Vittorio Foa
Es un político
singular el que, después de ejercer de diputado en una Asamblea constituyente, es
decir de “padre de la patria”, dimite de sus cargos en “palacio” para ocupar un
puesto modesto en el gabinete de estudios de un sindicato.
Vittorio Foa lo
hizo, en 1947. Y en el sindicato al que dedicó su vocación más sincera, reclamó
con toda energía un mayor protagonismo político de la organización unitaria de
los trabajadores. Explica Andrea Ricciardi (1) que «pidió al sindicato la
elaboración de una política de largo aliento para la reconstrucción política,
que no se tradujera únicamente en la reivindicación de aumentos salariales y en
la defensa del puesto de trabajo (su adhesión al Piano del Lavoro propuesto por
Di Vittorio confirmaría más tarde la función política que Foa asignaba
al sindicato). Antes, como diputado de la Constituyente, había pedido ─en vano─
la constitución de un alto tribunal de justicia encargado de examinar las
medidas económicas para verificar su compatibilidad con las exigencias
primarias de todos los ciudadanos y limitar la influencia de los poderes
económicos…»
En 1970 dejó
también el sindicato (y paralelamente su militancia en un partido pequeño pero propagandista
de la unidad de clase, el PSIUP, Partido Socialista de Unidad Proletaria), para
estudiar Historia y dedicarse a la enseñanza. ¿La razón? Él lo explicó de la
siguiente manera: «El pasado no nos da respuestas, pero nos permite formular mejor
las preguntas.» Una intuición certera que viene a completarse con otra
formulada muy tardíamente, en 1999, cuando ya eran visibles los efectos de la
globalización y la financiarización en la organización posfordista de la
producción. Dijo entonces que su método de trabajo era el «realismo analítico»,
y añadió que «para poder construir el futuro antes es necesario, de algún modo,
presagiarlo».
Así, sus estudios
del tradeunionismo inglés en los años veinte del pasado siglo cristalizaron en
un libro tan indispensable como sorprendente: La Gerusalemme rimandata, una llamada a la construcción del socialismo
desde abajo, utilizando las dos grandes palancas de la autonomía y la
participación.
Porque, dice Foa,
el socialismo únicamente puede construirse desde la sociedad, como un impulso
de abajo arriba. Socialismo ─así lo dejó escrito en un artículo en Mondoperaio─ no es otra cosa que «el
control colectivo de las fuerzas de producción». La autonomía es, entonces, un
valor universal, un “empoderamiento” (para emplear un término que poco a poco
va dejando de estar de moda) tanto más necesario cuanto más descendemos en la
escala social. Y la autonomía exige como correlato la participación activa, y
no el simple asentimiento o el ritual del voto, para la construcción de una
democracia socialista (y una democracia plena difícilmente puede ser otra cosa
que socialista).
Vittorio Foa se
apuntó, en consecuencia, a la utopía cotidiana. A la descentralización, al autogobierno,
al valor democrático del conflicto, al desarrollo de las fuerzas productivas en
dirección a una mayor libertad y autoconciencia. Estuvo activo en muchas formaciones
políticas, pero desde la legítima desconfianza hacia los partidos, que veía
como «maquinarias políticas peligrosas de estructura piramidal, tendencialmente
autorreferenciales e incapaces de relacionarse con la totalidad de los
ciudadanos, con el resultado de favorecer únicamente intereses particulares e
impulsos neocorporativos, y de no tener en cuenta suficientemente la condición
de quienes, privados de representación y de protección social, se ven empujados
a los márgenes de una democracia no lo bastante inclusiva ni participativa.»
Un hereje de las
ideologías; y un reformista radical.
Foa junto a Bruno Trentin: dos
reformistas radicales, o radicales reformistas, compañeros de trabajo largos
años en el sindicato, de pensamiento distinto pero ambos plenamente compatibles. Y dos grandes
amigos.
(1) “Vittorio Foa
tra accionarismo e socialismo”, en Vittorio
Foa e le transformazioni della società italiana, a cura di Amos Andreoni y
Enrico Pugliese, Ediesse 2011. Andrea Ricciardi tiene el doctorado de
investigación en Historia de la Sociedad, y colabora con la Università degli
Studi de Milán.