Españoles brindando por la
exhumación de Franco en el Ateneo Español de Ciudad de México. Foto aparecida
en El País.
¿Cómo llamarlo, si
no? Pablo Iglesias ha criticado la Exhumación, con mayúsculas, no por sí misma
sino por el momento en que ha sido hecha. Ha sido un acto electoralista, ha
venido a decir.
Cualquier momento
habría sido bueno, cabe decir también. Franco llevaba ahí 44 años, se dice pronto, y
nunca se había encontrado el momento oportuno para retirarlo. No lo encontraron
Felipe González ni José Luis Rodríguez Zapatero; no quisieron ni oír hablar del
tema José María Aznar y Mariano Rajoy, por razones obvias.
Ahora que sí ha
llegado por fin el momento, viene el líder de las izquierdas-izquierdas fetén y dice
que tampoco. Primero de todo tiene que ser la campaña electoral; todo lo demás
debe quedarse para luego. Con el agravante de que llevamos ya años en campaña
electoral permanente y esto no tiene trazas de acabar, de modo que la parálisis
de país, extendida incluso al desplazamiento de las tumbas de los dictadores y
sus adláteres, podría hacernos precipitar a todos en la intemerata. Pablo
Iglesias incluido, dado que cualquier propuesta política que haga será por la fuerza de las cosas electoralista.
En el Ateneo
Español de Ciudad de México, los viejos republicanos han brindado con champaña
para celebrar la retirada de los restos del dictador hacia territorios
privados. Será que tienen más sensibilidad y más memoria histórica que quienes
están enredados en la telaraña de un presente en formato exclusivamente electoral.
La argumentación de
Iglesias es absurda; lo que está bien hecho está bien hecho, y punto. Tanto
valdría criticar una subida del salario mínimo o de las pensiones porque
estamos en un momento electoral. Guarde usted la perspectiva, caballero, y no
desbarre.
O será tal vez un
ataque de cuernos, habida cuenta la vigencia de aquel viejo proverbio latino colocado ahora
del revés: Vita tua mors mea, todo
lo que a ti, Pedro, pueda favorecerte, a mí, Pablo, me mata.