martes, 23 de junio de 2020

LA SINTAXIS EN EL ARTE



Nada es casual en el desorden que ustedes perciben en la imagen que encabeza estas líneas. El lugar es el yacimiento arqueológico del Keramikós de Atenas. No se parece mucho en su estado actual a como debió de ser, pero la culpa la tienen bien visible a la derecha, en la forma de una horrorosa construcción religiosa de formas neobizantinas y espíritu infernal.

La religión nueva arrasó en este lugar los monumentos y los símbolos del “paganismo” anterior. La iconoclastia no se ha inventado ahora, el demonio siempre ha tenido que ser expulsado con derribos, hogueras y sahumerios, de su presa en el corazón de las personas sencillas. Junto a casi todos los yacimientos helénicos antiguos encontraréis una iglesia ortodoxa levantada para marcar el territorio. No es un hábito exclusivo de los griegos. Lo mismo ocurre en Córdoba donde una mezquita fue reconvertida por huevos en catedral; y en tantos lugares de nuestra geografía, donde los templos se alzaron sobre los cimientos de lugares de culto anteriores, que fueron derribados para proceder a la “nueva normalidad”, disculpen mi utilización torticera de la expresión.

No es ahí donde quiero ir a parar, sino al monumento funerario que ven en el centro de la imagen, sin inscripciones ni ofrendas votivas, colocado de forma anómala encima de un murete. La difunta, representada en posición sedente y en actitud de conversar, aparece enmarcada en una estructura rectangular, una especie de ventana al inframundo.

Pueden ver un ejemplo más antiguo y tosco, en esta niña que sigue jugando para la eternidad en el recuerdo cariñoso y la añoranza de sus parientes.


Probablemente todo empezó con Homero, o con una tradición anterior que Homero nos trasladó en la Odisea. Aleccionado por Circe, Odiseo va con sus hombres al lugar donde los ríos Cocito y Piriflejeton desaguan en el Aqueronte, y allí, en el confín del Océano, en las sombras del Norte que los rayos del sol jamás iluminan de forma directa, abre en el suelo un hoyo de un codo por lado, vierte en él tres ofrendas por los muertos (leche y miel la primera, vino la segunda, agua y polvo de harina la tercera), hace las invocaciones pertinentes y degüella allí mismo las reses preparadas, a cuya sangre acuden las sombras de los muertos:

Novias y jovenzuelos y ancianos que mucho sufrieron
y muchachas con penas recientes en sus corazones
y varones heridos por lanzas de punta de bronce…

Todos gritan “como un dios gritaría”, y el héroe declara haber sentido en ese momento “verde miedo”.

Hay sintaxis en el arte, y no meramente invención. Quiero decir con ello que se siguen determinadas fórmulas estereotipadas (utilizo el término sin ánimo peyorativo) para visibilizar conceptos que son de por sí invisibles. Puede ser el caso del joven de la viola de brazo sobre el que especulaba el otro día (1) al advertir una estructura de este tipo, pero quizás también en este caso un elemento así esté representando otra cosa.

La sintaxis, en todo caso, existe siempre en el arte. Todo se dispone de una forma determinada, y cualquier cambio en el significante varía también el significado. Posiblemente no hasta el punto como aparece en la aguda viñeta de abajo, que comparto del muro de facebook de Carlos Vallejo, contando con su bien probada benevolencia.