martes, 15 de octubre de 2019

FOA



Vittorio Foa

Es un político singular el que, después de ejercer de diputado en una Asamblea constituyente, es decir de “padre de la patria”, dimite de sus cargos en “palacio” para ocupar un puesto modesto en el gabinete de estudios de un sindicato.

Vittorio Foa lo hizo, en 1947. Y en el sindicato al que dedicó su vocación más sincera, reclamó con toda energía un mayor protagonismo político de la organización unitaria de los trabajadores. Explica Andrea Ricciardi (1) que «pidió al sindicato la elaboración de una política de largo aliento para la reconstrucción política, que no se tradujera únicamente en la reivindicación de aumentos salariales y en la defensa del puesto de trabajo (su adhesión al Piano del Lavoro propuesto por Di Vittorio confirmaría más tarde la función política que Foa asignaba al sindicato). Antes, como diputado de la Constituyente, había pedido ─en vano─ la constitución de un alto tribunal de justicia encargado de examinar las medidas económicas para verificar su compatibilidad con las exigencias primarias de todos los ciudadanos y limitar la influencia de los poderes económicos…»

En 1970 dejó también el sindicato (y paralelamente su militancia en un partido pequeño pero propagandista de la unidad de clase, el PSIUP, Partido Socialista de Unidad Proletaria), para estudiar Historia y dedicarse a la enseñanza. ¿La razón? Él lo explicó de la siguiente manera: «El pasado no nos da respuestas, pero nos permite formular mejor las preguntas.» Una intuición certera que viene a completarse con otra formulada muy tardíamente, en 1999, cuando ya eran visibles los efectos de la globalización y la financiarización en la organización posfordista de la producción. Dijo entonces que su método de trabajo era el «realismo analítico», y añadió que «para poder construir el futuro antes es necesario, de algún modo, presagiarlo».  

Así, sus estudios del tradeunionismo inglés en los años veinte del pasado siglo cristalizaron en un libro tan indispensable como sorprendente: La Gerusalemme rimandata, una llamada a la construcción del socialismo desde abajo, utilizando las dos grandes palancas de la autonomía y la participación.

Porque, dice Foa, el socialismo únicamente puede construirse desde la sociedad, como un impulso de abajo arriba. Socialismo ─así lo dejó escrito en un artículo en Mondoperaio─ no es otra cosa que «el control colectivo de las fuerzas de producción». La autonomía es, entonces, un valor universal, un “empoderamiento” (para emplear un término que poco a poco va dejando de estar de moda) tanto más necesario cuanto más descendemos en la escala social. Y la autonomía exige como correlato la participación activa, y no el simple asentimiento o el ritual del voto, para la construcción de una democracia socialista (y una democracia plena difícilmente puede ser otra cosa que socialista).

Vittorio Foa se apuntó, en consecuencia, a la utopía cotidiana. A la descentralización, al autogobierno, al valor democrático del conflicto, al desarrollo de las fuerzas productivas en dirección a una mayor libertad y autoconciencia. Estuvo activo en muchas formaciones políticas, pero desde la legítima desconfianza hacia los partidos, que veía como «maquinarias políticas peligrosas de estructura piramidal, tendencialmente autorreferenciales e incapaces de relacionarse con la totalidad de los ciudadanos, con el resultado de favorecer únicamente intereses particulares e impulsos neocorporativos, y de no tener en cuenta suficientemente la condición de quienes, privados de representación y de protección social, se ven empujados a los márgenes de una democracia no lo bastante inclusiva ni participativa.»

Un hereje de las ideologías; y un reformista radical.



Foa junto a Bruno Trentin: dos reformistas radicales, o radicales reformistas, compañeros de trabajo largos años en el sindicato, de pensamiento distinto pero ambos plenamente compatibles. Y dos grandes amigos.


(1) “Vittorio Foa tra accionarismo e socialismo”, en Vittorio Foa e le transformazioni della società italiana, a cura di Amos Andreoni y Enrico Pugliese, Ediesse 2011. Andrea Ricciardi tiene el doctorado de investigación en Historia de la Sociedad, y colabora con la Università degli Studi de Milán.