Asistimos en estos
momentos en Cataluña, según la información oficial que se nos dispensa, a una
movilización pacífica y espontánea de la ciudadanía contra las condenas a los
políticos, la cual es reprimida pacíficamente también por los Mossos, que
tratan de proteger a la buena gente de los sinsabores potenciales de una
acusación injusta por sedición, a cargo de unos fiscales perversos.
La explicación no
acaba de cuadrar con las imágenes emitidas por las cadenas de televisión. Son
imágenes en directo y en continuo, no puede alegarse que han sido seleccionadas
y manipuladas. Incluso los organismos oficiales reconocen que la reacción a las
condenas no está siendo todo lo pacífica que debería, si bien llaman a la
comprensión del mundo mundial dada la magnitud de la venganza de los aparatos
de un Estado opresor contra personas cuyo único delito consistió en poner las
urnas.
La labor de
maquillaje mediático alcanza tanto a las consecuencias como a las causas de
esta situación. Se destila una doble verdad impostada y contradictoria. En una Cataluña
pacífica, la movilización ciudadana eminentemente pacífica ─bueno, sí, con
invasión de aeropuerto, intentos de forzar la entrada en la sede de las
instituciones, cortes de carreteras y ferrocarriles, quema de contenedores,
etc.─ está siendo pacíficamente tutelada ─bueno, sí, a porrazos y pelotazos de
goma─ por unas fuerzas del orden cumplidoras de su estricto deber, porque en
este país el orden público es religiosamente respetado y respetable.
Con la boca chica
se reconoce que hay violentos en algún lugar de esta performance, pero se
aclara que son marginales y ajenos a la cuestión. La opción elegida por
nuestros comunicadores es, como de costumbre, omitir todo lo no relacionado con
el núcleo inicial del conflicto (unos se habrían limitado a poner las urnas,
otros se vengan de ellos con condenas judiciales excesivas sea cual fuere su
dimensión); y en particular se deja en la sombra el hecho de que desde el Palau
de la Generalitat se sigue animando a la “resistencia”, a la vez que se
justifica su represión.
Ciento treinta heridos
o lesionados, y un ojo perdido, es el balance hasta el momento. Los indicios
son de que la escalada va a proseguir. Podría haber muertos y de quién sería la
culpa, como ha señalado Xavier Vidal-Folch. El oráculo orate de Waterloo ya ha
acomodado tal vicisitud en su relato: en Euskadi hubo cerca de mil muertos y no
se aplicó el 155, dice. Ergo, hay margen de sobra, sería la conclusión tácita.
Si se calla el
hecho de que en el origen de esta situación estuvo el forzamiento consciente
por el Parlament y el Govern de todas las legislaciones competentes para
promulgar unas “leyes de desconexión” sin el respaldo exigible a semejante
iniciativa, todo lo demás que se nos cuenta resulta una jerigonza incomprensible, sin
lógica ni coherencia.
«No nos entienden»,
dicen compungidos quienes al observar el entorno concluyen sotto voce que «estamos en el buen camino». En eso al menos llevan
la razón. No les entendemos.