De siempre es
sabido que una cosa es predicar y otra muy distinta dar trigo. Basta para ello consultar
el refranero, que es un compendio admirable de la sabiduría no académica que ha
ido decantando el pueblo llano gota a gota y generación tras generación.
Una variante posmoderna
de esa dicotomía antigua está en la prédica de personas y grupos que, al tiempo
que ponen palos en las ruedas para trabar las iniciativas promovidas por
políticos progresistas, vienen a proclamar a los cuatro vientos: “nosotros
haríamos lo mismo que pretenden estos, pero con mucha más eficacia”.
Pongamos que hablo
de Chile. Piñera acusaba a Bachelet de torpeza y se ponía a sí mismo de ejemplo
de lo que cabría hacer si lo votaban para la presidencia.
Piñera salió
elegido; no intentó mejorar a Bachelet, sino que empezó a hacer todo lo
contrario que ella.
Hacer lo contrario,
rodar cuesta abajo por la pendiente de la desigualdad, es ciertamente más fácil
porque uno no tropieza con los obstáculos interpuestos por los bancos, la
patronal, la iglesia y otros poderes fácticos. Pero los resultados para el
pueblo llano son contraproducentes. Los poderes fácticos solo recurren al
pueblo llano para pedir sus votos; cuando ya los tienen, que les den.
Así hemos llegado a
la manifestación gigante de Santiago, ayer viernes: más de un millón de
personas en una aglomeración urbana de siete millones. Piñera ha declarado que
el país está en guerra. Lo ha dicho escandalizado, como si la guerra no la
hubiera montado él. La derecha ignora con una mano lo que está haciendo con la
otra, y por consiguiente se hace de nuevas y se escandaliza discretamente. ¿No
les han votado a ellos las mayorías? ¿De qué se quejan entonces?
Pero el programa
electoral había omitido antes de las urnas las medidas que luego, por arte de
birlibirloque, han pasado a ser las prioritarias, las esenciales. Medidas que ahondan
en el desamparo y la desigualdad; medidas que duelen.
Oigamos a los
manifestantes: «Mi madre fue diagnosticada tardíamente de un cáncer y, sin
acceso a ningún tratamiento en el sistema público, murió… Estamos aburridos de
que nuestros abuelos tengan pensiones miserables y que nuestras familias se
tengan que levantar a las cinco de la mañana para recibir sueldos indignos.» (Cito
de elpais.)
Siempre es la misma
canción: el progreso de la “nación” ─concepto abstracto, por no llamarlo
elucubración─ reclama el sacrificio, incluso el holocausto, de los estamentos
más débiles de la ciudadanía nacional, aquellos que reclaman una protección que
por desgracia para ellos no resulta rentable, no compensa una inversión que solo
podría venir del bolsillo privado de los pudientes porque el Estado se llama andana.
Es una de las
razones por las que en el escenario político siempre aparecen muchos más
predicadores que gente dispuesta a repartir trigo.