A un profesor de
instituto de Oviedo se le ocurrió plantear a sus alumnos de 15-16 años un test
que tituló “fascista”. Había que contestar “Sí” o “No” a determinadas
preguntas, que seguían en líneas generales unas consideraciones de Umberto Eco
en torno a las constantes del pensamiento totalitario.
Yo diría que el
planteamiento del profesor es correcto e instructivo. Conviene que los/las
adolescentes mediten sobre prejuicios y actitudes poco razonados por lo general
y potencialmente empobrecedores de una convivencia diversa e igualitaria. Este
es un ejemplo de pregunta del test propuesto: «La gente muy distinta a ti acaba
siendo un peligro: SÍ NO»
Dios, la que se ha
armado. El test ha ido mucho más allá de lo que pretendía. He aquí un
comentario-tipo en twitter sobre el asunto: «Gracias a Dios que no
tengo hijos, porque viene mi hijo a casa con un test que se titula ¿Eres Facha?
y profesor y director, recogen los dientes del suelo!»
Evidentemente, quien hace ese comentario es un facha irredento.
Gracias a dios que no tiene hijos, en efecto; otros que sí los tienen se han apresurado
a reclamar el pin parental para evitar ese género de “adoctrinamiento”.
¿Por qué es adoctrinamiento hacer preguntas, y valorar
las respuestas que se dan como motivo para una reflexión general? No se impone un pensamiento
determinado, se valoran los síntomas asociados a un modo genérico de pensar. La
pregunta directa “¿eres facha?” funciona en el test como provocación.
Provocación en el buen sentido de la palabra: un incentivo a reflexionar con
seriedad sobre lo que normalmente se asume sin pensar.
Nadie debe sentirse avergonzado porque le pregunten si es
facha; las respuestas posibles son muchas (sí, no, un poco, a veces, nunca,
quizá, etc.). Lo que sí es vergonzoso es “proteger” a hijos e hijas impidiendo
que se les estimule a pensar de forma activa sobre cuestiones en las que por
desgracia predominan demasiado los prejuicios ( “pre” juicios, respuestas automáticas
emitidas sin reflexión previa).
Los padres que abogan por el pin parental como “protección”
de su prole contra todo pensamiento intruso están arrojando el espejo que dejaría
a las claras los defectos de los razonamientos y los retorcimientos del lenguaje
que utilizan para no dar a las cosas el nombre que realmente tienen en el
comercio cotidiano de las ideas.
Un viejo refrán define sin pelos en la lengua la actitud
temerosa y pusilánime de quien quiere protegerse de la verdad: «Arrojar la cara
importa, que el espejo no hay por qué.»