domingo, 23 de febrero de 2020

LA REBELIÓN DE LOS PALETOS



Los Hermanos Marx en actitud de extraer renta maderera de los vagones del convoy, a fin de hacer funcionar mejor la locomotora (imagen de Marx-brothers.org)


Isabel Díaz Ayuso ha llamado paletos a “quienes se inventan identidades históricas”. Luego ha negado haberlo dicho, siguiendo una costumbre muy arraigada en ella.

El problema no es el desenfado con el que la lenguaraz dice una cosa y niega a continuación haberla dicho; tampoco tiene que ser problema el calificativo de “paletos” aplicado a todos los que no practicamos la elegancia espiritual y el gusto inmenso de haberse conocido, tan extendidos entre nuestros inefables capitalinos, así de nacimiento como sobrevenidos.

El problema real es la España vacía, y su reflejo simétrico, la Cataluña vacía. En el área metropolitana de Barcelona se concentran los dos tercios de la población catalana y el 80% de la renta. Lo que hay más allá es pura identidad nominal, sin sostenibilidad y sin un futuro perceptible. Las llamadas “locomotoras” del desarrollo no arrastran nada; se limitan, como en la película de los Hermanos Marx, a llevarse la madera de los vagones de cola para hacerla servir de combustible.

El llamado populismo de raíz identitaria es en buena medida un reflejo defensivo, provocado por la marginación, el expolio (véanse las buenas razones de los agricultores, no confundir con las de los patronos del campo), y la ausencia de alternativas viables.

El profesor Josep Oliver detalla hoy en la vanguardia (“El reto económico de la Cataluña vaciada”) algunas cifras que permiten apreciar las dimensiones del fenómeno de la despoblación. Para el periodo 2018-2033, la previsión es que en 742 municipios de Cataluña, el 78% del total, la cifra de muertes será superior a la de nacimientos. Los municipios de menos de 2000 habitantes serán los que perderán mayor porcentaje de población. En algunos municipios de comarcas de Lleida, la principal fuente de ingresos son ya las pensiones de los jubilados.

Solo los flujos migratorios podrían enderezar esta parábola descendente, pero es improbable que la inmigración vaya a recalar precisamente a los “burgos podridos” (entiéndaseme la expresión en su contexto histórico, no digo que haya nada podrido en nuestra ruralía), a pesar de que en ellos sería más preciosa que en cualquier otro lugar una inyección demográfica vigorosa.

Y de otra parte, cabe la posibilidad de que el pueblo entero se amuralle en contra de los recién llegados, los extraños, los forasteros venidos de territorios todavía más inciertos y de culturas y religiones más desasosegantes.

La formidable metáfora del “Bienvenido míster Marshall” sigue plenamente vigente hoy. Si se hace hincapié en los valores identitarios, es como argumento último para “pillar cacho” en la prosperidad desbordante que circula por otras latitudes, sin dejar que pase de largo.

Pero el remedio no puede consistir en una prosperidad concedida al mejor postor, sino más bien en un reequilibrio entre los territorios a partir de la remoción de estructuras profundas que, al volcar las oportunidades de un lado, las hurtan del otro.

Algo parecido a esa reconsideración de fondo del problema están promoviendo nuestros vecinos italianos de la CGIL con su Piano del Lavoro, que trata de dotar de sentido social y territorial a una economía demenciada por los algoritmos abstractos de los financieros neoliberales.