El recurso a los “infiltrados”
como promotores de la violencia callejera en Cataluña no ha durado ni dos telediarios.
Elisenda Paluzie, patrona de la ANC, ha aclarado que la violencia puede ser positiva
en la medida en que ayuda a dar visibilidad al conflicto en el mundo. «El mundo
es así», ha dicho. Un reconocimiento penoso; la República Catalana que se
avizora no sería entonces algo distinto y más perfecto, como de hecho se nos ha
estado insinuando durante años (¿para qué, si no, separarse quirúrgicamente de
la España corrompida y opresora?), sino un espejo fiel del mundo como es, con
su carga promedio de violencia y de injusticia; el procés iría encaminado entonces no a cambiar el mundo, sino
a adaptarse a él. La violencia sería un reclamo publicitario adecuado para la
causa.
¿Para qué sirve la independencia
soñada, cabe preguntarse entonces, si el punto de llegada al que se aspira es
idéntico al punto de partida?
Laura Borràs, candidata
de JxCat al Congreso, ha ensayado un último recurso de urgencia para escapar
del círculo vicioso. Esto es lo que dice: «Hay que tener un margen para saber
qué es violencia y qué es disturbio.»
Violencia, según
esta tesis, es la sentencia judicial y la actuación reprobable de la fuerza
pública; lo de enfrente es solo disturbio, sustancialmente pacífico “salvo
alguna cosa”, como diría Mariano Rajoy.
El disturbio
pacífico ha causado hasta el momento más de 600 heridos de diversa
consideración. Se han perdido ojos y testículos. Seis heridos siguen ingresados
a la fecha. De los 200 detenidos, 30 han ingresado en prisión. En la
Universidad están en curso huelgas que no han sido votadas sino impuestas. Las
huelgas van a ser indefinidas, aseguran sus organizadores, mientras el tribunal
supremo no revoque la sentencia.
La señora Paluzie
define estas acciones como «una movilización no violenta y sostenida en el
tiempo», inspirada en Hong Kong, para erosionar los poderes del Estado. Antes
se han ensayado otras diversas inspiraciones: Eslovenia, Quebec, Israel.
Importa anotar, sin embargo, que puede haber o no erosión de los poderes del
Estado, pero sin duda la hay, muy sensible, de los de la Generalitat: ahora
mismo se pide desde los cuarteles generales de la revuelta la dimisión del conseller
Buch, responsable de los Mossos.
En este campo de
Agramante, no hay un contrapoder que se esfuerza en imponer una legalidad
propia, sino una imagen apocalíptica difundida en vídeo para contribuir a dar mejor
visibilidad a un problema más que conocido. No hay proyecto, sino tumulto.
Cuando se disipe el
humo de la batalla y se haga el recuento de las bajas, se hará difícil
justificar el sentido último de tanto estrépito y furia. El Gobierno estima en
siete millones de euros los daños a las infraestructuras de transporte; solo en
la ciudad de Barcelona, los daños se cifran en otros tres millones. Los
cálculos no afectan al deterioro tal vez irreversible del patrimonio más
importante para esta pequeña porción de un mundo que «es así»: me refiero a lo
que algunos llaman el capital humano.