jueves, 24 de octubre de 2019

EL VALLE Y LA CRUZ


En Barcelona teníamos un obelisco de la victoria, en el cruce de las dos arterias principales de la ciudad clásica: Diagonal con Paseo de Gracia.

El obelisco iba cargado antes de una simbología profusa, que luego se hizo desaparecer con discreción. Ya no es el recuerdo de ninguna victoria, pero sigue siendo un símbolo. Los símbolos, por lo general, son verticales. Si no son verticales, de hecho verticalizan sin remedio el tema del que se trate.

La cruz levantada en Cuelgamuros está concebida desde un poderoso impulso vertical, pero ambivalente. Por una parte, podría decirse que asciende de forma enérgica; por otra, que está en trance de desplomarse con todo su enorme peso sobre el valle.

Si se le quita, como se le está quitando hoy, el excedente de parafernalia adherida, la cruz seguirá siendo un símbolo, y seguirá siendo vertical; pero dejará de ser la rememoración de algo que en su momento se quiso configurar como un gran emblema: la tierra de promisión, la predilección divina, la guardia eterna ante los luceros, la unidad y la inmutabilidad de destino en lo universal.

Las grandes palabras y las ansias de eternidad inmóvil retumban en el vacío y despiertan ecos confusos en los muros colgados del valle.

Convenía ya desatascar tanta trascendencia a fin de ver las cosas de España con un realismo modesto, sin grandilocuencia y sin teatralidad. Por eso es tan apropiado, en la dinámica misma de las cosas como son, un traslado oportuno de Cuelgamuros a Mingorrubio. Cada cual en su sitio, y dios en casa de todos. De modo que el valle siga siendo valle y la cruz siga siendo cruz, pero ninguno de los dos sea la cifra, la síntesis, el algoritmo (para decirlo con un viejísimo/novísimo término) de un país que ni está esculpido en piedra y bronces, ni se configura como una estructura monolítica para siempre, ni siquiera es vertical, sino ancha y llanamente horizontal, diverso, enredado y contradictorio.

Y que no reclama inmovilidad sino que, muy al contrario, necesita como el agua crecer, prosperar, cambiar, evolucionar. De modo que lo que está arriba no se quede para siempre arriba, y lo de abajo no tenga por qué estar por más tiempo abajo, subordinado y dependiente de las órdenes y los caprichos de la plana mayor de mando.