En Barcelona
teníamos un obelisco de la victoria, en el cruce de las dos arterias
principales de la ciudad clásica: Diagonal con Paseo de Gracia.
El obelisco iba
cargado antes de una simbología profusa, que luego se hizo desaparecer con
discreción. Ya no es el recuerdo de ninguna victoria, pero sigue siendo un
símbolo. Los símbolos, por lo general, son verticales. Si no son verticales, de
hecho verticalizan sin remedio el tema del que se trate.
La cruz levantada en
Cuelgamuros está concebida desde un poderoso impulso vertical, pero ambivalente. Por una parte,
podría decirse que asciende de forma enérgica; por otra, que está en trance de desplomarse con todo su enorme peso sobre
el valle.
Si se le quita,
como se le está quitando hoy, el excedente de parafernalia adherida, la cruz
seguirá siendo un símbolo, y seguirá siendo vertical; pero dejará de ser la
rememoración de algo que en su momento se quiso configurar como un gran
emblema: la tierra de promisión, la predilección divina, la guardia eterna ante
los luceros, la unidad y la inmutabilidad de destino en lo universal.
Las grandes
palabras y las ansias de eternidad inmóvil retumban en el vacío y despiertan
ecos confusos en los muros colgados del valle.
Convenía ya
desatascar tanta trascendencia a fin de ver las cosas de España con un realismo
modesto, sin grandilocuencia y sin teatralidad. Por eso es tan apropiado, en la
dinámica misma de las cosas como son, un traslado oportuno de Cuelgamuros a
Mingorrubio. Cada cual en su sitio, y dios en casa de todos. De modo que el
valle siga siendo valle y la cruz siga siendo cruz, pero ninguno de los dos sea
la cifra, la síntesis, el algoritmo (para decirlo con un viejísimo/novísimo
término) de un país que ni está esculpido en piedra y bronces, ni se configura
como una estructura monolítica para siempre, ni siquiera es vertical, sino ancha
y llanamente horizontal, diverso, enredado y contradictorio.
Y que no reclama
inmovilidad sino que, muy al contrario, necesita como el agua crecer, prosperar,
cambiar, evolucionar. De modo que lo que está arriba no se quede para siempre
arriba, y lo de abajo no tenga por qué estar por más tiempo abajo, subordinado y
dependiente de las órdenes y los caprichos de la plana mayor de mando.