Dinero (istockphoto).
Para mi sorpresa, la
sustancia de mi post de ayer, “Un golpe de baja intensidad”, se ha visto
replicada de inmediato y a la inversa ─como en un espejo─ por unas
manifestaciones de Jiménez Losantos. Viene a decir el notorio propagandista de
la ultraderecha que lo que le conviene al gobierno de Sánchez es «un 23-F en
pequeñito», un golpecillo de Estado mediante el cual desmontaría el “núcleo
duro” del patriotismo fetén, o sea la guardia civil.
Ha habido en los
últimos días otros ejemplos de la misma figura retórica utilizada con la misma
intención. No hace mucho, el portavoz del PP hacía un juicio de intenciones a
Sánchez, el gran culpable de todo y para todo, por si acaso se le ocurriera
culpar a la oposición de un eventual repunte de la pandemia debido a la abierta
resistencia que ofrece su partido a la prudencia gubernamental en la
desescalada. “Convivir con la pandemia” sin un nuevo confinamiento, según la
propuesta explícita de Pablo Casado, iría entonces de la mano con la culpabilidad
central y total del gobierno Sánchez en el caso de un repunte.
Ahora, Losantos
atribuye al gobierno la estrategia precisa que está siguiendo la oposición
desde la fuerza que conserva en algunas autonomías, en la judicatura y en los
institutos armados. Un «23-F en pequeñito», un golpe de Estado de baja
intensidad.
El supuesto minigolpe de Sánchez es una
forma de ocultar detrás de una cortina de humo la conducta de la oposición. Se grita «¡Al
ladrón!» señalando un punto lejano mientras se mete la mano en el bolsillo
ajeno. Se revuelven las aguas del río para ganancia de pescadores oportunistas.
Es el programa de
este gobierno lo que levanta ampollas y sarpullidos. Y otra cosa, íntimamente
conectada a la primera. A los primeros pasos en la dirección del desguace total
y completo de las reformas laborales, se ha sumado el anuncio de la llegada
inminente de fondos europeos utilizables en excelentes condiciones para la
especulación, pero que este gobierno pretende encauzar hacia objetivos
deleznables desde una óptica liberal-elitista: sanidad y educación públicas,
inversiones sociales, energías limpias.
Nuestras clases
rentistas se ven sometidas, por consiguiente, a un suplicio de Tántalo: “¡tener la niña en el campo y catarle
cortesía!”, como se dice en el romance viejo de la Hija del Rey de Francia.
Afirmó Vespasiano
sobre el jugoso negocio de las letrinas de Roma que el dinero no huele, pecunia non olet. Los caballeros de
fortuna alineados en los escuadrones de líneas prietas y marciales de nuestras
derechas, tienen, sin embargo, un olfato exquisitamente fino para oler el
dinero que no huele. Y aguardan como buitres la descomposición del gobierno de
coalición progresista para arrojarse como flechas sobre la carroña resultante.
De ahí la
particular urgencia de la situación. En otras circunstancias, el calendario de
las derechas fijaría sus objetivos en los idus electorales y seguiría ritmos
más pausados, cadencias más amables, dialécticas más contenidas por los paripés
de la cortesanía.
Ahora mismo, todo
es urgente y descarnado. Los tiburones han olido la sangre, las narices de los
financieros olfatean un dinero que se les podría escapar.