Cabe sospechar que
en el calendario de Pedro Sánchez estaba señalado en trazo rojo que la
sentencia sobre el procés había de llegar necesariamente antes que la
investidura. Por la misma razón tal vez, ha elegido situar la exhumación de
Franco entre las tareas rutinarias de un gobierno en funciones, antes que en el
programa de trabajo de un gobierno de coalición.
Hoy, festividad del
Pilar, sacan músculo el poder judicial de un lado, con un anticipo o filtración
de lo que será la distribución alícuota de las penas por sedición más
malversación a los protagonistas de la “desconexión unilateral” catalana de
hace dos años; y de otro lado el poder de facto militar, que ocupará la calle
con 4200 “efectivos”, 150 vehículos y 76 aeronaves, pertenecientes estas
últimas tanto al Ejército del Aire como a Salvamento Marítimo, Cuerpo Nacional
de Policía y Agencia Tributaria (?).
Vale. ¿Y luego,
qué?
Los resultados de las
nuevas elecciones del 10N darán la pauta
de lo que vendrá a continuación. Desde la esperanza de que no decaiga la
mayoría del voto de izquierda que emergió en los desperdiciados comicios
anteriores, podríamos tener un gobierno de izquierda a su pesar, o bien uno de
centro-izquierda en tonos neutros y algo esfumados, como los que proponen las
revistas de moda para la vestimenta del otoño.
En cualquier caso,
nadie es tan insensato como para pensar que, después de la sentencia, el
problema catalán habrá terminado.
En el problema
catalán se han superpuesto dos movimientos simultáneos: uno, la fuga hacia delante
de un grupo de políticos amateurs tan entusiastas como incompetentes; y dos, el
serio malestar de fondo de la ciudadanía de una nación/autonomía que se ve
ninguneada por las políticas recentralizadoras de sucesivos gobiernos empeñados
en vulnerar la España de las autonomías plasmada en una Constitución de todos.
La sentencia resolverá
en el mejor de los casos únicamente el primero de los dos problemas, el menos
consistente. Resolver el segundo problema implica nada menos que construir un
proyecto de futuro para España, y tratar de sacarlo adelante con el coraje
suficiente para enfrentarse al tridente tóxico Casado-Rivera-Abascal, portavoces
de una España monolítica y quintaesenciada que ni existe ahora ni ha existido
nunca.
¿Está preparado
Sánchez para el round que se avecina? Anoto la reflexión con la que Josep
Ramoneda acaba el artículo (en catalán) que firma hoy en elpais, sobre estas mismas
quisicosas: «La izquierda instalada en el miedo resulta deprimente.»