Una determinada creencia
popular de tradición multisecular sostiene que los dioses se divierten de
cuando en cuando castigando a los humanos por el procedimiento retorcido de dar
cumplimiento a sus deseos de una manera diferente a como esperaban, y que en
definitiva se convierte en una maldición. Es la jettatura, el mal de ojo del que resulta difícil librarse cuando
las fuerzas alineadas en contra de nuestras expectativas son poderosas.
Dos grandes expectativas
insertas en la tradición del movimiento obrero se han convertido en sendas
maldiciones que gravitan sobre nuestras espaldas. Son la idea de la
internacionalización de las fuerzas productivas, y la idea de trabajar menos
para trabajar todos.
Hoy las deslocalizaciones
masivas en procesos productivos complejos han internacionalizado la producción.
Pero no en la línea de una mayor cohesión e impulso solidario, como deseaban
nuestros abuelos y seguimos deseando nosotros, sino en la línea de la
fragmentación, la desregulación y el dumping promovido por el egoísmo exacerbado de los detentadores del
capital, en contra de las
aspiraciones del mundo del trabajo, que va perdiendo conciencia solidaria de
clase por el camino verde que fuerza a muchas/os a la emigración y a la
errancia infinita para poder subsistir.
Lo mismo se puede
decir del “trabajar menos para trabajar todos”. La idea inicial era repartir el
trabajo realmente existente, y de ese modo ganar todos en derechos y
expectativas en una sociedad inclusiva. Lo que tenemos es, en cambio, la
rotación acelerada en los empleos, en condiciones leoninas (“trabajo indecente”)
y con salarios basura. La precariedad descarnada, en lugar de la ampliación, tanto del
paraguas de la protección, como del colchón amortiguador de la previsión social.
La jettatura no obedece en nuestro caso a
una maldición bíblica, en la que no creemos ni mi amigo Antoni Cuadras ni yo.
Lo de «ganarás el pan con el sudor de tu frente» lo hemos tomado siempre a
beneficio de inventario, pero es que ahora mismo la tan publicitada cólera
divina ha sido sustituida por la indiferencia demasiado humana de los amos del
cotarro, que nos reclaman siempre más sudor de nuestra frente a cambio de menos
pan.