Imagen artística de Atila rey
de los hunos a caballo. Según dicen las leyendas, el realmente importante de los
dos era el caballo.
En China tienen el
coronavirus, que está consiguiendo exportarse a sí mismo a pesar de todas las
barreras y los cordones sanitarios que se le quieren imponer.
En Cataluña no
llegamos a tanto pero tenemos a Quim Torra, que ahí sigue, con su medrosa actitud
de acelga (él se define de este modo: “posat avorrit, de bleda i de poca cosa”,
lean el magistral reportaje de Xavier Vidal-Folch
en elpais), con un catolicismo acendrado y sin matices adquirido en la
frecuentación de las sacristías, y dotado de un regate corto e insustancial en
la política a la que ha llegado de forma parecida a Poncio Pilatos en el
credo, aupado por su repentina deriva desde la nada hacia una “intransigencia
salvaje” (es la expresión elegida por él mismo) y con la ayuda de una serie de
carambolas inverosímiles que acabaron por dejarle, debido a la ausencia de los
jugadores que habían empezado el partido del procés como titulares, comandando el centro del campo indepe con el encargo taxativo de su coach de ejercer el sacrificado rol de “medio
estorbo”.
El hombre que en su
día hundió Winterthur Asistencia en el momento mismo de nacer, según el
presidente del grupo asegurador Josep Cercós, gracias a un discurso torpe,
balbuceante y desangelado, ahora dirige sus baterías contra la mesa de diálogo
entre el Gobierno y la Generalitat.
Hay políticos
habilidosos capaces de regatear a su propia sombra. Torra no es de esa clase.
Su genio es del mismo tipo que el del caballo de Atila, que hacía desaparecer
los brotes verdes allá por donde pisaba; o el del personaje de Peter Sellers en
la película “El guateque”, de Blake Edwards. Él es el humilde servidor, el jardinero constante,
el acompañante fiel del caos.