Benito Pérez Galdós
Javier Cercas desmereció
a Galdós en un suplemento cultural. Bueno, no es una noticia de primera plana.
A don Benito, allí donde está, le importa poco; a don Javier la maniobra le reportó seguramente eso que tanto necesita, vidilla con la que salir en los papeles y publicitar su
obra.
Antonio Muñoz
Molina entró al trapo. Don Antonio defiende valores, en una época en la que los
valores están de capa caída. Es el único reproche que se le puede hacer; en
todo lo demás, la defensa que hizo (también en páginas culturales) de la
literatura de Galdós fue irreprochable.
Ahora Cercas
responde a AMM con una carta al director de El País en la que defiende su
propia posición y acusa al otro de suponerle motivos espurios y no
estrictamente estéticos.
Con esa carta, lo
que hace Cercas sobre todo es seguir alimentando su propia publicidad. Mantiene
que Galdós fue didáctico en exceso en su poética, y considera una temeridad e
incluso disparate situarlo a la altura de Dickens y de Flaubert. Pero Dickens
fue más didáctico todavía que Galdós, comparen a Oliver Twist con Doña
Perfecta. Y lo mismo cabe decir de Tolstói, ese enorme pelma en busca del
alma del mujik; o de Balzac en favor
de la Restauración, o de Dostoyevski en contra de los demonios nihilistas. Es
verdad que Flaubert defendió el arte por el arte en contra del didactismo; pero
sería la misma temeridad y el mismo disparate sostener que Flaubert es, por esa
razón, superior a los otros literatos citados.
No excluyo que
Cercas se descuelgue otro día con otro artículo atacando a Flaubert por la
razón contraria a aquella por la que ha rebajado el mérito de Galdós. Sería muy
propio de él, porque es un adicto a la vieja táctica de que cuando pitos
flautas, y cuando flautas, pitos. Cercas “farfalonea”, como el Cherubino de Las Bodas de Fígaro.
Esa deshonestidad de
Cercas, consistente en que las verdades y las mentiras no lo son en razón de
una vara de medir de platino iridiado, sino en razón de la conveniencia propia
de quien sentencia, no es, claro está, exclusiva del mundo literario. Ahí
tienen (entre otros muchos que podrían analizarse) algunos ejemplos resonantes
de deshonestidad política, muy recientes. Sobre José Ignacio Echániz hablé yo
mismo hace pocos días. Sobre Teresa Rodríguez no me extiendo porque ya lo ha
hecho mucho y bien José Luis López Bulla. Y lo mismo digo de Oriol Junqueras
(el “cardenal Mazzarino”, un alias debido a la aguda observación de Lluís
Rabell) porque, si no había quedado patente para todos su sibilina manipulación
de los hechos en la entrevista de Évole en la Sexta, lo ha resaltado con tino Ferran
Monegal en El Periódico.