sábado, 1 de febrero de 2020

UN NUEVO CONTRATO SOCIAL


«¿Se imaginan el reto que supone para las democracias de la UE si Boris Johnson logra articular un nuevo contrato social británico? Espero que ese reto sea un incentivo para construir un contrato social europeo como Dios manda.»

El párrafo anterior es el colofón de un artículo de Anton Costas en elperiódico, titulado “Si el ‘brexit’ funcionase…” No me parece a mí, vaya esto por delante, que la propuesta de ‘brexit’ duro de Johnson se proponga formular un nuevo contrato social para los británicos. Tiene toda la pinta de que no. Costas hace una lectura del ‘brexit’, y de pasada de la administración Trump en los Estados, en términos de desigualdad creciente entre clases sociales, ciudades y territorios, y de rebelión de los perdedores contra el egoísmo de los ganadores.

Hay algo de cierto en todo ello, pero yo diría que los ganadores y los perdedores de ambas batallas, la británica y la estadounidense, han estado situados en la misma parte del conglomerado social, más que en una y otra trinchera de lo que hemos llamado durante años la “contradicción principal”.

Dicho de otro modo, en una sociedad fragmentada también se han fragmentado las élites, y unas luchan contra otras por la hegemonía en un contexto económico basado siempre en la prosperidad de los negocios y en la mayor satisfacción de los accionistas de las grandes compañías.

Hillary Clinton no suponía una idea social y económica tan diferente de Donald Trump, y tampoco Theresa May respecto de Boris Johnson. Se ha tratado de alguna forma de apuestas distintas que competían entre ellas sobre el mismo tablero de juego. Los ‘hunos’ hacían sencillamente caso omiso de la rabia y la desesperación de los de abajo. Los ‘hotros’ han utilizado esa rabia de forma demagógica como ariete contra un establishment de los negocios demasiado rígido y prepotente, que excluía de entrada cualquier variación en la distribución de los beneficios.

Una vez sentado todo ello para mayor claridad, creo conveniente prestar atención a la cuestión realmente importante de la reflexión de Costas: la idea de un contrato social “como Dios manda” ─expresión que habrá de tomarse a beneficio de inventario, puesto que Dios tiene una tendencia indisimulada a colocarse siempre del lado de las élites─ así en la UE como, por supuesto, en nuestro país, que pocas lecciones puede dar a la UE en este sentido.

Un contrato social presupone de entrada cierta igualdad entre las partes, y la idea de que a la prestación de unos va asociada una contraprestación adecuada de los otros.

Se trata ahora, ni más ni menos, de que los llamados en la jerga de los economistas “stakeholders” (es decir, los trabajadores asalariados, los autónomos, los pequeños emprendedores, los freelancers, y en una palabra todos los que participan con su inteligencia y/o su esfuerzo físico en el proceso productivo) consigan contraprestaciones dignas, adecuadas y suficientes por parte de los “shareholders”, o sea los propietarios que mantienen agarrada con todas sus fuerzas la sartén económica por el mango.