lunes, 14 de octubre de 2019

UN BAÑO DE REALIDAD


La sentencia sobre el procés, conocida en todos sus pormenores esta mañana, ha sido sobre todo un baño de realidad.

La esfera política de la Cataluña oficial levitaba. De las encuestas que daban a un 85% de la ciudadanía como favorable a un referéndum consensuado, se extrajo la consecuencia de que existía una mayoría consistente y aguerrida dispuesta a conseguir la independencia con urgencia y por cualquier medio, unilateral incluso.

No era lo mismo.

Se confundió de forma interesada el malestar sordo por el problema de fondo, con las vías más drásticas para resolverlo. Hubo autoengaño por parte de una parcela de la clase política que pensó que el proceso sería fácil, corto y pacífico; que el único ingrediente necesario para activar la receta era el coraje; que los dubitativos y los poco aficionados a “mojarse” seguirían sin rechistar la marcha enérgica de una vanguardia triunfal; que la acreditada “bondad” personal de los dirigentes (pienso sobre todo en Junqueras, en Romeva, en Rovira, en Comín, y en el alarde que han hecho de su propia excelencia) era la mejor garantía para el éxito de la operación en su conjunto.

El autoengaño fue trasladado pedagógicamente a una parte de la ciudadanía muy dispuesta a escuchar las voces procedentes de arriba. Escuchaban a Turull o a Jordi Sánchez y creían estar oyendo la voz de Artur Mas o la de Jordi Pujol.

Pero ni Pujol ni Mas han salido salpicados por este proceso. Maestros en el arte de nadar y guardar la ropa, sus actuaciones y sus declaraciones a lo largo de varios años han sido mucho menos imprudentes en relación con el “tigre de papel” de los aparatos de Estado que las de esa nueva generación floreciente que acaba de ser inhabilitada y encerrada en seguro por una sentencia que ni siquiera ha buscado el ensañamiento.

Queda, naturalmente, la vía de los recursos a Europa; y también se emitirán a Europa nuevas órdenes de busca y captura de los Puigdemont de Alfarache que pisaron el teatrillo de las instituciones con menos ingenuidad y más dosis de picaresca que sus vecinos.

No se percibe qué podrían cambiar esas vicisitudes pendientes en la realidad dolorosa que la sentencia hace gravitar sobre (lo digo en versos de Dante) una Cataluña “serva, di dolore ostello; nave senza nocchiere in gran tempesta; non donna di provincie, ma bordello.”