lunes, 24 de febrero de 2020

AQUELLOS TIEMPOS DE LOS COMITÉS CENTRALES



Aznar y Alfonso Alonso, imagen metafórica.


Cuánto se nos criticó desde la derecha la figura del centralismo democrático, que no faltaba nunca en los estatutos de los partidos de la izquierda radical. Para los gentiles que nunca la han experimentado, el meollo de la cuestión estaba en que, una vez el comité central se había pronunciado oficialmente sobre una cuestión determinada, toda la militancia había de seguir la consigna a pies juntillas y sin discutir.

Se suponía que una norma de ese tipo tenía la virtud de la poción mágica del druida Panoramix: nos hacía invencibles. El veredicto de la Historia ha sido, sin embargo, sustancialmente distinto. Tal vez menos centralismo nos habría proporcionado una flexibilidad mayor para alcanzar objetivos modestos que parecían accesibles a primera vista, pero que en el desarrollo de la praxis se revelaron más lejanos aún que los cielos que pretendíamos asaltar.

La norma, sin embargo, fue seguida sin complejos por los mismos que tanto y con tal vocerío la criticaban. Recuerden aquella advertencia de Alfonso Guerra: “Quien se mueva no sale en la foto”.

Y no iba de broma, el tío.

Ahora mismo, la misma regla de oro acaba de ser llevada a la práctica por Pablo el Diácono y Aznar el Augusto, los dos reconocidos leninistas de derechas que han defenestrado a Alfonso Alonso del mando de la baronía vascuence y colocan en su lugar al fiel José María Iturgaiz, que no es precisamente un joven catecúmeno en trance de cantar su primera misa.

La conclusión que podríamos sacar del evento mi casi hermano de leche José Luis López Bulla y yo mismo, es que el monstruo del “neo taylorismo”, al que la nueva economía seudoliberal cree tener encerrado bajo siete llaves en una cripta gótica, sale todas las noches de su ataúd y se alimenta con sangre de nuevas víctimas, sin discriminar demasiado a quién muerde en el cuello dado que, contra menos bultos, más claridad.

Taylorismo, y con esto termino, se dice de la doctrina del ingeniero Frederick W. Taylor, el cual tenía como primer axioma para la gran producción en serie mecanizada, que quien piensa no debe ejecutar, y quien ejecuta no debe pensar.

No tenía razón, como no la tuvieron tampoco quienes pusieron toda su fe política en el centralismo democrático. Pero Taylor y Josemari Aznar hicieron época. No está cantado que lo mismo vaya a sucederle a Pablo Casado.