Los expertos en
economía niegan que haya desaparecido el llamado “Estado del bienestar”. Ha
sufrido, sin embargo, una distorsión importante: ahora los beneficiarios principales
ya no son los necesitados, sino los bienestantes: los que más tienen reciben
más, y los que no tienen nada son excluidos.
Esta situación es
muy perceptible en la sanidad y en la educación. Los recursos fiscales
aportados por la ciudadanía al Estado se redistribuyen en forma de ayudas
financieras, pero estas ayudas ya no van preferentemente a la sanidad y a la
escuela pública, sino a entidades privadas “concertadas”. La trampa de los
conciertos reside en que el Estado paga por un servicio público, mientras que a
la entidad receptora no le interesa el servicio público sino el lucro privado.
El dinero de los presupuestos dirigido a estos fines loables resulta en
definitiva que no va a parar a quien de verdad lo necesita, sino que abarata los
costos de explotación de un lobby de empresas con ánimo de lucro. Quienes pueden costearse
esas atenciones (cuidados médicos y escuela) a precios "de mercado" son en definitiva quienes más beneficiados salen en el nuevo esquema de welfare, ya no igualitario sino “desigualitario”.
Los economistas
llaman a esta paradoja «efecto Mateo», en alusión a una parábola de Jesús
recogida en el Evangelio de San Mateo, 25, 14-30.
Puede ser útil
recordarla. Un señor se va de viaje, y reparte algunos bienes a sus siervos: a
uno le da cinco talentos, a otro dos, y al tercero, uno. Cuando vuelve de su
viaje, reclama las cuentas, y quien recibió cinco devuelve diez, y quien
recibió dos devuelve cuatro. Pero el que recibió un solo talento lo enterró para
no perderlo, y solo puede devolver lo mismo que le fue entregado.
Es aleccionadora la
explicación del siervo, porque parece describir los métodos del moderno capitalismo
financiarizado: «Señor, sé que eres hombre duro, que siegas donde no sembraste
y recoges donde no esparciste; por lo cual he tenido miedo y he escondido tu
talento en la tierra. Aquí tienes lo que es tuyo.»
Y responde el
señor: «Siervo malo y negligente, debías haber dado mi dinero a los banqueros, y
así al volver yo, habría recibido lo que es mío más los intereses.»
Tras lo cual ordena
que el siervo sea echado «a las tinieblas de afuera; allí será el llanto y el
crujir de dientes.»
La parábola concluye
con una explicación somera (versículo 29), que acaba por dejarnos asombrados:
«Porque al que tiene, le será dado, y tendrá más; y al que no tiene, aun lo que
no tiene le será quitado.»
Dejo ese hueso para
roer a quien considere el Evangelio como una predicación llena de paz y de amor
a la humanidad. Han pasado veinte siglos y pico, y todavía nadie ha dicho que
este fragmento sea una extrapolación introducida de forma malévola por un
macabeo que quiso desvirtuar la doctrina radiante del buen pastor que apacentaba
amorosamente su rebaño.
Los economistas se
han limitado a tomar nota, y ahora una situación que conduce directamente a
aumentar las desigualdades sociales ha venido a tomar el nombre oficial del
Evangelista, con fines didácticos.
La moraleja podría
ser que estamos listos si esperamos la salvación de las alturas.