lunes, 8 de junio de 2020

AL OLOR DEL DINERO



Dinero (istockphoto).


Para mi sorpresa, la sustancia de mi post de ayer, “Un golpe de baja intensidad”, se ha visto replicada de inmediato y a la inversa ─como en un espejo─ por unas manifestaciones de Jiménez Losantos. Viene a decir el notorio propagandista de la ultraderecha que lo que le conviene al gobierno de Sánchez es «un 23-F en pequeñito», un golpecillo de Estado mediante el cual desmontaría el “núcleo duro” del patriotismo fetén, o sea la guardia civil.

Ha habido en los últimos días otros ejemplos de la misma figura retórica utilizada con la misma intención. No hace mucho, el portavoz del PP hacía un juicio de intenciones a Sánchez, el gran culpable de todo y para todo, por si acaso se le ocurriera culpar a la oposición de un eventual repunte de la pandemia debido a la abierta resistencia que ofrece su partido a la prudencia gubernamental en la desescalada. “Convivir con la pandemia” sin un nuevo confinamiento, según la propuesta explícita de Pablo Casado, iría entonces de la mano con la culpabilidad central y total del gobierno Sánchez en el caso de un repunte.

Ahora, Losantos atribuye al gobierno la estrategia precisa que está siguiendo la oposición desde la fuerza que conserva en algunas autonomías, en la judicatura y en los institutos armados. Un «23-F en pequeñito», un golpe de Estado de baja intensidad.

El supuesto minigolpe de Sánchez es una forma de ocultar detrás de una cortina de humo la conducta de la oposición. Se grita «¡Al ladrón!» señalando un punto lejano mientras se mete la mano en el bolsillo ajeno. Se revuelven las aguas del río para ganancia de pescadores oportunistas.

Es el programa de este gobierno lo que levanta ampollas y sarpullidos. Y otra cosa, íntimamente conectada a la primera. A los primeros pasos en la dirección del desguace total y completo de las reformas laborales, se ha sumado el anuncio de la llegada inminente de fondos europeos utilizables en excelentes condiciones para la especulación, pero que este gobierno pretende encauzar hacia objetivos deleznables desde una óptica liberal-elitista: sanidad y educación públicas, inversiones sociales, energías limpias.

Nuestras clases rentistas se ven sometidas, por consiguiente, a un suplicio de Tántalo: “¡tener la niña en el campo y catarle cortesía!”, como se dice en el romance viejo de la Hija del Rey de Francia.

Afirmó Vespasiano sobre el jugoso negocio de las letrinas de Roma que el dinero no huele, pecunia non olet. Los caballeros de fortuna alineados en los escuadrones de líneas prietas y marciales de nuestras derechas, tienen, sin embargo, un olfato exquisitamente fino para oler el dinero que no huele. Y aguardan como buitres la descomposición del gobierno de coalición progresista para arrojarse como flechas sobre la carroña resultante.

De ahí la particular urgencia de la situación. En otras circunstancias, el calendario de las derechas fijaría sus objetivos en los idus electorales y seguiría ritmos más pausados, cadencias más amables, dialécticas más contenidas por los paripés de la cortesanía.

Ahora mismo, todo es urgente y descarnado. Los tiburones han olido la sangre, las narices de los financieros olfatean un dinero que se les podría escapar.