Leo en Nueva
Tribuna dos artículos de Ramón Górriz (“La farsa electoral”) y Manel García
Biel (“Las izquierdas y las urgencias sociales”). Los dos parten de las mismas
perplejidades; los dos tienen, más allá de su opinión particular, un
calado que, de alguna manera, da expresión a un sentir colectivo; lo cual hace que
su significación sea mayor, y exija una mayor atención por parte de un mundo de
la política demasiado afectado hoy en día por el autismo.
Convendría, me
digo, retrazar la historia del recorrido que ha tenido la relación entre
partido y sindicato. Hablo en general, de distintos partidos y distintos
sindicatos entre los que se ha dado en una fase histórica esa relación singular
de dependencia que hemos dado en llamar correa de transmisión: unas veces en
una dirección (partidos tradeunionistas), las más en la contraria (partido como príncipe moderno; sindicatos
como fiel infantería).
Después de la
rotura, en todas partes, de la correa, debido a la voluntad de afirmar su
autonomía por parte de los sindicatos y, más allá, de la evolución acelerada de
los tiempos y el cambio general en el paradigma de la producción, sería
necesario ─digo yo─ hacer un balance provisional de la situación en la que se
encuentra la relación entre los dos sujetos históricos de la izquierda: tener
una idea aproximada de en qué punto se encuentra esa relación y en qué
recorrido, es decir, hacia dónde se va en el medio/largo plazo.
Lo cierto es que,
hoy por hoy, no hay ya uno o más partidos que sean una referencia para los
sindicatos. A la inversa, los sindicatos no tienen la audiencia que tuvieron en
los cuarteles generales de los partidos. Es dudoso, por lo demás, que sigan
existiendo cuarteles generales en los partidos; han sido sustituidos por
asesorías y think tanks contratados
para el breve plazo, con emolumentos sustanciosos y con carencia absoluta de limitación
ideológica, de modo que vemos cómo el mismo equipo o la misma persona asesoran
un día al PP y otro al PSOE.
En esa tesitura,
los sindicatos son rebajados a la condición de un lobby más, que solicita favores concretos a un partido de gobierno
verticalizado, que salta por encima de todos los organismos sociales
intermedios y se dirige directamente al votante. Al votante desnudo, en dos
sentidos complementarios: porque ya no tiene organizaciones propias que lo
tutelen ante las instancias institucionales, y porque en consecuencia se ve
inerme y postrado de rodillas ante el Poder, con mayúscula, omnímodo.
Hablamos, entre
otros muchos, de estos asuntos el otro día, en un almuerzo entre amigos.
Salieron a relucir muchos apuntes, muchas sugerencias, dentro de un tono
general de suave y matizado pesimismo que podría sintetizarse en la pregunta
que fue formulada por uno de los comensales, más bien hacia los postres: “¿Le
importa a alguien, hoy, este asunto?”
Una pregunta cuya
respuesta solo puede ser colectiva. A Górriz y a Biel sí les preocupa, sin
duda. El dato que importa averiguar es a cuántos/as más.