miércoles, 30 de octubre de 2019

EL AGRAVIO RETROALIMENTADO


Carmen Calvo, vicepresidenta del gobierno y ministra de la Presidencia, se ha dirigido a los tribunales belgas con la advertencia de que una nueva negativa a extraditar a Puigdemont “tendría consecuencias”, sin precisar cuáles, y desde la premisa de que es “obligación de los Estados colaborar entre ellos”.

No puede decirse que la señora haya estado especialmente inspirada en esa iniciativa. La premisa que en realidad incluye la deseable colaboración entre los Estados soberanos es la soberanía indiscutida de cada cual, por lo que no procede hablar de “obligaciones” en este campo y resultan como mínimo de mal gusto las admoniciones del estilo de la ahora publicitada.

Fernando Grande-Marlaska, ministro del Interior, se dejó decir el otro día que la violencia en Cataluña era peor incluso que la que tuvo lugar en Euskadi en otro momento histórico.

Tampoco estuvo afortunado; ha irritado gratuita y simultáneamente a catalanes y a vascos. Los dos representantes del gobierno en funciones se han dejado caer en el lapsus recurrente de expresar una opinión personal sin caer en la cuenta de que lo que se exige de ellos, dada la posición que ocupan, es una opinión institucional, la cual implica una autocensura profiláctica de sus posibles calenturas bucales.

Pero atención, en ningún caso pueden servir las declaraciones desafortunadas de los dos ministros como justificación para una escalada reivindicativa sucesiva de las fuerzas procesistas. Las fuerzas procesistas no se han fijado ningún programa reivindicativo máximo ni mínimo: cada día salen a la calle con un tema nuevo, y cuando pasan pantalla no solo se olvidan del tema del día anterior, sino que lo contradicen.

De ese modo, el “ho tornarem a fer” de Torra y de Cuixart carece por completo de un contenido descriptible. Nadie sabe cuál es la sustancia de lo que volverán a hacer Quim o Jordi; el gesto es lo único que se proponen repetir.

Primero era la consecución de una independencia que estaba “a tocar”; luego, una declaración unilateral con desentendimiento absoluto de lo que tenía que venir después para que la tal declaración fuera algo más que una declaración de intenciones; después, la movilización se centró en conseguir la libertad de los “presos polítics”; luego se ha considerado que la sentencia del Supremo era vengativa y exagerada, cuando “cualquier” sentencia era inadmisible en la pantalla anterior. Un articulista escribe que se ha castigado a los que “pusieron las urnas” con la misma pena que si hubieran cometido un homicidio. Se obvia que no se les ha castigado por poner las urnas, y que son muchos los delitos a los que el código penal atribuye una pena superior o igual a la del homicidio.

Ahora, las declaraciones de los dos ministros socialistas provocan una nueva corriente de indignación generalizada en los medios adictos al procesismo y en las redes sociales. “¡Es que ya está bien, hay que reaccionar, esto es el colmo!”, dicen los mismos que llevan siete años diciéndonos que ara és l’hora.

Nos venden los sabotajes, las hogueras, las piedras, los encapuchados y demás parafernalia, como una iniciativa espontánea lamentablemente justificada por las últimas noticias frescas que vienen de fuera; como una “reacción” de indignación popular. En realidad se trata de una revolución de palacio, de la puesta en marcha del siguiente escalón de una operación larga y sofisticada de retroalimentación inducida.