miércoles, 2 de octubre de 2019

VIRGEN, ÁNGEL, ESPÍRITU, LIBRO


Iluminaciones de viaje



La Anunciación. Detalle de la jamba derecha del portal de la catedral de Santa Maria Assunta, en Altamura (hacia 1356-1374). El ángel está justo enfrente, en la jamba izquierda. Foto, Carmen Martorell


La escena de la Anunciación ha sido un reto para los artistas. Es un misterio religioso y por consiguiente su tratamiento exige el máximo respeto; pero al mismo tiempo, remite por asociación de ideas a una realidad mucho más vulgar y sabida: el señor todopoderoso, la esclava del señor presta a ser fecundada, y el mensajero (the go-between, para expresarlo con Losey) que media entre ambos para que la solicitud señorial fructifique adecuadamente.

En el prodigioso portal de la catedral de Altamura, la escena se reparte entre las dos jambas profusamente decoradas: el ángel aparece a la izquierda, la virgen a la derecha, y el espíritu del señor, invisible pero rotundamente presente, entre ambos, en el umbral del templo.

La virgen cruza los brazos sobre el pecho en un gesto de pudor pero también de aceptación; su delicado rostro resplandece. El gesto es el mismo de la canónica Anunciación de Fra Angélico en el Museo del Prado. Allí el espíritu es visible en forma de rayo luminoso que baja desde el ángulo superior izquierdo, donde se hace visible el Señor, a posarse en forma de paloma en el regazo de la Virgen.

Sí, pero cuando fue esculpido el portal de Altamura, faltaban por lo menos veinte o treinta años para que naciera el Angélico (hacia 1395). Y muchísimos más años para que la Iglesia proclamase el dogma de la Inmaculada Concepción (ocurrió en 1854).

Y sin embargo, todo está ya ahí. El misterio, el recato, la aceptación serena («hágase en mí según tu palabra»). Incluso el libro.

Desde un punto de vista histórico, el libro es un anacronismo en la escena. Ni siquiera forzando mucho la interpretación puede admitirse que María leyera un pequeño volumen encuadernado, ni delante del ángel ni en ninguna otra ocasión. El libro, incluso el no impreso, pertenece a una época tecnológica muy posterior. En la época en que fue esculpido el pórtico  de Santa Maria Assunta, el libro manuscrito (la imprenta aún no estaba inventada) era una novedad absoluta, un invento reciente que recosía los pergaminos en un orden dado y hacía más fácil y manejable la lectura.

El libro de Altamura levita, sobresale, se impone a la vista del espectador. No es un detalle anecdótico de la composición. Vimos días después dos Anunciaciones pintadas al fresco en la iglesia de Santa Catalina de Alejandría en Galatina, y en las dos aparecía también el libro. En una, María lo sostenía frente a los ojos; en la otra, cruzaba los brazos como en Altamura, y el libro descansaba en su regazo. Es la misma solución visual que eligió Fra Angélico.

El libro tiene una función importante en la escena: es una señal de estatus en primer lugar, un indicio de que María no era una cualquiera; pero también viene a ser la prueba irrefutable de que la Virgen estaba pensando en otra cosa mientras era fecundada por el Señor. Es una forma de apartar cualquier sospecha de lujuria en una escena trascendente de la historia sagrada, ligada a la redención del género humano.

Abajo, vista de conjunto del portal de Altamura, en una foto de María Antonia Carreras. Se percibe a la derecha un pasmarote abrigado con chubasquero mirando atentamente la escena de la Virgen. Soy yo. «Como no había forma de que te apartaras, me dijo María Antonia, tiré la foto de todos modos.»

Me excuso. Estaba en ese momento teniendo mi iluminación.