Quizás el fenómeno
de la “feminización” del sindicato, tan comentado a partir de la irrupción de
mujeres muy capaces en unos órganos de dirección en los que, sin embargo, los
varones aún conservan cierta ventaja, está ayudando a la puesta en valor de una
temática laboral más rica en la medida en que se “amplía” a aquello que ocurre
fuera del estricto horario laboral, pero que está directamente condicionado por
él.
Dicho en breve: las
mujeres tienen una mejor percepción del tiempo que los varones. Según una
observación de Vittorio Foa, en su libro autobiográfico “El caballo y la torre”,
el término ‘tiempo’ tiene dos significados eminentemente distintos: el tiempo
abstracto de la fábrica, que abarca las operaciones productivas y se mide con
el cronómetro, y el tiempo-duración, aquel en el que se enmarca nuestra
existencia, el que nos provoca en su momento arrugas en la piel y el blanqueo
de nuestro pelo.
Es este segundo ‘tiempo’
el que perciben mejor las mujeres. Los varones están ─estamos─ demasiado
condicionados por la idea de una “centralidad” del trabajo remunerado que nos
lleva a clasificar como ‘tiempo lleno’ el dedicado directamente a la
producción, y ‘tiempo vacío’ o hueco el restante, el dedicado genéricamente al
descanso y al ocio.
En cambio las
mujeres están equipadas “de serie” con un reloj biológico que rivaliza en
exigencia con el cronómetro de la fábrica; y se ven más o menos obligadas por
convención social a una segunda jornada de trabajo centrada en las tareas de
mantenimiento, reproducción y providencia, tanto más importantes por cuanto el
llamado en tiempos Estado-providencia se ha difuminado sin dejar prácticamente
huellas.
Todo ello viene a colocar
el tiempo de la vida ─en general para todos, y más específica y urgentemente
para las mujeres─ como un objetivo de importancia creciente en la labor tutelar
del sindicato. Los temas “estrella” del salario y de las garantías de fijeza y
duración en el puesto de trabajo dibujan hoy por hoy un ámbito de protección (por
un lado) y de autonomía de las personas (atención a esta idea) claramente
insuficiente. Se van abriendo paso conceptos como la decencia, la dignidad de
las personas, los valores, los derechos nuevos, la calidad de la vida.
Cuestiones que no afectan en rigor más a las mujeres que a los varones, pero
hacia las cuales sí muestran ellas una mayor sensibilidad.
No es que todas estas
cosas sean una novedad absoluta y no se hayan dicho nunca antes. Por sorpresa,
he encontrado en una nota a pie de página de un libro, el siguiente apunte de
Karl Marx (en Historia de las doctrinas
económicas, y comentando una reflexión anterior de David Ricardo): «Riqueza
es el tiempo de que se dispone.»
No es una metáfora
ni una exageración. Disponer de más tiempo de vida y para la vida significa para la persona un
ámbito mayor de autonomía y de libertad, y este es un objetivo esencial para el
sindicalismo, porque de poco valdría mejorar las condiciones materiales de un
trabajo esclavo. Desde luego, es esencial asimismo para la política, en la
medida en que la política se dirige a dar satisfacción a los intereses críticos
de los ciudadanos, y no a los de los consumidores de productos y servicios.
Quizás en lugar de hablar
de la centralidad del trabajo, deberíamos preconizar la centralidad del tiempo
de vida.