La moción de
censura presentada por Ciudadanos al Govern de Quim Torra ha seguido su curso
previsible. Se supone que eso debería de significar un triunfo de Torra y un
fracaso de la formación censuradora, que no ha conseguido aprontar más que los
cuatro votos del PP, además de los propios.
Nada de eso. La
censura no iba en realidad contra quienes iba, sino que estaba dirigida a minar
la posición del PSC de Miquel Iceta de cara a las próximas elecciones generales. Era una censura a Pedro Sánchez por elevación. Su verdadero resultado, entonces, es aún una incógnita, que solo se resolverá en
el recuento final de la jornada del 10N.
Los socialistas catalanes se
abstuvieron en la moción. Era no solo lo previsible, sino incluso lo anunciado.
De modo que los distintos argumentarios tuvieron tiempo suficiente para cargar
de metralla sus baterías artilleras, y llovió sobre Iceta un nutrido fuego
cruzado desde las dos trincheras teóricamente enfrentadas, las cuales se
olvidaron la una de la otra para concentrar su bombardeo en el centro
equidistante. Maravillas de la nueva política.
«Son ustedes los
socorristas del procés», acusó Lorena
Roldán, de Cs. Sergi Sabrià, de ERC, replicó desde la trinchera opuesta: «Su
abstención de hoy no le sirve para taparse las vergüenzas.» Miquel Iceta ha constatado:
«Parecía que la moción iba contra mí.» En efecto, Quim Torra siguió el debate con
la somnolencia invencible que caracteriza toda su in-acción de gobierno. Torra
viene a ser una especie zoológica protegida, en proceso de hibernación; solo
despierta cuando la ANC y los CDR tocan a sometent.
La conclusión
posible del extraño evento es que ciertos populismos están decididos a utilizar
los mecanismos parlamentarios como teatrillo electoral. La tendencia no es
nueva, pero sí es muy peligrosa. El abuso programado de las apariciones
tonantes en los hemiciclos, no para convencer al rival sino para aplastarle con
frases tempestuosas susceptibles de convertirse en titulares de prensa, puede
acabar a la larga o incluso a la corta con los populismos, y de paso con los parlamentos.
No hay peor combinación que la del estrépito y la furia aplicados al vacío de
proyecto político. Los grandes acontecimientos parlamentarios suelen ser
televisados por las cadenas de televisión públicas, pero muy otra cosa es la
cifra de las audiencias. Después de la desaparición de “Pasapalabra”, los
huérfanos del programa prefieren por lo general apagar la tele a soportar las
arias de bravura de nuestros tenores y nuestras sopranos en un hemiciclo donde
cada vez menos se decide nada, en términos de los intereses de una ciudadanía
escamada.
La guinda del
pastel la ha puesto Juan Carlos Girauta, no en el parlamento al que ya no concurre, sino en
Twitter, el foro virtual al que se está trasladando cada vez más el debate político
de altos vuelos. Girauta ha acusado al PSC de ser «un partido de lameculos
paniaguados mezclados con ladrones pijos. Traidores, acomplejados, inmorales y
nacionalistas.»
Nada nuevo bajo el
sol. Señalo, de todos modos, la aparición un tanto inesperada, en la ristra de
improperios, del calificativo “traidores”, que parecía no tener encaje adecuado
en el conjunto.
Es cierto, sin
embargo, que todos siempre somos traidores ante alguien, por alguna causa.