domingo, 6 de octubre de 2019

DESPUÉS DE LA ROTURA DE LA CORREA



Leo en Nueva Tribuna dos artículos de Ramón Górriz (“La farsa electoral”) y Manel García Biel (“Las izquierdas y las urgencias sociales”). Los dos parten de las mismas perplejidades; los dos tienen, más allá de su opinión particular, un calado que, de alguna manera, da expresión a un sentir colectivo; lo cual hace que su significación sea mayor, y exija una mayor atención por parte de un mundo de la política demasiado afectado hoy en día por el autismo.

Convendría, me digo, retrazar la historia del recorrido que ha tenido la relación entre partido y sindicato. Hablo en general, de distintos partidos y distintos sindicatos entre los que se ha dado en una fase histórica esa relación singular de dependencia que hemos dado en llamar correa de transmisión: unas veces en una dirección (partidos tradeunionistas), las más en la contraria (partido como príncipe moderno; sindicatos como fiel infantería).

Después de la rotura, en todas partes, de la correa, debido a la voluntad de afirmar su autonomía por parte de los sindicatos y, más allá, de la evolución acelerada de los tiempos y el cambio general en el paradigma de la producción, sería necesario ─digo yo─ hacer un balance provisional de la situación en la que se encuentra la relación entre los dos sujetos históricos de la izquierda: tener una idea aproximada de en qué punto se encuentra esa relación y en qué recorrido, es decir, hacia dónde se va en el medio/largo plazo.

Lo cierto es que, hoy por hoy, no hay ya uno o más partidos que sean una referencia para los sindicatos. A la inversa, los sindicatos no tienen la audiencia que tuvieron en los cuarteles generales de los partidos. Es dudoso, por lo demás, que sigan existiendo cuarteles generales en los partidos; han sido sustituidos por asesorías y think tanks contratados para el breve plazo, con emolumentos sustanciosos y con carencia absoluta de limitación ideológica, de modo que vemos cómo el mismo equipo o la misma persona asesoran un día al PP y otro al PSOE.

En esa tesitura, los sindicatos son rebajados a la condición de un lobby más, que solicita favores concretos a un partido de gobierno verticalizado, que salta por encima de todos los organismos sociales intermedios y se dirige directamente al votante. Al votante desnudo, en dos sentidos complementarios: porque ya no tiene organizaciones propias que lo tutelen ante las instancias institucionales, y porque en consecuencia se ve inerme y postrado de rodillas ante el Poder, con mayúscula, omnímodo.

Hablamos, entre otros muchos, de estos asuntos el otro día, en un almuerzo entre amigos. Salieron a relucir muchos apuntes, muchas sugerencias, dentro de un tono general de suave y matizado pesimismo que podría sintetizarse en la pregunta que fue formulada por uno de los comensales, más bien hacia los postres: “¿Le importa a alguien, hoy, este asunto?”

Una pregunta cuya respuesta solo puede ser colectiva. A Górriz y a Biel sí les preocupa, sin duda. El dato que importa averiguar es a cuántos/as más.