuevo bajo el sol. Señalo, de todos modos, la aparición un tanto inesperada, en la ristra de improperios, del calificativo “traidores”, que parecía no tener encaje adecuado en el conjunto.

Es cierto, sin embargo, que todos siempre somos traidores ante alguien, por alguna causa.