Los Hermanos Marx en actitud de
extraer renta maderera de los vagones del convoy, a fin de hacer funcionar mejor
la locomotora (imagen de Marx-brothers.org)
Isabel Díaz Ayuso
ha llamado paletos a “quienes se inventan identidades históricas”. Luego ha negado
haberlo dicho, siguiendo una costumbre muy arraigada en ella.
El problema no es
el desenfado con el que la lenguaraz dice una cosa y niega a continuación haberla
dicho; tampoco tiene que ser problema el calificativo de “paletos” aplicado a
todos los que no practicamos la elegancia espiritual y el gusto inmenso de
haberse conocido, tan extendidos entre nuestros inefables capitalinos, así de
nacimiento como sobrevenidos.
El problema real es
la España vacía, y su reflejo simétrico, la Cataluña vacía. En el área
metropolitana de Barcelona se concentran los dos tercios de la población
catalana y el 80% de la renta. Lo que hay más allá es pura identidad nominal,
sin sostenibilidad y sin un futuro perceptible. Las llamadas “locomotoras” del
desarrollo no arrastran nada; se limitan, como en la película de los Hermanos
Marx, a llevarse la madera de los vagones de cola para hacerla servir de combustible.
El llamado
populismo de raíz identitaria es en buena medida un reflejo defensivo,
provocado por la marginación, el expolio (véanse las buenas razones de los
agricultores, no confundir con las de los patronos del campo), y la ausencia de
alternativas viables.
El profesor Josep
Oliver detalla hoy en la vanguardia (“El reto económico de la Cataluña vaciada”)
algunas cifras que permiten apreciar las dimensiones del fenómeno de la
despoblación. Para el periodo 2018-2033, la previsión es que en 742 municipios
de Cataluña, el 78% del total, la cifra de muertes será superior a la de
nacimientos. Los municipios de menos de 2000 habitantes serán los que perderán
mayor porcentaje de población. En algunos municipios de comarcas de Lleida, la
principal fuente de ingresos son ya las pensiones de los jubilados.
Solo los flujos
migratorios podrían enderezar esta parábola descendente, pero es improbable que
la inmigración vaya a recalar precisamente a los “burgos podridos” (entiéndaseme
la expresión en su contexto histórico, no digo que haya nada podrido en nuestra
ruralía), a pesar de que en ellos sería más preciosa que en cualquier otro
lugar una inyección demográfica vigorosa.
Y de otra parte, cabe
la posibilidad de que el pueblo entero se amuralle en contra de los recién
llegados, los extraños, los forasteros venidos de territorios todavía más
inciertos y de culturas y religiones más desasosegantes.
La formidable
metáfora del “Bienvenido míster Marshall” sigue plenamente vigente hoy. Si se
hace hincapié en los valores identitarios, es como argumento último para “pillar
cacho” en la prosperidad desbordante que circula por otras latitudes, sin dejar
que pase de largo.
Pero el remedio no
puede consistir en una prosperidad concedida al mejor postor, sino más bien en
un reequilibrio entre los territorios a partir de la remoción de estructuras
profundas que, al volcar las oportunidades de un lado, las hurtan del otro.
Algo parecido a esa
reconsideración de fondo del problema están promoviendo nuestros vecinos
italianos de la CGIL con su Piano del
Lavoro, que trata de dotar de sentido social y territorial a una economía
demenciada por los algoritmos abstractos de los financieros neoliberales.