Lady Godiva, escultura de John
Thomas, 1861. (Fuente, Amo i Libri)
Casi un milenio
después, Lady Godiva salió de cumplir con sus devociones en la capilla del
castillo y se dirigió a la sala donde su marido el conde de Chester y de Mercia
estaba viendo un partido de fútbol televisado.
─ Leofric, cariño,
deberías bajar un poco los impuestos a la purria. Cada día tenemos más plebeyos
manifestándose con carteles en la plaza mayor.
─ Haz como que no
los ves.
─ Sí que los veo, y
ellos me ven a mí y me gritan groserías. Es muy molesto, Leo. Además mi
confesor no me quiere absolver los pecadillos de costumbre si no resuelvo este
asunto de una vez.
─ Cambia de
confesor.
─ Este es argentino,
cielo, y cada sesión de psicoanálisis me cuesta, mejor dicho te cuesta a ti, un huevo.
─ Pues tú verás. Si
no entra cash por los impuestos, de
algún otro lado tendrá que venir. ¿Por qué no te paseas desnuda por la plaza a
media mañana en día de mercado? Entonces sí que gritarán los menestrales. Pero tú
a caballo, ¿eh? Y con mascarilla, y guardando metro y medio de distancia con la
chusma, no sea que alguien te infecte el virus.
─ Desnuda en medio
del mercado… Me estoy viendo, la melena suelta y una mirada soñadora puesta en
el infinito… ¡Darling, eres genial! Para estas cosas de negocios te pintas solo.
¿Te parece un tanga de lentejuelas, muy muy chiquito?
─ A pelo, Goddy, a
pelo. El tanga está desprestigiado, no vende. Además, de ese modo luces la
permanente decolorada que te hizo Ruphert en el chichi.
─ Espero que no me
censuren en Instagram, al fin y al cabo es por una buena causa.
─ Yo me encargo de
mover hilos. En cualquier caso, a Instagram solo le interesan los pezones.
─ Es que también me
da rabia que me censuren los pezones.
─ Veré qué se puede
hacer.
La bella Godiva
paseó a caballo por el mercado de Coventry, todas las cadenas de ámbito nacional
y local estaban presentes, reporteros y fotógrafos de todos los medios cubrieron
el insólito evento. En la plaza no cabía un alfiler. El obispo de Coventry hizo
volar las campanas de la catedral.
La apoteosis. Leofric
bajó los impuestos (no mucho) y a cambio se forró con las exclusivas.
Solo un sastre
cincuentón, enamorado secretamente de la bella aristócrata, se encerró solo en
su taller y corrió los postigos de la ventana. Sus conciudadanos hicieron
chacota de él y le llamaron No Peeping Tom.
Una advertencia
final. Si alguien pretende ver alguna relación metafórica entre esta historieta
y las actitudes recientes de ciertas ladys de nuestro cotarro particular, le
diré alto y claro que no es así. Esto no tiene nada que ver con Isabel Díaz
Ayuso, Cayetana Álvarez, Macarena Olona, Dolors Montserrat. Menos aún con Belén
Esteban o Ana Rosa Quintana. Las exhibiciones bastante impúdicas de todas estas
señoras no han sido en ningún caso por una buena causa. Ellas solo pretenden bajar
los impuestos a los ricos.
De modo que no hay
caso.