Iluminaciones de viaje
La Anunciación. Detalle de la
jamba derecha del portal de la catedral de Santa Maria Assunta, en Altamura
(hacia 1356-1374). El ángel está justo enfrente, en la jamba izquierda. Foto,
Carmen Martorell
La escena de la
Anunciación ha sido un reto para los artistas. Es un misterio religioso y por
consiguiente su tratamiento exige el máximo respeto; pero al mismo tiempo,
remite por asociación de ideas a una realidad mucho más vulgar y sabida: el
señor todopoderoso, la esclava del señor presta a ser fecundada, y el mensajero (the go-between, para expresarlo con
Losey) que media entre ambos para que la solicitud señorial fructifique
adecuadamente.
La virgen cruza los
brazos sobre el pecho en un gesto de pudor pero también de aceptación; su delicado rostro
resplandece. El gesto es el mismo de la canónica Anunciación de Fra Angélico en
el Museo del Prado. Allí el espíritu es visible en forma de rayo luminoso que
baja desde el ángulo superior izquierdo, donde se hace visible el Señor, a
posarse en forma de paloma en el regazo de la Virgen.
Sí, pero cuando fue
esculpido el portal de Altamura, faltaban por lo menos veinte o treinta años
para que naciera el Angélico (hacia 1395). Y muchísimos más años para que la
Iglesia proclamase el dogma de la Inmaculada Concepción (ocurrió en 1854).
Y sin embargo, todo
está ya ahí. El misterio, el recato, la aceptación serena («hágase en mí según
tu palabra»). Incluso el libro.
Desde un punto de
vista histórico, el libro es un anacronismo en la escena. Ni siquiera forzando
mucho la interpretación puede admitirse que María leyera un pequeño volumen
encuadernado, ni delante del ángel ni en ninguna otra ocasión. El libro,
incluso el no impreso, pertenece a una época tecnológica muy posterior. En la
época en que fue esculpido el pórtico de
Santa Maria Assunta, el libro manuscrito (la imprenta aún no estaba inventada)
era una novedad absoluta, un invento reciente que recosía los pergaminos en un
orden dado y hacía más fácil y manejable la lectura.
El libro de
Altamura levita, sobresale, se impone a la vista del espectador. No es un detalle anecdótico de la composición. Vimos días
después dos Anunciaciones pintadas al fresco en la iglesia de Santa Catalina de
Alejandría en Galatina, y en las dos aparecía también el libro. En una, María
lo sostenía frente a los ojos; en la otra, cruzaba los brazos como en Altamura, y el
libro descansaba en su regazo. Es la misma solución visual que eligió Fra
Angélico.
El libro tiene una
función importante en la escena: es una señal de estatus en primer lugar, un
indicio de que María no era una cualquiera; pero también viene a ser la prueba
irrefutable de que la Virgen estaba pensando en otra cosa mientras era
fecundada por el Señor. Es una forma de apartar cualquier sospecha de lujuria
en una escena trascendente de la historia sagrada, ligada a la redención del
género humano.
Abajo, vista de
conjunto del portal de Altamura, en una foto de María Antonia Carreras. Se percibe
a la derecha un pasmarote abrigado con chubasquero mirando atentamente la
escena de la Virgen. Soy yo. «Como no había forma de que te apartaras, me dijo
María Antonia, tiré la foto de todos modos.»
Me excuso. Estaba
en ese momento teniendo mi iluminación.