«¿Se imaginan el reto que supone para las
democracias de la UE si Boris Johnson logra articular un nuevo contrato social
británico? Espero que ese reto sea un incentivo para construir un contrato
social europeo como Dios manda.»
El párrafo anterior
es el colofón de un artículo de Anton Costas en elperiódico, titulado “Si el ‘brexit’
funcionase…” No me parece a mí, vaya esto por delante, que la propuesta de ‘brexit’
duro de Johnson se proponga formular un nuevo contrato social para los
británicos. Tiene toda la pinta de que no. Costas hace una lectura del ‘brexit’,
y de pasada de la administración Trump en los Estados, en términos de desigualdad
creciente entre clases sociales, ciudades y territorios, y de rebelión de los perdedores contra
el egoísmo de los ganadores.
Hay algo de cierto
en todo ello, pero yo diría que los ganadores y los perdedores de ambas batallas,
la británica y la estadounidense, han estado situados en la misma parte del conglomerado
social, más que en una y otra trinchera de lo que hemos llamado durante años la
“contradicción principal”.
Dicho de otro modo,
en una sociedad fragmentada también se han fragmentado las élites, y unas
luchan contra otras por la hegemonía en un contexto económico basado siempre en
la prosperidad de los negocios y en la mayor satisfacción de los accionistas de
las grandes compañías.
Hillary Clinton no
suponía una idea social y económica tan diferente de Donald Trump, y tampoco
Theresa May respecto de Boris Johnson. Se ha tratado de alguna forma de
apuestas distintas que competían entre ellas sobre el mismo tablero de juego. Los
‘hunos’ hacían sencillamente caso omiso de la rabia y la desesperación de los
de abajo. Los ‘hotros’ han utilizado esa rabia de forma demagógica como ariete
contra un establishment de los
negocios demasiado rígido y prepotente, que excluía de entrada cualquier variación
en la distribución de los beneficios.
Una vez sentado
todo ello para mayor claridad, creo conveniente prestar atención a la cuestión
realmente importante de la reflexión de Costas: la idea de un contrato social “como
Dios manda” ─expresión que habrá de tomarse a beneficio de inventario, puesto
que Dios tiene una tendencia indisimulada a colocarse siempre del lado de las élites─ así en la UE como, por supuesto, en nuestro país, que pocas lecciones
puede dar a la UE en este sentido.
Un contrato social
presupone de entrada cierta igualdad entre las partes, y la idea de que a la prestación
de unos va asociada una contraprestación adecuada de los otros.
Se trata ahora, ni
más ni menos, de que los llamados en la jerga de los economistas “stakeholders” (es decir, los
trabajadores asalariados, los autónomos, los pequeños emprendedores, los freelancers, y en una palabra todos los
que participan con su inteligencia y/o su esfuerzo físico en el proceso
productivo) consigan contraprestaciones dignas, adecuadas y suficientes por
parte de los “shareholders”, o sea los
propietarios que mantienen agarrada con todas sus fuerzas la sartén económica
por el mango.