domingo, 9 de febrero de 2020

POSAT DE BLEDA



Imagen artística de Atila rey de los hunos a caballo. Según dicen las leyendas, el realmente importante de los dos era el caballo.


En China tienen el coronavirus, que está consiguiendo exportarse a sí mismo a pesar de todas las barreras y los cordones sanitarios que se le quieren imponer.

En Cataluña no llegamos a tanto pero tenemos a Quim Torra, que ahí sigue, con su medrosa actitud de acelga (él se define de este modo: “posat avorrit, de bleda i de poca cosa”, lean el magistral reportaje de Xavier Vidal-Folch en elpais), con un catolicismo acendrado y sin matices adquirido en la frecuentación de las sacristías, y dotado de un regate corto e insustancial en la política a la que ha llegado de forma parecida a Poncio Pilatos en el credo, aupado por su repentina deriva desde la nada hacia una “intransigencia salvaje” (es la expresión elegida por él mismo) y con la ayuda de una serie de carambolas inverosímiles que acabaron por dejarle, debido a la ausencia de los jugadores que habían empezado el partido del procés como titulares, comandando el centro del campo indepe con el encargo taxativo de su coach de ejercer el sacrificado rol de “medio estorbo”.

El hombre que en su día hundió Winterthur Asistencia en el momento mismo de nacer, según el presidente del grupo asegurador Josep Cercós, gracias a un discurso torpe, balbuceante y desangelado, ahora dirige sus baterías contra la mesa de diálogo entre el Gobierno y la Generalitat.

Hay políticos habilidosos capaces de regatear a su propia sombra. Torra no es de esa clase. Su genio es del mismo tipo que el del caballo de Atila, que hacía desaparecer los brotes verdes allá por donde pisaba; o el del personaje de Peter Sellers en la película “El guateque”, de Blake Edwards. Él es el humilde servidor, el jardinero constante, el acompañante fiel del caos.