lunes, 7 de octubre de 2019

TAMBIÉN EL ALGORITMO SE NEGOCIA



Susanna Camusso, trabajadora metalúrgica milanesa, afiliada al Partido Socialista y secretaria general de la CGIL en el decenio 2010-2019.


En las primeras páginas de un libro reciente e importante de Estella Acosta (Trabajo y educación: dilemas y desafíos. Editorial Bomarzo 2019. Prólogo de Antonio Gutiérrez Vegara) figura la siguiente cita del científico Jorge Wagensberg: «El primer signo claramente diferencial de la humanidad “sapiens” es la capacidad de hacer herramientas para hacer herramientas.»

Cualquiera en la pirámide zoológica se sirve de una herramienta para una tarea determinada. Guardar la herramienta felizmente empleada implica un escalón superior en la cultura de la especie: es la previsión de que la chisma utilizada en una ocasión puede servir de nuevo. Fabricar la herramienta necesaria para multiplicar las herramientas a disposición del grupo, es un segundo escalón de importancia trascendental: es el principio de la cooperación social y de la reflexión humana sobre el trabajo y su utilidad. Es, expresado con brevedad, el principio de la historia.

La reciente neoestupidez humana promovida por el neoliberalismo retrocede aceleradamente hasta perder pie en estas conquistas de la humanidad. El neoliberalismo predica el fin de la historia, el fin del trabajo y la inexistencia de la sociedad cooperativa. En su mentalidad la tecnología sustituye al pensamiento; y el algoritmo, a la capacidad humana de dirección de los asuntos en los que está concernida. Todo se reduce a un determinismo férreamente organizado desde algo que se parece mucho a dios en el sentido de que está fuera de las capacidades humanas y desciende de los cielos para guiarnos adecuadamente. No hay alternativa a esa sabiduría suprema. Sin embargo, la tecnología en cualquiera de sus escalones es producto del trabajo humano, y un resultado constatable de esa actividad original que consiste en fabricar herramientas que son útiles para fabricar herramientas.

Una actividad original que no significa un punto alto muy particular en la historia de las técnicas, una excepción valiosa en un océano de rutina. La innovación se forja como una cadena que se transmite de una persona a otra, de un grupo a otro, de una generación a la siguiente.

Porque si la innovación no se transmite, deja de existir como tal.

La gran preocupación neoliberal al respecto es el registro de patentes para adueñarse de la innovación y monopolizar las rentas que pueda generar. Pero eso no es historia, sino ruindad. La historia consiste en que la innovación es utilizada globalmente, es mejorada y perfeccionada una y otra vez, y finalmente es sustituida por otra innovación de orden superior.

La cultura consiste en la transmisión organizada de la innovación, de la fórmula para fabricar en cada momento nuevas herramientas que sirven para fabricar con ellas herramientas útiles al común. La educación, el aprendizaje, acompaña desde la prehistoria al trabajo como su compañera inseparable para progresar. El progreso consiste en eso: en la transmisión universal y ordenada de los conocimientos útiles, entendiendo por utilidad la capacidad para mejorar en lo concreto la vida de las personas corrientes.

Vuelvo al algoritmo. No es malo en sí mismo ordenar los trabajos y las recompensas asociadas a ellos según un algoritmo. Lo malo es endiosar el algoritmo, considerarlo como expresión de una perfección indiscutible e inmodificable. Es lo que está haciendo de forma enfática y engolada la neoestupidez.

Y esto es lo que dijo Susanna Camusso, secretaria general en ese momento de la CGIL, en el informe introductorio a la Conferencia de Programa del sindicato italiano, celebrada en Milán el 30 y 31 de enero de 2018: «Debemos negociar el algoritmo. No es una metáfora, es sustancia, y no afecta solo a las plataformas. El algoritmo es la fórmula que elabora datos sobre la base de inputs, determina horarios, flujos de producción, movilidad de las plantillas, sanciones si no se alcanzan determinados ritmos, distribución de los asuetos y las vacaciones, etc. Esos inputs deben ser objeto de negociación… Negociar el algoritmo significa retomar la prestación del trabajo como objeto de la contratación colectiva.»



Estella Acosta Pérez. Es, entre otras actividades, miembro del GICE-UAM (Grupo de Investigación Cambio Educativo para la Justicia Social, de la Universidad Autónoma de Madrid) y promotora de la asociación Isegoría, además de coordinar el Proyecto “Cambio de modelo productivo – cambio de modelo educativo” para las Federaciones de Industria y de Enseñanza de CCOO. Pueden leer su ensayo “Una digitalización justa y equitativa” en http://pasosalaizquierda.com/?p=2838