sábado, 26 de octubre de 2019

GRANDES EXPECTATIVAS VERSUS TRIGO MOLIENTE


De siempre es sabido que una cosa es predicar y otra muy distinta dar trigo. Basta para ello consultar el refranero, que es un compendio admirable de la sabiduría no académica que ha ido decantando el pueblo llano gota a gota y generación tras generación.

Una variante posmoderna de esa dicotomía antigua está en la prédica de personas y grupos que, al tiempo que ponen palos en las ruedas para trabar las iniciativas promovidas por políticos progresistas, vienen a proclamar a los cuatro vientos: “nosotros haríamos lo mismo que pretenden estos, pero con mucha más eficacia”.

Pongamos que hablo de Chile. Piñera acusaba a Bachelet de torpeza y se ponía a sí mismo de ejemplo de lo que cabría hacer si lo votaban para la presidencia.

Piñera salió elegido; no intentó mejorar a Bachelet, sino que empezó a hacer todo lo contrario que ella.

Hacer lo contrario, rodar cuesta abajo por la pendiente de la desigualdad, es ciertamente más fácil porque uno no tropieza con los obstáculos interpuestos por los bancos, la patronal, la iglesia y otros poderes fácticos. Pero los resultados para el pueblo llano son contraproducentes. Los poderes fácticos solo recurren al pueblo llano para pedir sus votos; cuando ya los tienen, que les den.

Así hemos llegado a la manifestación gigante de Santiago, ayer viernes: más de un millón de personas en una aglomeración urbana de siete millones. Piñera ha declarado que el país está en guerra. Lo ha dicho escandalizado, como si la guerra no la hubiera montado él. La derecha ignora con una mano lo que está haciendo con la otra, y por consiguiente se hace de nuevas y se escandaliza discretamente. ¿No les han votado a ellos las mayorías? ¿De qué se quejan entonces?

Pero el programa electoral había omitido antes de las urnas las medidas que luego, por arte de birlibirloque, han pasado a ser las prioritarias, las esenciales. Medidas que ahondan en el desamparo y la desigualdad; medidas que duelen.

Oigamos a los manifestantes: «Mi madre fue diagnosticada tardíamente de un cáncer y, sin acceso a ningún tratamiento en el sistema público, murió… Estamos aburridos de que nuestros abuelos tengan pensiones miserables y que nuestras familias se tengan que levantar a las cinco de la mañana para recibir sueldos indignos.» (Cito de elpais.)

Siempre es la misma canción: el progreso de la “nación” ─concepto abstracto, por no llamarlo elucubración─ reclama el sacrificio, incluso el holocausto, de los estamentos más débiles de la ciudadanía nacional, aquellos que reclaman una protección que por desgracia para ellos no resulta rentable, no compensa una inversión que solo podría venir del bolsillo privado de los pudientes porque el Estado se llama andana.

Es una de las razones por las que en el escenario político siempre aparecen muchos más predicadores que gente dispuesta a repartir trigo.