jueves, 20 de febrero de 2020

ARROJAR LA CARA IMPORTA



A un profesor de instituto de Oviedo se le ocurrió plantear a sus alumnos de 15-16 años un test que tituló “fascista”. Había que contestar “Sí” o “No” a determinadas preguntas, que seguían en líneas generales unas consideraciones de Umberto Eco en torno a las constantes del pensamiento totalitario.

Yo diría que el planteamiento del profesor es correcto e instructivo. Conviene que los/las adolescentes mediten sobre prejuicios y actitudes poco razonados por lo general y potencialmente empobrecedores de una convivencia diversa e igualitaria. Este es un ejemplo de pregunta del test propuesto: «La gente muy distinta a ti acaba siendo un peligro: SÍ  NO»

Dios, la que se ha armado. El test ha ido mucho más allá de lo que pretendía. He aquí un comentario-tipo en twitter sobre el asunto: «Gracias a Dios que no tengo hijos, porque viene mi hijo a casa con un test que se titula ¿Eres Facha? y profesor y director, recogen los dientes del suelo!»

Evidentemente, quien hace ese comentario es un facha irredento. Gracias a dios que no tiene hijos, en efecto; otros que sí los tienen se han apresurado a reclamar el pin parental para evitar ese género de “adoctrinamiento”.

¿Por qué es adoctrinamiento hacer preguntas, y valorar las respuestas que se dan como motivo para una reflexión general? No se impone un pensamiento determinado, se valoran los síntomas asociados a un modo genérico de pensar. La pregunta directa “¿eres facha?” funciona en el test como provocación. Provocación en el buen sentido de la palabra: un incentivo a reflexionar con seriedad sobre lo que normalmente se asume sin pensar.

Nadie debe sentirse avergonzado porque le pregunten si es facha; las respuestas posibles son muchas (sí, no, un poco, a veces, nunca, quizá, etc.). Lo que sí es vergonzoso es “proteger” a hijos e hijas impidiendo que se les estimule a pensar de forma activa sobre cuestiones en las que por desgracia predominan demasiado los prejuicios ( “pre” juicios, respuestas automáticas emitidas sin reflexión previa).

Los padres que abogan por el pin parental como “protección” de su prole contra todo pensamiento intruso están arrojando el espejo que dejaría a las claras los defectos de los razonamientos y los retorcimientos del lenguaje que utilizan para no dar a las cosas el nombre que realmente tienen en el comercio cotidiano de las ideas.

Un viejo refrán define sin pelos en la lengua la actitud temerosa y pusilánime de quien quiere protegerse de la verdad: «Arrojar la cara importa, que el espejo no hay por qué.»